En octubre del 2017 van a cumplirse cien años desde que un movimiento político, respaldado por un complejo entramado teórico, levantara la veda de la criminalidad con el pretexto de que este era el paso previo para la implantación de la justicia social y la igualdad entre los seres humanos. Y desde entonces no han parado de matar. El punto de partida fue la revolución rusa. La ideología que todo lo justificaba: el comunismo.
El sentido común nos dice que la fecha en que comenzó la matanza debería estar marcada con un signo infamante en los almanaques, pero no es así. Preparémonos para asistir a los actos de festejo organizados por las cofradías que rinden culto a la necrofilia revolucionaria. Ya tenemos el preludio (LV, 22/12):
El festival de la cantautoría BarnaSants se asoma a su 22ª edición (…) se celebrará entre el 27 de enero y el 14 de abril, tras ofrecer más de 100 conciertos. El lema de la nueva edición será "Visca l´Assemblea", que en realidad es una conmemoración de los cien años de la revolución rusa, que, a su vez, estará personificada en Aleksandra Kolontái.
Aleksandra Kolontái, primera comisaria del pueblo y feminista radical, fue una de las tres más estrechas colaboradoras de Lenin, junto con su esposa Nadia Krupskaia y su amante Inessa Armand. Sobrevivió a todas las purgas que diezmaron a los viejos bolcheviques, a pesar de haber sido inicialmente una opositora de izquierda, y fue embajadora en Noruega, Suecia y México durante una de las más sanguinarias etapas del estalinismo. Cosa rara en aquella época, falleció de muerte natural en Moscú, en 1952, cuando el ya desahuciado Stalin la tenía en su lista de futuras víctimas.
Nuevos bárbaros
Es imposible comprimir en el breve espacio de un artículo periodístico la magnitud de aquella carnicería, que apenas consiguen reflejar obras tan voluminosas y rigurosamente informadas como El libro negro del comunismo, de Stéphane Courtois y otros (Ediciones B, 2010), y El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, de François Furet (Fondo de Cultura Económica, 1995). Pero es necesario insistir sin pausa en la naturaleza de esta masacre, cuando nuevos bárbaros amenazan con volver a incubar los huevos de la serpiente enmascarándolos con sonrisas. Precisamente explica Courtois:
Ha llegado el momento de abordar con criterio científico –documentándola con hechos irrefutables y librándola de los intereses político-ideológicos que pesaban sobre ella– la pregunta reiterada que se han planteado los observadores: ¿qué lugar ocupa el crimen en el sistema comunista?
Su respuesta no deja lugar a dudas:
Los archivos y abundantes testimonios muestran que el terror ha sido desde el origen uno de los elementos fundamentales del comunismo moderno. Abandonemos la idea de que tal fusilamiento de rehenes, tal masacre de obreros sublevados, tal hecatombe de campesinos muertos de hambre, no han sido más que "accidentes" coyunturales, propios de tal país o de tal época. Nuestro recorrido va más allá de cada terreno específico y considera la dimensión criminal como uno de los componentes propios del conjunto del sistema comunista durante todo su periodo de existencia.
Cifras escalofriantes
El libro negro del comunismo retrata, capítulo por capítulo, la tragedia de cada uno de los países que padecieron este azote: quiénes fueron los ideólogos y dictadores; cuáles fueron las técnicas de represión y quiénes las aplicaron con mayor sadismo; cómo se desarrollaron las luchas y purgas de fracciones; cuáles eran y cómo funcionaban los campos de concentración y centros de tortura en los distintos países; cuáles los efectos letales de las deportaciones masivas y el trabajo esclavo, y así sucesivamente en la escalada del horror. Pero lo que este libro dejó grabado para siempre en los anales del crimen es el recuento de las víctimas mortales del comunismo: cien millones de seres humanos que quienes celebran con loas y canciones los cien años de la revolución rusa computan cínicamente como bajas del enemigo capitalista. Las cifras comprobadas, pero no actualizadas, son escalofriantes:
- URSS: 20 millones de muertos.
- China: 65 millones de muertos.
- Vietnam: 1 millón de muertos.
- Corea del Norte: 2 millones de muertos.
- Camboya: 2 millones de muertos.
- Europa del Este: 1 millón de muertos.
- América Latina: 150.000 muertos.
- África: 1,7 millones de muertos.
- Afganistán: 1,5 millones de muertos.
- Acciones armadas del movimiento comunista internacional y de partidos comunistas desprovistos de poder: una decena de millares de muertos.
Purgas cruentas
Los reclutadores de nuevos militantes revolucionarios tergiversan la historia del Moloc totalitario y reivindican la figura de Lenin, con el argumento de que si este hubiera conducido el proceso hasta el final se habrían evitado los episodios más dolorosos. Mienten. Lenin fue el cerebro de la operación criminal que Stalin llevó a su apogeo y que Trotski habría ejecutado con la misma ferocidad si no lo hubieran despojado del poder. La criminalidad está implantada en los genes del comunismo.
