En marzo de 1812, cuando se estaba promulgando la Pepa en las Cortes Generales Extraordinarias reunidas en Cádiz y tenía 35 años, José Manuel Vadillo era vocal de la Junta Superior de Gobierno de Cádiz. Poco después fue nombrado alcalde de la ciudad, y al año siguiente fue diputado en dichas Cortes; y, siendo miembro de la Real Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País desde, al menos, 1805, colaboró en la apertura de la homónima de Cádiz, de la que fue socio hasta la muerte.
Tenido por masón, se exilió en Londres tras comenzar la Década Ominosa de Fernando VII, pasó a Gibraltar y, ante la protesta de la monarquía española, a París. En 1833 volvió a España y volvió a ser diputado, en 1834, y luego alternó Congreso y Senado hasta que abandonó la política, en 1845. Volvió definitivamente a Cádiz y allí murió en 1858, rodeado de honores sociales o civiles y bastante rico, si bien ya lo era por familia. Legó su inmensa biblioteca (de 7.000-8.000 volúmenes) a la Biblioteca Provincial de Cádiz.
El autor que mejor lo ha estudiado, Eduardo Escartín González, destaca dos obras principales: Discursos Económicos-Políticos y Sumario de la España Económica de los siglos XVI y XVII, corregidos y aumentados, recopilación de artículos sobre economía política publicados en Cádiz en 1844, y Apuntes sobre los principales sucesos que han influido en el actual estado de la América del Sud, publicado en Londres en 1829 y de un importante contenido político y de defensa de España.
En la galería de personajes ilustres del Ayuntamiento de Cádiz, en el Centro Cultural Municipal Reina Sofía, se encuentra un retrato de este alcalde que llegó a ser consejero de Estado. Sus ideas, sin embargo, nada tienen que ver con algunos de sus sucesores, como el actual alcalde, José María González Santos, alias Kichi, de tendencias trotskistas y populistas. Tampoco con las del famoso Fermín Salvochea, de quien se ha informado recientemente de que, además de un espíritu anarquista y austero, participó en la organización de un atentado terrorista. Lo cuenta su amigo Pedro Vallina en sus memorias. El atentado, dirigido contra la Familia Real española, no pudo ser consumado por la muerte del químico que iba a fabricar la bomba.
José Manuel Vadillo perteneció al liberalismo doceañista moderado que asentaba sus ideas económicas en Adam Smith y otros autores de la época, aunque tenía bien interiorizadas las doctrinas liberal-escolásticas sobre economía, rescatadas del silencio en la segunda mitad del siglo XX. A pesar de que no fue muy leído en su tiempo –tal vez por ese estilo denso e incluso pesado que le criticaban–, Escartín considera que sus ideas liberales sobre economía "no han perdido vigencia hoy en día y pueden servir de guía para superar la crisis económica actual y ayudar al crecimiento económico español".
Unos cuantos ejemplos bastarán para conseguir el propósito de animar a los lectores a un conocimiento más profundo sobre este liberal gaditano y españolísimo. De hecho, sus Apuntes sobre la situación sudamericana tienen varios capítulos dedicados a la defensa de las acusaciones sufridas por España en América. De hecho, toda la primera parte y sus once capítulos están dedicados a reivindicar el comportamiento de los españoles en América.
Su objetivo no fue otro que éste:
Yo, que me glorío de ser español, supuesto que el destino me hizo nacer en España, no puedo menos de conservar la grata idea de que mi patria, que tantos sublimes periodos ha tenido de libertad y heroísmo, sacudirá algún día el letargo y postración a que la han reducido.
Licenciado en Derecho, ilustrado y bien culto, creía en la ciencia y la razón:
Por fortuna para las sociedades civiles esta influencia bienhechora se sintió decididamente en las ciencias que más de cerca concurrían a la felicidad de sus individuos, cuales son la moral, la legislación, la política y la economía, en las que al error y la confusión sustituyó la evidencia, el cálculo a la sofistería, el raciocinio al pedantismo, y la filosofía al vano estrépito de palabras sin concepto, ambiguas, importunas é insustanciales.
Respecto a la propiedad, dice: "El clamor de los sagrados derechos de la propiedad afianzados en todo por las sociedades, y sofocados en su ejercicio con relación a los dueños del dinero, que es no solo una mercadería como las otras, sino también el signo que las representa a todas y el muelle por que se manejan y nivelan (…)". Para él, la propiedad privada es el signo de las sociedades civilizadas, si bien debe estar moderada por la preeminencia del bien común.
