El 'Cantar del Mío Cid': del pergamino al celuloide
Los servicios de Menéndez Pidal fueron requeridos por la Academia de la Historia para informar sobre el guión de la película 'El Cid'.
Durante dos semanas, la Biblioteca Nacional ofrece la posibilidad de contemplar la única copia que se conserva del manuscrito del Cantar del Mío Cid. Setenta y cuatro hojas de pergamino castigadas por el uso de reactivos destinados a esclarecer su lectura, que la Fundación Juan March donó en 1960 a la institución pública, después de comprarla a los marqueses de Pidal.
Entre las manos más distinguidas que tuvieron acceso al manuscrito, figuran las de Ramón Menéndez Pidal, ganador en 1895 de un concurso convocado en 1882 por la Real Academia a propósito del poema que Per Abbat dejó por escrito por primera vez. Tan grande fue la pasión cidiana de don Ramón, que en 1900, una vez casado con María Goyri, recorrió con su esposa la ruta del destierro del Cid. Máxima autoridad en la materia, autor en 1929 de La España del Cid, que pronto se tradujo al inglés y al alemán, los servicios de don Ramón fueron requeridos por la Real Academia de la Historia en el verano de 1960 para que informara sobre el guión en el que se iba a apoyar la película El Cid, impulsada por el judío Samuel Bronston, sobrino de Trotski. Su designación no podía ser más oportuna, pues aquel texto, escrito por Fred Frank y Enrique Llovet, bebía en la exitosa obra del polígrafo coruñés, que dio su nihil obstat. El de la Samuel Bronston Productions no fue, sin embargo, el primer intento de llevar la epopeya del caballero castellano a las pantallas. En 1929, por sugerencia de Douglas Fairbanks, el actor asturiano Pedro Larrañaga y Ruiz-Gómez trató de rodar un filme basado en un texto del poeta chileno Vicente Huidobro. Aquel proyecto contó ya con la asesoría de Menéndez Pidal, que en 1961, ya nonagenario, recibió en su domicilio la visita del actor encargado de dar vida al Cid: Charlton Heston. El rodaje de la producción italoestadounidense, dirigida por Anthony Mann, se desarrolló entre el 14 de noviembre de 1960 y el 15 de abril de 1961. El archivo del NO-DO conserva las imágenes del paso de don Ramón por los estudios de Sevilla Films, coincidente con la grabación de la Jura de Santa Gadea.
Tal y como cuenta Elena Criado en su El Cid, del cantar a la gran pantalla (Univ. Complutense, Madrid 2016), la censura no puso grandes reparos a la emisión de la película. De entre los que examinaron el filme, los comentarios más interesantes fueron los vertidos por el hedillista Patricio González de Canales, del que extractamos sus fragmentos más relevantes:
Primero: Factores negativos.- Históricamente está desenfocada y sus personajes -especialmente Alfonso VI- no responden a la verdad. Al pretender actualizar -diplomática y pacíficamente- al Cid, se desvirtúa la naturaleza de su Caudillaje. Otro tanto puede decirse de la consideración de España -voz entonces no usada- como un todo político en la mente del Cid. Tampoco el lenguaje resulta, a veces, apropiado.
e) Moralmente es una película ejemplar para la moral masculina y el sentimiento de lo patrio contra las tendencias materialistas que gobiernan el mundo. Especialmente el valor y la lealtad, sobre todo. El matrimonio es ejemplar.
Superado este trámite, la película se estrenó en el madrileño cine Capitol el 27 de diciembre, dentro de una gala a beneficio del Patronato del Niño Jesús del Remedio, que presidió doña Carmen Polo. Económicamente, El Cid, que costó seis millones de dólares, fue un éxito, pues en su primer año recaudó 35 millones de dólares. A principios de los 60, incorporada a un cine épico auspiciado por los Estados Unidos, la figura de Rodrigo Díaz de Vivar era ya diferente a aquella que cantara Federico González Navarro (1907-1988), más conocido como Federico de Urrutia, en su Romance de Castilla en armas (1938). Camisa vieja de Falange, el autor de La paz que quiere Hitler (1939), se refirió de este modo al Cid en su poema:
El Cid –lucero de hierro–
por el cielo cabalgaba,
con una espada de fuego
en fraguas del sol forjada.
Al final de su composición, el acero de las tropas acaudilladas por Franco, a las puertas de Madrid, centellea:
¡Madrid se ve ya muy cerca!
La Falange se alzó en armas.
Laurel en el rojo y negro
de sus banderas bordadas.
... Por la parda geografía
de la tierra castellana
clavadas en los fusiles,
las bayonetas brillaban.
A ellas les acompañó la providencial –y anacrónica– visión de un Cid vestido de esta guisa:
Y el Cid, con camisa azul,
por el cielo cabalgaba...
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