No me digas hijo de Cortés
ni de Aguirre ni de Pizarro,
no somos parientes lejanos.
O, en todo caso, tan emparentados
como un italiano
con Calígula o Nerón.
Con estos versos comienza la canción "Hijo de Cortés", incluida en Palosanto, disco grabado en Los Ángeles en 2013. Su autor, el músico español, exlíder de Héroes del Silencio, Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy, vulgo Enrique Bunbury (Zaragoza, 1967). Ídolo en México, Bunbury no pudo sustraerse a la tentación de tratar a propósito de Hernán Cortés. Un tratamiento que, tal y como era de prever, se movió dentro de los estrechos márgenes negrolegendarios propios de la industria a la que pertenece el cantante maño. Ello explica el hecho de que Bunbury trate de establecer un artificioso corte histórico que le distancie de Cortés, pero también de Aguirre y de Pizarro, personajes que, en un burdo paralelismo, considera tan lejanos a un español como lo son Nerón y Calígula de un italiano. Más allá de tal pirueta, la elección de los dos emperadores romanos no parece en absoluto inocente. Equiparar a Hernán Cortés con tan sanguinarios gobernantes habla a las claras de la visión que de don Hernando tiene don Enrique, quien probablemente ignore que Cortés, con quien más se ha comparado históricamente ha sido con el emperador Julio César. Y es que, en este caso, los paralelismos son más fáciles de establecer, pues ambos narraron sus propias hazañas bélicas. El primero en las Galias y el segundo en una Nueva España que replicó las instituciones peninsulares, muchas de ellas herederas del Imperio romano. Guste o no, un español, y Bunbury lo es, está mucho más cerca de Hernán Cortés que un italiano de Calígula o de Nerón.
El segundo tramo de la canción plantea paralelismos semejantes. En esta ocasión, los invocados, quizá por mirarse en el espejo cortesiano que cree manejar Bunbury, son nada menos que Fujimori y Pinochet. Huelgan las explicaciones del porqué de tales comparaciones:
No me digas hijo de Cortés,
ni confundas pueblo y soberano,
igual que un chileno o peruano
no tiene por qué ser hermano
de Fujimori o Pinochet.
Destaca también en esta estrofa su segundo verso, pues en él Bunbury nos advierte sobre la diferencia entre pueblo y soberano. El autor de "Hijo de Cortés" salva en ella al "pueblo", sea ello lo que fuere, y concentra el mal en determinadas figuras individuales que, por alguna razón, están desconectadas de ese "pueblo" que abarrota los estadios para ver a los deportistas populares o a los artistas pop, que igual brindan con chelas que con pisco, pues tal brindis adereza el tema que andamos analizando.
No me digas hijo de Cortés
ni de Isabel "la marrana",
yo no nací en su cama,
ni la Malinche me dio de mamar,
ni tengo por qué ocultar
que en esta tierra
tengo mi hogar.
Así reza la penúltima estrofa, por la que desfilan tanto Isabel la Católica como la Malinche. En el caso de la primera, el calificativo de "marrana" lanzado por Bunbury no parece tener que ver con el hecho de que a los judeoconversos españoles se les llamara "marranos", acusación que pondría en un brete de perfiles antisemitas a nuestro cantante, sino por una cuestión mucho más vulgar y escatológica. Todo parece indicar que el marranismo isabelino está emparentado con esa leyenda según la cual la reina Isabel prometió no cambiarse la camisa hasta que no conquistase Granada, frase de la que no hay evidencia documental alguna. Muy al contrario, sépalo o no nuestro autor, la reina destacó por su pulcritud, hasta el punto de ser recriminada por ello por su confesor, fray Hernando de Talavera. Pero aún hay más, pues aunque Bunbury reniega de Isabel I de Castilla, lo cierto es que la posibilidad del éxito logrado allende el Atlántico por el artista zaragozano se debe en gran medida a algunas de sus iniciativas. El mestizaje, tan elogiado por la progresía más rigorista, debe mucho a aquella mujer nacida en Madrigal de las Altas Torres, pues fue ella quien incluyó estas voluntades proteccionistas en su testamento:
Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien.
Fue también Isabel la Católica la primera persona que se preocupó por los derechos de los indios, al ordenar que estos continuaran siendo propietarios de las tierras que les pertenecían antes de la llegada de los españoles. A ella también se debe un decreto que prohibió la esclavitud de los naturales, dando al traste con el proyecto esclavista de Cristóbal Colón. En cuanto a la incorporación a la letra de la Malinche, es evidente que se trata de otro oportunista guiño a cierto sector del público mexicano, aquel que considera a doña Marina una traidora a un México que, sencillamente, no existía como unidad política cuando la esclava fue entregada por los totonacas a Hernán Cortés. La nación mexicana, pese a quien pese, es más hija de Cortés que de Moctezuma, personaje que desfila también por la canción:
No me digas hijo de Cortés
no digas más palabrotas,
que Moctezuma jamás se vengó
de este vuestro hermano sincero o idiota,
enterremos de una vez el rencor
que es muy mal consejero.
El broche, de tono conciliador, aparece antes del último brindis con el que se cierra la canción. El rockero insiste, sin embargo, en sacudirse lo que para él es una palabrota. Al cabo, hijo de Cortés parece sonar en sus oídos igual que hijo de puta. Sin embargo, y a pesar de que Bunbury reniega del linaje cortesiano, lo cierto es que su éxito debe mucho a algunos acontecimientos que corrieron paralelos a los protagonizados por Cortés. Entre ellos cabe destacar que en el trascendental año de 1492 Antonio de Nebrija publicó su Gramática castellana, obra dedicada al idioma en el que se desenvuelve Enrique Bunbury, aclamado en aquellas tierras que un día integraron el Imperio español, a cuya ampliación contribuyó más que nadie Hernán Cortés, hombre que puso las bases de lo que no por casualidad se llamó Nueva España.