En marcado contraste con los insistentes reclamos árabes sobre Jerusalén, históricamente los musulmanes han confinado la ciudad a los rincones más apartados de sus anhelos. Jerusalén ha sido tan marginal para el islam que en el Corán no es mencionada una sola vez. Al rezar, los musulmanes le dan la espalda: incluso estando en ella, rezan mirando a la Meca.
En los setecientos años que estuvo bajo dominio islámico, Jerusalén no sólo no fue jamás ungida como capital, o al menos convertida en centro cultural de importancia, sino que fue considerada una plaza menor. Fundamentalmente, lo que pretenden los musulmanes es denegar el control de la ciudad a terceros –hoy en día, al pueblo judío–, más que afirmar su nexo con ella.
Durante los últimos trece siglos, Jerusalén sólo esporádicamente ha revestido importancia para el establishment musulmán, y siempre por cuestiones políticas, no religiosas. La historia testimonia esta aseveración.
Jerusalén en la historia temprana y media del islam
Mahoma abandonó La Meca y se trasladó a Medina en el año 622 de la Era Común. En un intento de ganar adeptos judíos para la naciente religión, adoptó varios de los ritos y prácticas mosaicos; por ejemplo, el de rezar en dirección al Monte del Templo. Luego del rechazo judío a las prédicas mahometanas, el profeta musulmán sustituyó Jerusalén por La Meca como referente de las plegarias.
Un siglo después de la muerte del Profeta, la dinastía Omeya, que controlaba Jerusalén y estaba enfrentada con un liderazgo disidente radicado en La Meca, decidió elevar el estatus de Jerusalén para contrarrestar el poder de Arabia. Las virtudes de la ciudad comenzaron a ser destacadas en la literatura, en tanto que los hadices (dichos y hechos del Mahoma) positivos sobre Jerusalén cobraron una mayor relevancia.
La Cúpula de la Roca fue erigida sobre las ruinas del Gran Templo judío a finales del siglo VII. En la centuria siguiente los omeyas construyeron una mezquita en Jerusalén, igualmente en el Monte del Templo, y la llamaron "la mezquita distante", también conocida como Al Masjid al Aqsa, o simplemente Al Aqsa.
El nombre poseía un simbolismo muy especial. Al describir el viaje nocturno de Mahoma, el Corán dice: "Gloria a [Alá,] quien tomó a su sirviente en un viaje nocturno desde la mezquita sagrada hasta la mezquita distante". El Dr. Martin Kramer y otros entendidos en el tema sostienen que "la mezquita sagrada" se encontraba en La Meca, en tanto que "la mezquita distante" hacía referencia a un lugar celestial; pero incluso si aludía a un lugar terrenal, no podría ser Palestina, dado que la zona en que se encuentra ésta recibe en el Corán el nombre de "la tierra más próxima".
En la actualidad, los musulmanes aducen que Al Aqsa es "la mezquita distante" de la que habla su texto sagrado. Una aseveración curiosa, dado que no había mezquita alguna en Jerusalén en vida de Mahoma. Jerusalén fue capturada por el califa Omar en el año 638, seis años después de la muerte del Profeta, y Abdel Whad construyó la de Al Aqsa cuando Mahoma llevaba muerto ochenta años.
En consecuencia, es históricamente obvio que el profeta musulmán no pudo tener dicha mezquita en mente cuando compiló el Corán, dado que aún no estaba en pie. Con lo cual, tal y como ha señalado el Dr. Daniel Pipes, ¡se ha insertado retroactivamente en los versos originales del Corán una mezquita construida con posterioridad a la revelación del texto sagrado sólo para validar un reclamo igualmente muy posterior!
Con el colapso de la dinastía Omeya, en el año 750, Jerusalén perdió su brío. Durante los siguientes 350 años, su relevancia religiosa para los musulmanes se mantuvo bajo mínimos. Ya no recibía tantas loas literarias, y sufrió un sensible parón urbanístico. De hecho, la Cúpula de la Roca se vino abajo en 1016. Fue solamente a partir de su conquista por los cruzados, en 1099, que los musulmanes comenzaron a volver a hablar de su gran importancia.
En el contexto de los preparativos para la conquista de 1150, salieron de nuevo a la superficie los libros y hadices ensalzatorios de Jerusalén. Pero tan pronto Saladino consumó la reconquista, el mundo islámico volvió a mostrar pasividad por la plaza. Tanto fue así, que uno de los nietos del propio Saladino la cedió temporalmente al emperador Federico II, a cambio de que éste prestara asistencia militar a su hermano.
El que Jerusalén estuviera otra vez en manos infieles despertó fuertes reacciones. En el siglo XIII, fue capturada por guerreros islámicos. Ahora bien, durante los siguientes siete siglos volvió a ser condenada a la irrelevancia por sus administradores musulmanes.
