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Jeff Jacoby

Sí, es antisemitismo

"Cuando la gente critica a los sionistas", decía Martin Luther King en 1968, "en realidad está pensando en los judíos. Son antisemitas".

Libertad Digital

Se ha dicho una y mil veces: la crítica a Israel no le convierte a uno en antisemita. Siempre y cuando uno no sea como los cientos de antiisraelíes que se concentraron a finales de diciembre en Fort Lauderdale (Florida) para protestar por la intervención israelí en la Franja de Gaza: como sus pancartas y consignas dejaban bien a las claras, no sólo se oponían a las políticas del Estado judío.

Y es que corearon proclamas como "Bombardeemos Israel con armas nucleares" y exhibieron pancartas en las que se acusaba a Israel de perpetrar una "limpieza étnica" y se podían leer cosas como ésta: "¿Tomó nota Israel del Holocausto? Feliz Janucá". En un momento dado, uno de ellos espetó a la decena de partidarios de Israel que se concentraron en la acera de enfrente: "¡Asesinos! ¡Volved a los hornos! ¡Necesitáis uno bien grande!".

El conflicto árabe-israelí levanta fuertes pasiones, y la frontera que separa la desaprobación legítima de Israel del antisemitismo puede que no siempre se distinga con nitidez. Ahora, cuando alguien urge a los judíos a "volver a los hornos", está claro que la raya ha quedado muy muy atrás.

La página web danesa Snaphanen reprodujo recientemente un pasquín repartido en la plaza donde tiene su sede el ayuntamiento de Copenhague. "Paz con Israel, ¡nunca! ¡Matemos al pueblo de Israel!", decía en una cara; y, en la otra, lo que sigue: "¡Hay que matar a los judíos en cualquier parte del mundo! Paz con los judíos, jamás. Simplemente, hay que matarlos estén donde estén". La ortografía del panfleto dejaba mucho que desear, pero su exaltación del antisemitismo genocida no podría ser más diáfana.

El conflicto árabe-israelí levanta fuertes pasiones, y la frontera que separa la desaprobación legítima de Israel del antisemitismo puede que no siempre se distinga con nitidez. Ahora, cuando alguien urge a los judíos a "volver a los hornos", está claro que la raya ha quedado muy muy atrás.

Lo mismo cabe decir de lo que se pudo escuchar en Ámsterdam en Año Nuevo, durante una manifestación antiisraelí: "¡Hamás! ¡Hamás! ¡Los judíos al gas!". En Bélgica, simpatizantes de la referida organización terrorista quemaron banderas israelíes y menorás y pintaron esvásticas en tiendas propiedad de judíos. La consigna aireada en las manifestaciones de Boston, Los Ángeles y Vancouver fue sólo un poco menos vil: "Palestina será libre desde el río [Jordán] hasta el mar", que es lo mismo que dice Mahmud Ahmadineyad con otras palabras: hay que borrar a Israel del mapa.

Digámoslo por centesimoprimera vez: los comentarios negativos sobre Israel no tienen por qué ser expresión de prejuicios raciales. Israel no es más inmune a las críticas que los demás países. Pero se necesita padecer de ceguera voluntaria para no ver que el antisionismo de hoy, el rechazo a la existencia de Israel, a la idea de que el pueblo judío tiene derecho a dotarse de un Estado, no es más que el collar nuevo del viejo antisemitismo.

El odio a los judíos siempre ha sido proteico, se ha adaptado a las circunstancias de cada momento. Ha habido épocas en que a los judíos se les ha puesto en la diana por motivos religiosos: se les ha acusado de asesinar a Cristo y de ser enemigos de la fe verdadera, lo cual ha llevado a su satanización. Otras veces se les ha visto como desleal quinta columna que había de ser reprimida o expulsada, o como una raza degenerada que debía ser exterminada. En nuestros días, el odio a los judíos se expresa de manera aplastante en términos nacionales: es el Estado judío lo que obsesiona a los racistas.

Se necesita padecer de ceguera voluntaria para no ver que el antisionismo de hoy, el rechazo a la existencia de Israel, a la idea de que el pueblo judío tiene derecho a dotarse de un Estado, no es más que el collar nuevo del viejo antisemitismo.

Como ha escrito la columnista británica Melanie Phillips, el antisemitismo primero fue a por la religión de los judíos, luego a por los individuos judíos y ahora a por el Estado de los judíos.

La afirmación de que el antisionismo no tiene nada que ver con la intolerancia no se sostiene. ¿Se imagina a alguien proclamar con vehemencia que Irlanda no tiene derecho a existir, que el nacionalismo irlandés es una variedad del racismo y que quienes asesinan a irlandeses son en realidad víctimas dignas de la simpatía del mundo? ¿Quién entendería esas filípicas como algo distinto al odio a lo irlandés? ¿Quién diría que sus propaladores no albergan prejuicios antiirlandeses?

Por eso, quienes demonizan y deslegitiman a Israel, quienes proclaman que el mundo sería mejor si ese Estado no existiera, quienes ensalzan o simpatizan con sus enemigos mortales, quienes lo equiparan con la Alemania nazi y la Sudáfrica del apartheid o le atribuyen crímenes que no sólo no ha cometido sino que sufre, esa gente, sí, es antisemita, tanto si lo reconoce como si no.

¿Se puede criticar a Israel? Que sí, claro que sí. Pero quienes lo critican con estridencia por la guerra que libra contra Hamás se están alineando con los más virulentos fanáticos antijudíos. Pueden decirse a sí mismos que eso no les convierte en antisemitas, pero se equivocan. "Cuando la gente critica a los sionistas", decía Martin Luther King en 1968, "en realidad está pensando en los judíos. Son antisemitas".

NOTA: Este artículo se publicó en el suplemento "Ideas" de Libertad Digital el 20 de enero de 2009.

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