Conmemorar el cincuentenario de la muerte de Azorín (1873-1967) puede ser una buena excusa para leer –o releer– algo de él, que, a pesar de ser un escritor de escritores –como Velázquez es un pintor de pintores–, al que admiran autores tan dispares como Vargas Llosa o Pere Gimferrer, creo que ahora no es muy leído.
Por ejemplo, esa especie de trilogía que forman Los pueblos (1905), España (1909) y Castilla (1912), donde Azorín pasea su mirada (Azorín siempre mira) por los paisajes, las gentes, los pueblos, las ciudades, la literatura, la historia y, en definitiva, la intrahistoria de España, porque quizás nadie como él ha retratado esa intrahistoria española que Unamuno nos descubrió en En torno al casticismo (1895). Además, si alguien quiere aprender a escribir en español no creo que haya mejor maestro que Azorín, si quitamos, claro está, a los grandes prosistas del siglo XVI, con los dos fray Luises a la cabeza.
Algo de eso he hecho, y en Castilla me he encontrado un curioso texto, "El primer ferrocarril castellano". Azorín, como muchos de sus contemporáneos, daba mucha importancia a los trenes, como invento que creaba oportunidades económicas, sociales y culturales, y les dedicó bastantes páginas. De hecho, los trenes han tenido siempre mucho éxito como asunto literario. Pero en este texto Azorín no se pone lírico, sino que tira de erudición y de documentación para, como el gran periodista que también fue, darnos cumplida información de los primeros pasos del ferrocarril en España, sacada de periódicos y publicaciones muy antiguas, entre los que se movía con enorme soltura.
Así nos enteramos de que en julio de 1845 se publicaba en el Heraldo un artículo que daba noticia de que las "Corporaciones de Vizcaya" estaban impulsando con fuerza y enorme interés el proyecto de ferrocarril de Madrid a Francia. Acabada la guerra civil, la primera guerra carlista, en 1839, los representantes del incipiente empresariado vasco querían enlazarse cuanto antes con Madrid y con Francia. El proyecto encontró, también nos cuenta Azorín, muchas resistencias por parte de algunos que, recelosos de los gabachos todavía por el recuerdo de la Guerra de la Independencia, ponían dificultades a ese intento de abrir un camino que traspasara los Pirineos, hasta el punto de que hasta 1860 no estuvo terminada la línea de Francia a Madrid.
Ese entusiasmo de los vascos por unirse por tren con Madrid en 1845 del que nos habla Azorín contrasta con la siniestra oposición terrorista que, en nuestros días, han exhibido ETA y su mundo a la construcción de la Y vasca de alta velocidad, que uniría las tres capitales vascas entre sí y con Madrid. Oposición a base de atentados, amenazas e incluso el asesinato del empresario Ignacio Uría en Azpeitia, en diciembre de 2008, por la simple razón de que su empresa participaba en el proyecto.
Por cierto, que también en Castilla me he enterado de que la primera línea de ferrocarril que se abrió en España no fue la de Barcelona-Mataró, en 1848, como siempre había creído, sino que fue en Cuba, entonces provincia española, en 1840, entre La Habana y Güines. Gracias a Azorín.