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Mario Noya

Ser de derechas como Germán Yanke

En estas páginas el periodista vasco invitaba al lector a ser de derechas como lo era él, con elegancia y sin complejos y de una manera escéptica, hayekista y popperiana.

German Yanke

El domingo, cuando supe de la muerte de Germán Yanke, di en repasar los subrayados que le hice a su Ser de derechas luego de que la editorial –Temas de Hoy– me lo mandara –"23 ENE 2004"–.

Hombre de ideas, en Ser de derechas Germán Yanke invitaba al lector a ser de derechas como lo era él, con elegancia y sin complejos y de una manera escéptica, hayekista y popperiana. Para ser de derechas, proponía este intelectual marciano que nunca fue de izquierdas, qué mejor que ser de la derecha liberal, que "molesta" y "pone de los nervios" a la izquierda siniestra y a la estupenda. Una derecha afable o respondona, según demanden las circunstancias, pero con la mira siempre puesta en la libertad ordenada de los Estados de Derecho, que no deifique la democracia sino que la someta a las reglas republicanas y que no se le ocurra dictarle a la gente lo que debe hacer sino que se vuelque en ponerle límites al Poder. Una derecha que, porque quiere que la libertad triunfe, no es pacifista y en ningún modo rehúye las desagradables guerras necesarias (eran los tiempos de la de Irak). Una derecha, pues, en este punto neocon, que como los neocon libra la madre de todas las batallas, la cultural, y advierte la paradoja de que la izquierda multiculti y chiripitifláutica sancione alborozada creencias y prácticas ominosamente reaccionarias; en Madrid o en Barcelona pero por supuesto no en Teherán, donde no están ni se les espera salvo para cobrar la sangrienta pastizara y poner a los ayatolás los ropones perdidos de babas.

La lectura de este libro debió haberse convertido enseguida en perentoria, cuando con el 11-M volaron por los aires tantas cosas, empezando por la propia derecha devastada, a la que una izquierda vil, cobarde, canalla escrachó a modo y con abyecta infamia.

En Ser de derechas Germán Yanke hablaba en deconstructor "Sobre la derecha dogmática" (cap. 1), "Sobre la derecha que acepta a regañadientes la democracia" (cap. 2), "Sobre la derecha enemiga del bienestar" (cap. 5), "Sobre la derecha y la cuestión nacional" (cap. 6), "Sobre la derecha y el mito del centro" (cap. 20) y, en fin, "Sobre los complejos de la derecha" sin remedio (cap. 19). A la derecha siempre le vienen bien este tipo de lecturas formativas que pretenden transformarla; pero esta "síntesis extraordinaria" –así la definía Jiménez Losantos en el prólogo– debió haberse convertido enseguida en perentoria, cuando con el 11-M volaron por los aires tantas cosas, empezando por la propia derecha devastada, a la que una izquierda vil, cobarde, canalla escrachó a modo y con abyecta infamia.

Dejo aquí alguno de esos pasajes que subrayé hace todos estos años, en los que hemos seguido necesitando prontuarios como éste de un Germán Yanke que consideraba "saludable" ser un perfecto "impertinente" con los enemigos de las sociedades abiertas:

– [La de la derecha liberal] Es la tradición a la que pertenece Alexis de Tocqueville, consciente de que las sociedades se terminan por encontrar en la disyuntiva de elegir entre "la libertad democrática o la tiranía democrática". En La democracia en América denuncia el "lenguaje servil" que lleva a "la tiranía de la mayoría", y que no es otro que el de quienes "han osado afirmar que un pueblo (...) no puede nunca, por definición, desbordar los límites de la justicia y de la razón, y por lo tanto no se debe temer dar todo el poder a la mayoría que le representa". (p. 33)

– La mayoría no puede interferir en la libre formación de opiniones. La mayoría no puede abolir la propiedad o cercenar los derechos individuales. La mayoría no puede eliminar la seguridad jurídica del Estado de Derecho. La mayoría no puede sustituir, por una presunción orgullosa de estar en la verdad, la libertad de todos y cada uno de los ciudadanos. La mayoría debe gobernar con reglas generales y no puede tratar de dirigir en todas sus concreciones la vida de los individuos. (p. 37)

– La derecha liberal busca el difícil objetivo de que todos, desde el principio, sean iguales ante la ley; la izquierda pretende que, mediante la falsa omnisciencia de los gobiernos, se haga utopía la realidad de que todos terminen siendo iguales. (p. 53).

– Para la derecha, siguiendo las palabras de Bertrand de Jouvenel, la libertad es el bien más preciado y la seguridad, una necesidad primaria. (p. 54).

– Mantener a estas alturas que la actividad privada en la protección o en la previsión social genera disfunciones en el Estado social es, sencillamente, defender el Estado a costa del bienestar. (p. 62).

– A los militantes antiglobalización no suele importarles mucho la coherencia y, al mismo tiempo, pueden esgrimir que el empleo se traslada a zonas subdesarrolladas y sin normativa y que la maldad del capitalismo internacional se niega a invertir en África y lo hace en sociedades con nivel de vida elevado, trabajadores bien formados y con todos los servicios a su disposición. (p. 72).

– (...) si la izquierda y la extrema derecha quieren aprovechar la ofensiva islámica para criticar al sistema capitalista en vez de al totalitarismo integrista, la derecha liberal tendrá que sostener el principio de tolerancia cero. (p. 100).

– Europa, entre nosotros, ha sido muchas veces una disculpa. [...] En la izquierda tiene muchos adeptos [la Europa concebida como contrapeso de EEUU]: la unidad, más que un objetivo de los ciudadanos para su mejor bienestar y desarrollo, sería [la única manera] de tener el poder suficiente para ‘enfrentarse’ a los Estados Unidos. (...) No insistiré ahora en el rampante antiamericanismo de la izquierda, pero la Europa como contrapeso de los Estados Unidos termina coincidiendo con la Europa burocrática e intervencionista. (pp. 138-143).

– El escepticismo de la derecha liberal no está por tanto referido a Europa ni a su integración, sino al intervencionismo que algunos quieren que desplieguen sus instituciones. (p. 144).

– La derecha liberal no cree en una legislación específica para el desarrollo de la libertad de expresión, más allá del Código Penal. (148).

– (...) la derecha liberal debería ser más proclive al desarrollo de los países pobres mediante la apertura de estos al comercio justo y a las instituciones democráticas que mediante ayudas directas. (p. 157).

– No es fácil encontrar, al menos en España, un político de derechas. Todos son de centro [...] Parece que los centristas no quieren ser nada ‘razonable’, aunque se presenten como gente muy razonable. Vuelven al reformismo. ¿Para reformar qué? ¿De qué manera? ¿Con qué objetivo? Todo, salvo lo que hay que conservar. (...) ‘Seguro que a la invención política del centro político –dice Rodríguez Arana– no es ajeno Aristóteles, y en concreto su doctrina ética del justo medio’. Ya lo entendemos, por fin: no tienen ideas políticas propias, pero son los virtuosos. (pp. 183-190).

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