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Xavier Reyes Matheus

Historiadores del liberalismo hispanoamericano: Jesús Reyes Heroles

No pudo aspirar a la Presidencia mexicana por ser hijo de español.

 No pudo aspirar a la Presidencia mexicana por ser hijo de español.

Escribir una historia del liberalismo implica enfrascarse, antes de entrar en materia, en una serie de precisiones terminológicas destinadas a acotar debidamente lo que se quiere aludir con el adjetivo liberal. A pesar de la buena acogida que esa palabra española encontró en otras lenguas, dicen cosas bien distintas el liberal del inglés británico y el de los Estados Unidos; y al final un autor como Edmund Fawcett, que ha publicado recientemente Liberalism: The Life of an Idea, tendrá que dejar claro a qué ámbito circunscribe su estudio. Lo mismo en el espacio que en el tiempo, pues será necesario describir, por una parte, las metamorfosis del concepto, y, por otra, los elementos constantes que permiten identificar una tradición de ideas y de movimientos liberales.

En efecto, el liberalismo puede enfocarse como el desarrollo doctrinal de una serie de valores, al modo de la Histoire intellectuelle du libéralisme de Pierre Manent; pero esas doctrinas difícilmente podrán disociarse de proyectos políticos concretos. Ello exige que no sólo los filósofos y los pensadores sean los protagonistas de la historia liberal, sino también los hombres de acción. La historia intelectual es al mismo tiempo historia política, con todo lo que va implicado en tal noción: historia constitucional, de los partidos políticos, de las instituciones, de las políticas económicas, sociales, educativas, etc.

Tales estrategias han sido desplegadas por el liberalismo, a lo largo de su historia, frente a distintos tipos de despotismo o de privilegio. A finales del siglo XVIII y durante el XIX, está claro que la imagen del poder absoluto estaba representada por el Antiguo Régimen y por la alianza del trono y el altar: el enemigo del liberalismo era reaccionario e inmovilista. Por el contrario, la aparición de los totalitarismos puso ante los liberales un enemigo de naturaleza revolucionaria, que proyectaba sus ideales y discursos hacia un porvenir utópico. En tal contexto –de resistencia y lucha contra el fascismo– se escribió una obra como la Storia del liberalismo europeo, del filósofo italiano Guido De Ruggiero (1925). Su amigo Benedetto Croce, en la reseña que escribió sobre el libro, afirmaba:

(…) liberal es quien acepta la idea del Estado liberal, ya sea luego conservador, moderado, democrático en sus distintas gradaciones y especificaciones, e incluso socialista, siempre que el socialismo, renunciando a las revueltas y dictaduras proletarias y a las utopías, opere dentro de aquel marco.

Al quedarse solo el comunismo como sistema totalitario, el liberalismo pasó a representar por antonomasia el credo anticomunista; pero en cambio sigue resultando equívoca la utilización del término por parte de los defensores de la socialdemocracia (y de variantes como la democracia cristiana), que con cierta frecuencia se muestran dispuestos a reconocerse como liberales.

La historia del liberalismo en Hispanoamérica abarca un panorama de límites muy difusos entre elementos y fenómenos ideológicos paradójicos. En la línea de lo apuntado por Benedetto Croce, resulta imposible obviar en aquellas tierras el papel desempeñado por el Estado a la hora de imponer el ideario liberal como el espíritu en el que la nación debía encontrar su razón de existir. Para las repúblicas hispanoamericanas surgidas tras los procesos de la independencia, conquistar la nacionalidad suponía también acceder a la modernidad, cuya quintaesencia eran los valores liberales; pero siempre era el Estado el administrador de tales valores. Para más inri, quien dice el Estado dice muchas veces el caudillo.

Al abordar la enjundiosa tarea de escribir su obra en tres volúmenes, titulada El liberalismo mexicano (1957-1961), el político e intelectual veracruzano Jesús Reyes Heroles (1921-1985) reconocía la necesidad de ajustarse a una visión pragmática del fenómeno liberal en su país, encajándolo en el proceso de construcción del moderno Estado nacional.

"Debe tenerse presente", advierte Reyes Heroles, "que la lucha política se realiza durante largo tiempo dentro del mecanismo gubernamental. Son las localidades, los Estados y las clases medias dispersas por el país quienes activan el progreso liberal, tanto en materia federal como en las relaciones Estado-Iglesia y libertades. Son las fuerzas centralizadas, alto clero y altos jefes del ejército, las que se oponen al impulso liberal y pretenden retrotraer la sociedad a la Colonia o mantener, al menos, por el mayor tiempo posible, la vigencia de los elementos coloniales".

Resulta difícil no sentirse tentado a ver en esa modernización dirigida desde el poder el fracaso de un liberalismo que para algunos consiste, como señala Reyes Heroles, en un "fetichismo de la ley y la institución", que asigna a ambas "facultades milagrosas", pues cree que basta con proclamar los principios liberales para que éstos se realicen. Pero, a pesar de los pesares, Reyes Heroles, que participó activamente en la vida política de México (como asesor de múltiples gobiernos priístas, hasta llegar a la Secretaría de Educación bajo la presidencia de su discípulo Miguel de la Madrid), se mostró siempre dispuesto a reconocer los logros del liberalismo en la edificación de la nación mexicana. Aunque los valores ciudadanos no se observasen o se respetasen del todo, al menos se violaban con la conciencia de que existían:

¿Son las realidades de México superiores, mejores, menos defectuosas si se quiere, después del triunfo liberal que antes? Y ajustando más la interrogante: ¿fueron mejorando las realidades nacionales conforme el liberalismo fue imponiéndose? Estableciendo esta perspectiva, las respuestas en sentido afirmativo pueden ser categóricas. Ciertamente que el costo de lo obtenido fue alto; pero las instituciones que se implantaron fueron tan firmes y tan sólida la fe en ellas, que permanecen indemnes frente a los pecados o negligencias que en su contra se cometen. Son tan recias, que provocan voluntades irresistibles cuando formalmente se intenta desterrarlas. En nuestro desarrollo político se ha presenciado el disimulo, haciendo que no operen instituciones vigentes; la negación en la práctica de ellas. Pero pocas veces se ha pretendido, después del triunfo liberal, subvertirlas teóricamente, y cuando ha sucedido, se reacciona con calor y pasión defendiendo esas instituciones como si fueran en verdad realidades que se disfrutan.

Jesús Reyes Heroles, que no pudo optar a la Presidencia de la República por ser hijo de español (una limitación que se eliminó más tarde, y que permitió a Vicente Fox acceder al cargo), cuenta hoy con un cenotafio en la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México, donde se honra la memoria de las más importantes personalidades históricas del país.

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