"La miserable cotidianidad de la destrucción de Europa. Europa ruega clemencia al islam, se agita y se retuerce sumisa… Da asco este teatro: Europa será destruida por la cobardía y por la debilidad moral, por su incapacidad de defenderse y por el evidente atolladero ético del que no logra salir desde Auschwitz… Empezó con el levantamiento contra la tiranía oriental (las guerras contra los persas) y acabará con la capitulación ante el poder oriental más indigno (palestinos). Requiem aeternam…".
Si no apareciera la palabra Auschwitz, cualquier lector de esta cita de tintes apocalípticos podría pensar que su autor es uno de los políticos o ideólogos de cualquiera de esos partidos de corte fuertemente nacionalista, de discurso populista y de provocadora actitud anti-establishment que están proliferando y creciendo en países europeos de profunda tradición democrática, como Holanda, Francia o Alemania, entre los más occidentales.
Pero no, su autor es Imre Kertész, el sensacional escritor judío húngaro, Premio Nobel de Literatura en 2002, que murió el 31 de marzo de 2016, a los casi 87 años. Autor también de una de las novelas (si se puede considerar así) más impresionantes y convincentes, si no la más, sobre los campos de concentración nazis, Sin destino (1975), basada en su personal experiencia de prisionero en Auschwitz y en Buchenwald.
Y son palabras que se encuentran en su último libro, publicado originalmente en 2014, y en español en abril de 2016, con el título de La última posada (en, por cierto, magnífica traducción de Adan Kovacsics).
En este libro, escrito al final de su vida y con la certeza de la cercanía de ese final, Kertész escribe en forma de notas sobre todo lo que pasa por su vida y por su memoria, sus emocionantes reflexiones sobre los asuntos más cruciales de nuestro tiempo. Lo hace con una inteligencia, con una profundidad y con una libertad de criterio absolutamente portentosas. Y, en todo momento, como consciente heredero de la gran cultura europea.
Entre esas reflexiones aparecen más de una vez pensamientos como éste, en el que se lamenta de la cobardía y de la debilidad moral de los europeos a la hora de afrontar el reto que supone el islam.
A Kertész nadie le puede despachar con un epíteto descalificador, como "facha", "xenófobo" o "ultraderechista", de esos que dejan contento al que los profiere, y ahí queda lo que él ha escrito para que nadie se haga el tonto acerca de la magnitud del problema que Europa y los europeos tenemos que hacer frente.
Al recordarle en el aniversario de su muerte, que no se nos olviden mensajes como éste.
¡Ah!, y el que no la haya leído, que corra a leer Sin destino.