Ser de derechas en el extrarradio
¿Y usted que vive en la periferia, cómo es que se declara liberal en lo económico y conservador en lo moral, en vez de socialista o comunista?
¿Y usted que vive en la periferia, cómo es que se declara liberal en lo económico y conservador en lo moral, en vez de socialista o comunista? Tras las elecciones generales del 2000, la izquierda se preguntaba atónita cómo habían podido perder los socialistas en un sitio como el barrio de San Blas de Madrid. Hubo declaraciones de incredulidad parecidas más recientemente, cuando la izquierda perdió Móstoles en las últimas elecciones municipales.
Que los sorprendidos en no pocos casos sean progres bien instalados, residentes en buenas urbanizaciones o en pisos de cerca del millón de pesetas el metro cuadrado, puede ser un buen indicativo de la ignorancia y el desprecio que las élites de la progresía sienten hacia a la gente normal y a sus problemas.
Nada que nos deba extrañar demasiado. Los autodesignados representantes de los menos pudientes en los medios de comunicación suelen ser sindicalistas liberados con pisos en la calle Serrano, cantautores y actores subvencionados con servicio doméstico que, por supuesto, sólo viajan en primera clase, o juntaletras que periódicamente visitan Cuba para cobrar en carne su contribución a la causa. Ahora bien, jamás verán ustedes a una asistenta rumana explicando su opinión sobre el marxismo, ni los medios de comunicación invitarán a unos inmigrantes polacos para que nos den su valoración sobre la calidad de los servicios que puede ser capaz de proporcionar el sector público en régimen de monopolio. ¿Será tal vez por qué conocen de primera qué les puede ofrecer el socialismo real?
Uno se puede permitir la pose de ser de izquierdas teniendo ya un patrimonio consolidado, viviendo en entornos ordenados, sin familias rotas y disfuncionalidad por doquier.
En realidad, la distancia entre el discurso y las prácticas de la izquierda y las necesidades y los deseos de la gente corriente con menos recursos se va haciendo tan abismal, que lo que sorprende a estas alturas es que todavía tantísima gente les siga echando el voto. Recuerdo por ejemplo que, cuando la Ley del Menor puso a miles de reclusos magrebíes en la calle y los crímenes se multiplicaron en algunas zonas marginales de la capital de España, lo único que escucharon de la progresía sus sufridos ciudadanos fueron peroratas sobre las virtudes de la reinserción, la responsabilidad de la sociedad –nunca del delincuente– en la proliferación de delitos o las inenarrables virtudes del multiculturalismo.
Mientras la izquierda sigue repitiendo aquel manoseado eslogan del "No hay nada más tonto que un pobre de derechas", un amigo me comentó en cierta ocasión: "Los pobres son pobres, pero no son tontos. Por eso los mejicanos emigran a los Estados Unidos y no a Cuba". No es de extrañar que ya bastantes no sólo voten con los pies, sino también en las urnas.
Cada vez más gente humilde se va dando cuenta de que opciones como el cheque escolar o los conciertos con colegios privados son su mejor oportunidad para escapar del sistema de adoctrinamiento partidista, caos disciplinario, incompetencia académica y balcanización en que se ha convertido la educación pública con valores progresistas. ¿Qué decir de la asistencia médica?, ¿cuántos no querrían poder optar por sociedades de seguro médico privados al modo de los funcionarios?
Otra tanto ocurre en el campo de la fiscalidad. La existencia de tipos progresivos en el impuesto sobre la renta, que se hacen confiscatorios a partir del umbral en que se empieza a ganar el suficiente dinero para poder ahorrar, perjudican especialmente al que nada tiene y que para salir de pobre debe trabajar más duro. La política de confiscar prácticamente la mitad de todo lo ganado anualmente por encima del promedio convierte en un esfuerzo estéril aspirar al sueño que fue posible para nuestros mayores: dar el salto a la clase media y a una situación cada vez más desahogada.
Uno se puede permitir la pose de ser de izquierdas teniendo ya un patrimonio consolidado, viviendo en entornos ordenados, sin familias rotas y disfuncionalidad por doquier, mandando a estudiar a los niños al extranjero y no teniendo más contacto con los delincuentes que los procedentes de algún docudrama de fuerte contenido social. A fin de cuentas, son otros los que sufren las consecuencias de tanto progresismo. Para el resto se recomienda abstenerse.
NOTA: Este artículo su publicó en el suplemento "Ideas" de Libertad Digital el 29 de octubre de 2004.
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