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Santiago Navajas

Escohotado, amigo de la libertad

Que dos antiguos comunistas como Escohotado y Losantos hayan llegado a valorar más a Adam Smith que a Karl Marx nos hace tener esperanza de que finalmente no sea un milagro que los amigos de la libertad terminen ganando la batalla cultural.

David Alonso Rincón

En su trilogía sobre "los enemigos del comercio", Antonio Escohotado (aquí entrevistado por Federico Jiménez Losantos) hace dos cosas: de manera explícita, analizar a los adversarios de la libertad económico-política que se han dado en la Historia; pero también emerge entre líneas una pauta de los rasgos que constituyen la esencia del liberalismo en su más alta y noble expresión, la corriente espiritual que siempre ha defendido la libertad como el valor supremo, la democracia como el sistema político civilizado y el comercio como una actividad económica basada en la legitimidad de la propiedad privada y la competencia.

¿Cuáles son estos rasgos que constituyen el talento liberal y que se desprenden de la obra de Escohotado? Me han salido veinte, una cifra estupenda, redonda y no demasiado larga. En primer lugar, el individualismo, la creencia de que los sujetos están por encima de las colectividades. En relación con la anterior, la defensa del libre albedrío, ya que si no fuéramos libres, con alguna que otra restricción física o biológica, no podríamos reclamar la responsabilidad. Eso nos lleva al tercer punto: la consideración de que existe una naturaleza humana, más o menos flexible y adaptable, a partir de la cual construir una pedagogía razonable. Una pedagogía que use fundamentalmente la fuerza moral en lugar de la fuerza física, tal y como hacen aquellos que proponen el diseño de hombres nuevos. Por todo ello, se da en el liberal una alergia a la planificación social y trata de que sea la propia espontaneidad de la sociedad civil la que lleve hacia el bien común. Vale cierto paternalismo liberal, pero solo desde el más sacrosanto respeto a la libertad individual. Por ello, el liberal es partidario de la amistad en lugar de del odio social (de clase, de raza, de género, de religión), por lo que abomina de la violencia política y prefiere al líder mediocre que no pretenda cambiar a la sociedad como un todo o a los individuos en particular que a uno mesiánico con ínfulas de ingeniero social. Desde el punto de la vista del conocimiento, prioriza la pasión por la ciencia y la verdad antes que por la propaganda y el activismo.

En el terreno económico, trabaja por la compatibilidad entre el valor de uso y el valor de cambio, por lo que no considera que el dinero sea algo sucio o diabólico sino, por el contrario, una herramienta fundamental para permitir la expansión de los negocios y la riqueza. A partir de la fundamentación de la ley en el Derecho, hace una defensa de la propiedad privada y maneja los incentivos adecuados, tanto materiales como espirituales, para una acción, tanto privada como pública, más eficiente y justa, de modo que se desarrolle una equidad entendida como desigualdad justa basada en el mérito. No busca ninguna utopía, tan supuestamente perfecta como absolutamente inalcanzable, sino mejorar el actual estado de cosas progresivamente. Y al estar contra cualquier sistema puramente ideológico se manifiesta a favor del pluralismo cultural, dentro de los límites de la tolerancia y el respeto a los que piensan de manera diferente. Un pluralismo que le lleva a hacer una apología del talento inventor, innovador y empresarial, ya que, aunque aumenta la desigualdad, también lleva a una mayor diversidad y a que se premie relativamente más a los desfavorecidos. En lo económico, se orienta hacia los mercados como mecanismos de coordinación espontánea y el Estado como monopolio legítimo de la violencia y organizador minimalista de los intercambios voluntarios. Lo que no es óbice para defender una solidaridad basada en la libertad y en la compasión, que esté por encima de facciones partidistas, en un contexto moral donde el imperativo kantiano sea un ideal regulativo. Y en el largo plazo, una apuesta por una sociedad globalizada basada en el cosmopolitismo frente a la reacción nacionalista de las comunidades excluyentes.

En una de las más bellas páginas de Los enemigos del comercio, en el primer tomo, Escohotado explica que

el liberal no puede ser conservador, a despecho de que apoye la propiedad privada como institución, porque apuesta por la autonomía individual y quiere consolidarla del modo más inequívoco y práctico posible, que es regulando los deberes hacia terceros. Relativista por vocación, contempla la aspereza de la vida sin esperanza de milagro, tratando de identificar "lo propicio para una mayor eficacia del esfuerzo humano". Está orgulloso de responder con un "no sé" y un "lo estudiaré" a cuestiones donde el resto dispone de dogmas ciertos, y cifra la prudencia en aprender a jugar sin trampas.

Sostiene Antonio Escohotado que su trilogía no está guiada por unas tesis previas, sino por un cuestionamiento de unos dogmas, de su pasado izquierdista, que le llevaban a detestar el comercio, la propiedad privada y el interés. Tras la investigación, lo que emerge es una pauta de cómo conjugar en liberal un siglo XXI que se eleva sobre un pasado casi siempre tenebroso dominado por los enemigos del comercio. Que dos antiguos comunistas como Escohotado y Jiménez Losantos hayan llegado a valorar más a Hayek que a Althusser, a Adam Smith que a Karl Marx, nos hace tener esperanza de que finalmente no sea un milagro que los amigos de la libertad, la verdad y, claro, el comercio terminen ganando la batalla cultural.

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