La obsequiosidad y la hipocresía han sido más la norma que la excepción en los tratos de los sucesivos Gobiernos de España con la dictadura castrista. El viaje de Pedro Sánchez a Cuba es una continuación de esta embarazosa relación con la peor dictadura de América, y puede ser una buena excusa para recordar al diplomático español que se enfrentó con destemplada gallardía al matonismo que desde el principio definió a Castro.
El 22 de enero de 1960, un año después de su golpe revolucionario, Fidel Castro pronuncia en televisión uno de sus discursos de horas. En uno de sus pasajes, el dictador alude al embajador español en La Habana, al que acusa de dar su apoyo a los "contrarrevolucionarios" que le combaten, y a un grupo de curas españoles de derechas, que supuestamente estarían conspirando contra el régimen. El embajador español en La Habana es en esos momentos Juan Pablo de Lojendio e Irure, un aristócrata vasco que perteneció a la CEDA durante la II República y llevaba ya ocho años al frente de la legación en Cuba. Pese a que pasa de la medianoche, el diplomático, que tenía el título de Marqués de Vellisca, está viendo el discurso en su residencia. Indignado por las palabras de Castro, Lojendio se desplaza a los estudios donde está hablando Fidel, se salta todos los protocolos y controles de seguridad e irrumpe en el plató desde el que el líder de la Revolución se dirige a la nación.
Un vídeo de la época transmitido por una televisión estadounidense muestra el momento del incidente. En las imágenes se ve al marqués forcejear con el personal de seguridad que arropa a Castro. Según el locutor, el diplomático entra en el estudio denunciando a voz en grito que ha sido víctima de una calumnia. Fidel, continúa la voz en off, aprovecha el momento para dar un puñetazo sobre la mesa y decretar con solemnidad teatral la expulsión del embajador español. Hasta que los técnicos de la televisión cubana lograron cortar la emisión, los habitantes de la isla pudieron ver al noble español llamando "mentiroso" al Comandante. Un espectáculo que seguramente no se repitió nunca en el más de medio siglo que tuvieron que vivir bajo la bota de Fidel.
Varios periódicos estadounidenses se hicieron eco del incidente, que provocó una crisis diplomática entre Madrid y La Habana, finalmente resuelta por encima de las diferencias ideológicas entre los dictadores que mandaban en ambos países. Según dice Joaquín Roy, de la Universidad de Miami, en la página 449 de este documento, el incidente está profusamente documentado en uno de los libros del profesor de Historia de la Universidad de La Laguna Manuel de Paz-Sánchez. En la obra, que lleva por título La diplomacia española ante la Revolución Cubana (1957-1960) y utiliza fuentes inéditas del Ministerio de Exteriores español, se cuenta con "rigor académico" y "gran sentido narrativo" que la actitud del diplomático molestó bastante a Franco, quien le recriminó su actuación y le condenó al ostracismo durante meses.
De lo ocurrido en el plató y de los hechos que desencadenaron aquello habla asimismo (en la página 237) el trabajo académico Vascos en Cuba, publicado (en inglés) por el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada y disponible gratis en internet.
Antes de que Lojendio saliera de Cuba declarado persona non grata por la Revolución –es decir, por Castro–, la embajada española vivió uno de los actos de repudio que alcanzarían notoriedad años después como forma de acoso y humillación a los disidentes. Así lo cuenta esta noticia firmada desde La Habana por un corresponsal de la prensa estadounidense que cifra en 20.000 el número de cubanos que se dieron cita ante la legación española para mostrar su rechazo al embajador y colgar dos banderas, una de Cuba y otra de la II República, en la puerta de la embajada. Otras crónicas hablan de la presencia de un burro al que pusieron un cartel con la inscripción "Soy el marqués de Vellisca", en la línea castrista de deshumanizar al adversario político.