En su erudito Lenin, una biografía (Siglo XXI, 2001), Robert Service brinda una plétora de datos históricos que dibujan, desde el principio al fin, un retrato nítido de la personalidad patológicamente autoritaria y cruel del líder bolchevique. Service exhuma la precoz admiración de Lenin por los terroristas rusos del siglo XIX, Pëtr Tkachëv y Sergei Nechaev, y cita pasajes de sus libros, correspondencia y conversaciones donde expresa su predisposición a practicar purgas cruentas, no sólo de nobles, terratenientes, clérigos y burgueses, sino de opositores y disidentes, aunque estos pertenecieran a su propia organización revolucionaria.
Ya dueño del poder absoluto, dio rienda suelta a esta predisposición. En una carta dirigida a los bolcheviques de Penza, el 11 de agosto de 1918, los exhortaba a ahorcar públicamente a no menos de cien kulaks (campesinos ricos) de su distrito y a tomar rehenes, de modo que "en un radio de cientos de kilómetros la gente pueda ver, temblar, saber, gritar: están estrangulando y estrangularán hasta la muerte a los kulaks chupasangre".
Y en febrero de 1921, cuando los marineros de Kronstadt, famosos por su lealtad a la revolución bolchevique, se amotinaron pidiendo más poder para los sóviets, Lenin ordenó masacrarlos. Trotski y el general Mijáil Tujachevski (purgado por orden de Stalin en 1938) se encargaron de la faena ayudados por la Cheka, con un saldo de millares de muertos en combate, fusilados o en los campos de concentración.
Desmitificación implacable
Otro caso paradigmático es el de León Trotski. François Furet lo desmitifica implacablemente:
Trotski combate a Stalin pero se somete de antemano al partido, depositario de octubre de 1917. Actúa para abrir otro camino, pero confirma en cada ocasión que la Rusia bolchevique que lo ha exiliado es un "Estado proletario". (…) Cuando estuvo en el poder, en lo que se refiere a medidas terroristas nunca estuvo a la zaga. Vencido, deportado, expatriado por la fuerza, aún comparte con su enemigo vencedor la idea de una dictadura absoluta del partido o de una necesaria liquidación de los kulaks. Sólo combate el bolchevismo estalinista en nombre de un bolchevismo del exilio. (…) Indomable, infatigable y hasta exhibicionista, sin embargo se pone de rodillas ante sus verdugos, cuyo sistema comparte. Sin posibilidades de vencer, prolonga la mitología de los soviéticos destinada a los decepcionados del sovietismo real, ofreciendo un frágil punto de apoyo a la idealización de Lenin contra Stalin.
La culpa del sistema comunista
Es tramposo achacar los crímenes de la revolución rusa a uno u otro de sus líderes. El culpable, el criminal, es el sistema comunista. Lo confesó, contra todo pronóstico, un escritor español, comunista recalcitrante. En su primera visita a la URSS, en 1989, se entrevistó con Mijáil Guefter, "muy influyente en la nueva historiografía soviética". Guefter le explicó:
Nosotros somos millonarios en muerte. Cuatro millones de muertos durante la guerra civil entre rojos y blancos, 20 millones aniquilados por Stalin, otros 20 por los nazis. Y lo decimos desde un malsano orgullo. Cuando los muertos se cuentan a millones, pierden el nombre, el rostro, el sentido.
El escritor español, comunista recalcitrante, denunció en su crónica del encuentro "la evidencia del secuestro del socialismo a cargo de una burocracia mesocrática que tuvo en Stalin su emblema y ejecutor". Y añadió, despejando el equívoco que culpaba exclusivamente a Stalin y reconociendo, al final, la barbarie del sistema comunista:
Aquel secuestro costó 20 millones de muertos, repito, 20 millones de muertos. (…) Y sumemos todas las morfologías de la muerte, desde la muerte de hambre y esfuerzos bajo la brutalidad de las colectivizaciones y los trabajos forzados, hasta los directamente eliminados por su condición de enemigos del socialismo, de agentes contrarrevolucionarios al servicio de los enemigos de la revolución. Admitir que esos 20 millones de muertos son la muestra de la barbarie de un sistema, no de la locura de un ejecutor rodeado de cómplices, es un paso previo para cualquier revisión.
Firmado: Manuel Vázquez Montalbán, "Teoría de la desaparición del dinosaurio", El País, 16/7/1989.
Exacto: "Los 20 millones de muertos son la muestra de la barbarie de un sistema, no de la locura de un ejecutor rodeado de cómplices". Se cumplen cien años de la revolución rusa que dejó un tendal de 20 millones de muertos en su país y de 100 millones de muertos en todo el mundo. Quienes la toman como modelo o le rinden homenaje se retratan a sí mismos como enemigos de nuestra civilización y como potenciales candidatos a emular la barbarie de aquel sistema.