Ajustes de cuentas con la Historia
Es imposible y utópico que los actuales habitantes de un país se hagan responsables de los estragos que pudieran hacer algunos de sus antepasados.
El predominio de la infausta Ley de Memoria Histórica no consiste solo en tergiversar la guerra civil de 1936, sus antecedentes y consecuencias. En vista del éxito de tal depravación, ahora se extiende la moda de pedir perdón por las tropelías que pudieron hacer nuestros antepasados, los españoles de otros siglos.
Ahí tenemos a un gerifalte del separatismo catalán que se incorpora a la petición de perdón que tiene que hacer el Gobierno de España por la conquista de México en el siglo XVI. Sugiero que, puestos a solicitar perdones históricos, el mandamás en cuestión exija responsabilidades retrospectivas al Fomento del Trabajo de Cataluña por haberse opuesto en su día a la abolición de la esclavitud en Cuba. Esa poderosa organización patronal cuidaba así de los intereses de sus asociados, los que se habían enriquecido con la trata de los barcos negreros y la posterior explotación de los pobres esclavos africanos.
Tampoco estaría de más que los españoles que no somos catalanes exigiéramos responsabilidades históricas por el siglo de proteccionismo económico que inaugura la Restauración a finales del siglo XIX. La cual significó que los españoles de varias generaciones hemos tenido que pagar un coste extraordinario por los tejidos catalanes, que salían más caros que los importados de Inglaterra.
De vez en cuando se oye la cantinela de que España debe devolver el oro y la plata que se llevaron los conquistadores del continente americano. Sería más justo que se exigiera a los hispanoamericanos la devolución de las cuentas de vidrio y los espejitos, que, según la tradición, los españoles dieron a los indios a cambio del oro y la plata. Sería un trato justo con América Latina. Y digo bien, "América Latina" y no "Iberoamérica", porque, como decía Agustín de Foxá, conviene que españoles y portugueses compartamos responsabilidades con franceses e italianos.
El predominio de la infausta Ley de Memoria Histórica no consiste solo en tergiversar la guerra civil de 1936. En vista del éxito de tal depravación, ahora se extiende la moda de pedir perdón por las tropelías que pudieron hacer nuestros antepasados.
Puestos a trazar un saldo económico con la conquista de las Indias, los españoles deberíamos pagar una penalización por haber disfrutado de la patata, el maíz, el cacao, el tomate, entre otros productos traídos de los virreinatos americanos. Claro que, para que saldo fuera justo, los españoles deberíamos cobrar una comisión por el esfuerzo que hicieron los conquistadores al llevar a América caballos, vacas y ovejas, además de la caña de azúcar, el trigo o la vid. Por no hablar de la singular utilidad de disponer de un idioma de comunicación como es el castellano o español.
Ya que se trata de establecer saldos históricos, los españoles actuales podríamos exigir al Gobierno de Italia que nos devolviera el oro y otros metales que se llevaron los antiguos romanos de nuestras tierras. No parece que los romanos intercambiaran los metales por cuentas de vidrio.
Las requisitorias históricas pueden ser infinitas. Sería del mayor interés que Arabia Saudí nos indemnizara por las tropelías que Almanzor y otros caudillos mahometanos cometieron hace siglos sobre nuestro territorio. Más cercano es el expolio de obras de arte que hicieron las tropas francesas de Napoleón y las de los Cien Mil Hijos de San Luis, en el siglo XIX.
La magnitud y complicación de tales ajustes de cuentas de alcance histórico es tal que casi será mejor dejar las cosas como están. La razón es simple: la Historia no se puede enmendar. Resulta imposible y utópico que los actuales habitantes de un país, a través de su Gobierno, se hagan responsables de los estragos que pudieran hacer algunos de sus antepasados. Porque también cuentan las hazañas y esfuerzos que desplegaron nuestros ancestros por engrandecer el bienestar y la cultura de la Humanidad. La Historia entera ha sido un benéfico intercambio entre los distintos pueblos. Todo lo demás es un estúpido nacionalismo, y valga la redundancia.
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