"De aquí se sigue que todos tienen un derecho natural reconocido a usar de todas las facultades que la naturaleza les ha dotado, en las circunstancias en que ésta les ha puesto y con la condición de no causar perjuicio ni a sí mismos ni a los demás, condición sin la cual nadie tendría seguridad de conservar el uso de sus facultades ni el disfrute de su derecho natural", amplía fundado en la Escolástica, Locke, Quesney, Smith y otros. De la propiedad, el comercio libre sin proteccionismo político, que surge del intercambio acordado por los propietarios de los bienes.
Vadillo consideraba que el trabajo y la educación eran las verdaderas fuentes de la riqueza y la economía reales, como los escolásticos españoles de los siglos XVI y XVII. "No puede, pues, hallarse en oposición absoluta con las buenas costumbres la riqueza que provenga del trabajo, de la aplicación, del saber y de la industria", dejó dicho. Por ello, se oponía a los manejos monetarios y a la devaluación de las monedas y, con ella, a la inflación. Aún no se habían estudiado los efectos beneficiosos de algunas oscilaciones del valor del dinero según qué circunstancias.
Sabía que el precio de las mercancías existentes en un momento dependía de la cantidad de dinero en circulación en ese momento. Pero no tuvo en cuenta los cambios y ajustes necesarios según los momentos.
En cuanto al valor, era un utilitarista emergente. Las cosas tienen valor porque son útiles para la gente, pero las cosas adquieren categoría de bienes económicos porque son útiles para las personas. "Pero la utilidad no es una cualidad intrínseca del objeto, sino que le es conferida por los hombres cuando llegan a conocer para qué sirven las cosas", precisa Escartín. De todos modos, admite que los costes de producción de los bienes apuntan a un precio "razonable" al margen de toda subjetividad sin haber comprendido la paradoja del valor resuelta por la idea de la utilidad marginal decreciente.
Vadillo defendió el interés, condenado por diferentes credos religiosos, judíos y cristianos, si bien los primeros limitaban el desinterés a los componentes del pueblo elegido. Se enfrentó, pues, a la Escolástica en este punto. Tras un estudio histórico que le llevó a Grecia y Roma, Vadillo concluyó: "La cuota, pues, del interés del dinero debe ser enteramente libre sin que la legislación se entremeta a ponerla trabas y modificarla". Es más, Vadillo, que en otras partes cree pasivo el papel del dinero en la economía, llega a defender la relevancia del dinero en la creación de riqueza. Esto es, una casa y el dinero son, ambos, capital. En cualquier caso, Vadillo no tuvo clara la función real del dinero, en su vertiente de mercancía o en la de símbolo, o signo, en la economía. Escartín cree que fue fiel a la teoría metalista del dinero heredada de la Escolástica.
Así describió, por ejemplo, una política económica fundada en la demanda:
Aumentándose los salarios, efecto de los adelantamientos en la felicidad pública, todas las clases suben a proporción, y aunque se aminoren las utilidades de cierto y escaso número de individuos, se vivifica el cuerpo entero de la nación, se anima la industria, florecen las artes, se robustece la agricultura y el comercio y cobra vigor la masa toda del país.
A ello sumaba, desde luego, la defensa de que los impuestos fueran los más bajos posibles siempre que acrecentaran las arcas públicas. Para el, uno de los fundamentos de para la extensión de la riqueza de una nación es saber recaudar más "con el mínimo gravamen de las (fortunas) privadas", sentenciando que "la voracidad de un fisco hidrópico perturba y arruina todo el pueblo" y que "opresión, tasas y desconfianza convierten en holgazanes a los más industriosos".
A pesar de haber sido poco citado y estudiado, la presentación de su primera obra, una memoria sobre el dinero y el interés en la Sociedad Económica de Amigos del País de Sevilla en 1804 (publicada en 1805), hace que tenga que ser considerado como el primer autor partidario del liberalismo económico en Andalucía.
Quizá no tuvo la altura teórica de otros economistas liberales españoles, como Álvaro Flórez de Estrada, José Canga Argüelles, Eudaldo Jaumeandreu y Pascual Madoz. Sin embargo, como subraya Escartín, "mantuvo toda su vida el talante liberal, cosa que no puede afirmarse de estos cuatro".