La vida y la personalidad del gerundense Santiago Jonama son un misterio, tanto como la prisión en la que acabó sus días en 1823. Me remitiré, para esta semblanza, a las noticias que Alberto Gil-Novales nos da sobre la agitada existencia y la notable carrera de este personaje, dotado de una inteligencia nada vulgar. Así lo revela, por ejemplo, la obra que dio a la luz en 1806 en Barcelona, el Ensayo sobre la distinción de sinónimos de la lengua castellana, inspirado por el Examen de la posibilidad de fixar la significación de los sinónimos de la lengua castellana que José López de la Huerta había publicado en Viena en 1789.
En 1808 Jonama desempeña el cargo de ministro de la Real Hacienda en Filipinas; pero en 1811 lo encontramos de vuelta en Cádiz y un año más tarde –el año de la Constitución– se une a su amigo Antonio Alcalá Galiano para publicar un periódico, El Imparcial, que sólo aparecerá en el mes de octubre. Curiosamente, en esta etapa de su vida Jonama no parece demasiado favorable a la revolución liberal: al acabar la Guerra de Independencia, el régimen de la Restauración le confiere el consulado en Ámsterdam, y en un informe sobre el comercio español en América redactado en 1817 tilda de demagogos a los diputados de Cádiz.
Sobrevenido el pronunciamiento de Riego, Jonama dirige una Carta al Rey, acompañándole algunas reflexiones acerca del régimen constitucional. Se trata de toda una defensa del sistema de la monarchie selon la Charte, pues, argumenta Jonama,
la excelencia del gobierno representativo está en que es provechoso a la clase ínfima del pueblo, provechoso a la clase media, provechoso a las clases más elevadas, y sobremanera provechoso al Monarca que lo adopta. Que lejos de limitar su prerrogativa la extiende una manera prodigiosa, y que lejos de poner trabas a su voluntad lo hace independiente del capricho de los hombres, y lo constituye, en algún modo, árbitro de la suerte de su nación.
Durante el Trienio, Jonama se pondrá a la vanguardia de posiciones liberales que rayan en la izquierda radical. Milita en la Comunería –famosa sociedad secreta fundada en 1821 y acérrima rival de la Masonería. Muy activo en Cádiz, se vincula a las publicaciones más progresistas –simpatizando abiertamente con El Zurriago. Pero en agosto del 22, la llegada al poder de Evaristo San Miguel y de conocidos masones imprime un giro moderado a la política. Bartolomé Gutiérrez Acuña, también masón, destacado militar y exaltado parlamentario en las Cortes de 1820, es designado jefe político de la provincia de Cádiz, y desde este cargo actúa como un desconcertante dique frente a los liberales más extremistas. En febrero de 1823, en un aparente ejercicio de rutina, llegó a la ciudad un batallón que los radicales identificaron con la masonería reaccionaria, y ello produjo enfrentamientos que llevaron Gutiérrez a ponerse al frente de unidades militares y a provocar lo que la guasa gaditana bautizó como Batalla de la Caleta. El Ayuntamiento mostró su indignación, exigiendo la retirada de los soldados y movilizando a la milicia, y a ello respondió el jefe político aumentado la represión, destituyendo a la corporación municipal, arremetiendo contra la prensa, cerrando las tertulias y haciendo detener a varios personajes connotados. Entre ellos estaba Santiago Jonama, que fue enviado a La Coruña, donde la muerte le sorprendió en un calabozo probablemente en los mismos días en los que España era invadida por los Cien Mil Hijos de San Luis.
Pero la obra por la que hoy se conoce más el nombre de Jonama fue la que publicó en París en 1818 con el título Lettres à M. l´Abbé de Pradt, y que iba firmada "par un indigène de l´Amèrique du Sud". El texto, muy valorado por Fernando VII, se tradujo al español en Madrid en 1820 y en Venezuela en 1819, pues el general Morillo promovió su difusión en aquel país inmerso entonces en la guerra para independizarse de España.
Como reza el título, el escrito de Jonama rebatía las razones argüidas por el abate Dominique-Georges-Frédéric Dufour de Pradt, diputado en los Estados Generales durante la Revolución francesa y antiguo arzobispo de Malinas, que en 1817 había dado a la imprenta su obra Des Colonies et de la Révolution actuelle de l´Amérique. Este escrito, que gozó de gran popularidad, era un intenso alegato contra el mantenimiento de las colonias americanas, que el prelado consideraba pernicioso para América y para la propia España. Junto a ideas tan interesantes como el establecimiento de un Congreso colonial destinado a resolver la guerra, de Pradt hacía en su obra un retrato bastante desfavorable de la conquista americana, abonando la leyenda negra antiespañola tan cara a los franceses.
A todo eso contestaba el catalán Jonama valiéndose de un recurso literario entonces frecuente: el de hacerse pasar, como se ha visto, por un nativo de la América del Sur. Gil Novales recuerda el caso parecido de Concolorcorvo ("del color del cuervo"), el gijonés Alonso Carrió de la Vandera. Desde esa personalidad ficticia, el autor de las Cartas se muestra radicalmente contrario a la independencia de América, y frente los argumentos de de Pradt va desgranando razones como las siguientes:
Las que se llaman colonias españolas no son colonias propiamente dichas. Habitadas por los europeos, por los criollos, por los naturales del país, y en algunos parajes por negros esclavos o libertos, y por una multitud de castas nacidas de la mezcla de todas estas razas, no forman cada una un pueblo, sino muchos pueblos reunidos o más bien divididos, que se ponen alternativamente bajo la bandera del más atrevido, del más afortunado o del que les lisonjea más.
Y más adelante:
Mi intención no es el contar todos los criollos entre los insurgentes, sino todos los insurgentes entre los criollos. Estoy todavía mucho más distante de contar allí los más ricos y los más ilustrados de entre ellos. En América, como en cualquier otra parte, los que tienen algo que perder no quieren las mudanzas, y especialmente las mudanzas violentas. Yo quiero solamente dar a entender que la clase de los más ilustrados, es decir, la de los criollos, es la única en la cual se pueden poner miras de ambición, y que ésta es por consiguiente la que los demagogos se esfuerzan a ganar para dominar a todas las otras.
Deplorablemente, los argumentos de Jonama estaban lastrados por el prejuicio racista de que las llamadas castas americanas carecían de la capacidad de gobernarse a sí mismas.