Jerusalén en la historia moderna del islam
Bajo el Imperio Otomano Jerusalén estuvo tan desatendida que los viajeros que la visitaban la describían en términos harto sombríos. En 1850 Gustav Flaubert encontró "ruinas por todas partes". En 1867 Mark Twain escribió que había perdido "toda su grandeza antigua" y se había convertido en una "aldea paupérrima". Mucho antes, en 1795, el aristócrata Charles-Joseph de Ligne la había denominado petit trou horrible, o sea, el agujerucho horrible.
La pasión musulmana por Jerusalén volvió a resucitar a raíz de los renovados esfuerzos judíos por regresar a su capital y de la creación del Mandato Británico (1917): los líderes árabes comenzaron a cursar visitas a la ciudad, se recolectaron fondos para la restauración de la Cúpula de la Roca, se desempolvaron los discursos sobre la santidad de la plaza y se multiplicaron los rezos en Al Aqsa.
Luego de la guerra de 1948, Jerusalén cayó en manos musulmanas. Durante la contienda, Jordania, una nación árabe, lanzó morteros contra la Ciudad Vieja. Tal y como señaló el profesor Yehuda Blum, el reino hachemita se convirtió en el primer país que bombardeaba la Ciudad Santa en la era moderna.
Bajo la administración jordana, los israelíes –tanto los de religión judía como los árabes, ya fueran éstos cristianos o musulmanes– tenían prohibido acceder a sus santos lugares de Jerusalén Oriental. Cincuenta y ocho sinagogas de la Ciudad Vieja fueron profandas o destruidas (algunas tenían más de siete siglos de antigüedad). Cientos de libros judíos de oración fueron pasto de las llamas. Cerca de 50.000 lápidas del antiguo cementerio judío del Monte de los Olivos fueron removidas y utilizadas para la construcción (también para levantar letrinas). En algunas zonas del camposanto se instalaron aparcamientos y estaciones de servicio. Fue sólo a partir de la reunificación de la ciudad, luego de la conquista israelí (1967), que se garantizó la libertad de culto y el respeto a los lugares sagrados de todas las religiones.
Pero volvamos a los tiempos de control jordano. Jerusalén volvió a perder su esplendor para el mundo islámico. Pipes ha explicado que los hachemitas se volcaron en hacer de Ammán, no de Jerusalén, el centro político-administrativo de su reino. Se clausuraron importantes instituciones oficiales radicadas en Jerusalén, como el Alto Comité Arabe, mientras que otras, como el Tesoro del Waqf, fueron trasladadas a Ammán. Actividades elementales como obtener un crédito bancario, suscribirse al servicio telefónico o registrar un paquete postal demandaban un viaje a Ammán. La radio jordana difundía los sermones de los viernes no desde Al Aqsa, sino desde una pequeña mezquita de Ammán. (Por cierto, estos sermones eran sometidos a censura, una restricción que Israel rescindió tan pronto reunificó la ciudad).
Las residencias de la Familia Real, así como la primera universidad jordana, fueron establecidas en Ammán, no en Jerusalén. La economía jerosolimitana se estancó, miles de árabes hicieron las maletas, y la ciudad se transformó en una plaza provincial de poca importancia. El propio rey Husein no la visitó sino muy ocasionalmente, al igual que el resto de los mandatarios árabes: ningún líder musulmán puso un pie en ella entre 1948 y 1967.
Por cierto, en la Carta Nacional Palestina, el documento fundacional de la OLP, redactado en 1964, no se menciona a Jerusalén una sola vez.
Todo esto cambió significativamente a partir de 1967, cuando la ciudad pasó a manos israelíes. Fue entonces que los árabes comenzaron a extrañarla. Fue entonces que la OLP empezó a citarla en sus documentos oficiales. Fue entonces que se hicieron omnipresentes las imágenes de la Cúpula de la Roca: como ha escrito Daniel Pipes, lo mismo la veías en la oficina de Yaser Arafat que en la verdulería de la esquina.
La Liga Árabe adoptó numerosas resoluciones sobre Jerusalén. Tras la revolución islámica, los billetes y las monedas iraníes se poblaron de representaciones de la Cúpula de la Roca. El ayatolá Jomeini declaró Día de Jerusalén los últimos viernes de cada Ramadán. En años recientes, con Jerusalén sobre la mesa de las negociaciones palestino-israelíes, varios gobernantes árabes expresaron públicamente sus deseos de rezar en la Ciudad Santa antes de morir. Etcétera.
Conclusión
El argumento árabe-musulmán, tan en boga en la actualidad, de que Jerusalén es la tercera ciudad santa del islam, luego de La Meca y Medina, debe entenderse en el contexto de las líneas precedentes. La centralidad de Jerusalén para los líderes musulmanes es una fábula. Como pasa con casi todas las fábulas árabes modernas, goza de enorme aceptación mundial, pero no deja de ser eso, una fábula.
NOTA: Este artículo se publicó en el suplemento "Ideas" de Libertad Digital el 6 de noviembre de 2007.