Los muertos ocultos
He aquí un alegato que obliga a debatir hechos históricos contundentes que nos ocultaron.
En el artículo "No fueron 30.000" (LD, 5/2/2016) utilicé el riguroso acopio de documentación reunida en el libro Mentirás tus muertos (El Tatú, Bella Vista, Argentina, 2015), del militar retirado y escritor José D’Angelo, para desmontar la trama de mentiras que urdieron el kirchnerismo y los impenitentes idólatras del pasado subversivo con la intención de idealizar a los guerrilleros y terroristas y de canonizar su proyecto totalitario, híbrido del fascismo y el comunismo con ingredientes mafiosos.
Escribí entonces que D'Angelo disecciona, con paciencia y minuciosidad de entomólogo, el cúmulo de datos fraguados con que se tergiversó la cifra de desaparecidos que había divulgado la Comisión Nacional de Personas Desaparecidas (Conadep), 8.961, posteriormente reducida a 8.368, para llegar al tope mítico y falso de los 30.000. Y explica, paso a paso, cómo se alteraron categorías de desapariciones forzosas, desapariciones a secas y ejecuciones sumarias para confundir a la sociedad. Con el agravante de que en las listas figuran como víctimas muchos asesinos convictos y confesos caídos en combate o sorprendidos por las fuerzas de seguridad mientras perpetraban atentados o secuestros.
La otra cara de la moneda
Ahora llega a mis manos un libro escrito con idéntico rigor, paciencia y minuciosidad que presenta la otra cara de la moneda. Su título lo dice todo: Los otros muertos. Las víctimas civiles del terrorismo guerrillero de los 70 (Sudamericana, Buenos Aires, 2014). Sus autores son los abogados e investigadores Carlos A. Manfroni y Victoria E. Villarruel, presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv) y miembro del Consejo Ejecutivo de la Federación Internacional de Asociaciones de Víctimas del Terrorismo. El título de la Introducción también es explícito: "Una dialéctica perversa y la deuda con la Historia". He aquí la deuda:
En primer lugar, se tejió una estrategia jurídica encaminada a evitar que los crímenes cometidos por miembros de organizaciones como Montoneros, Ejército Revolucionario del Pueblo, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Fuerzas Armadas Peronistas y otras fueran declarados delitos de lesa humanidad; por tanto pasaron a ser prescriptibles.
Los culpables:
Escriben sobre sus aventuras y dictan conferencias sin recibir jamás una pregunta ni una respuesta incómoda, son buscados como referentes en la cultura y en los negocios, cobran indemnizaciones y pensiones pagadas con el patrimonio de todos y hasta presentan los libros de los magistrados que deberían haber ordenado indagar sobre sus crímenes. (…) Pero lo que no existe es el relato de las historias escalofriantes de miles de víctimas civiles no tan conocidas –o desconocidas por completo– que sufrieron la locura de la agresión terrorista.
Peores que ETA
El estudio abarca el periodo comprendido entre el 1 de enero de 1969 y el 31 de diciembre de 1979, "por ser la etapa más cruenta de los ataques terroristas y en la que presumiblemente se podían identificar con mayor facilidad a las organizaciones responsables de los crímenes". Los autores solo computan los casos bien documentados, incluso porque algunos de ellos aparecieron relatados con macabra complacencia en las publicaciones clandestinas de los culpables:
Pero aun con las cifras de las que disponemos, puede obtenerse una idea muy clara de la dimensión de la agresión. Nuestro estudio ha registrado 1.094 víctimas mortales producidas en el periodo de once años. En España, el total de víctimas producidas por la ETA, la organización terrorista vasca, a lo largo de toda la historia de ese grupo clandestino –es decir, en un periodo de cincuenta años que va desde 1961, año de su primer atentado, hasta octubre de 2011, cuando su cúpula anunció el cese de la lucha armada– es de 843. En la quinta parte del tiempo, Montoneros y el ERP, principalmente, produjeron 251 víctimas más que ETA.
A los 1.094 muertos hay que sumarles 2.368 heridos y 758 secuestrados.
Encubridores y glorificadores de asesinos
La primera parte del libro titulada, una vez más, explícitamente, "Haz el mal sin mirar a quién", está compuesta por narraciones dramatizadas de hechos verídicos representativos de las muy diversas condiciones sociales de las víctimas: obreros, comerciantes, empleados, empresarios, gremialistas, militares, políticos, estudiantes, niños. Se trata, precisamente, de la historia de aquellos muertos inocentes que los encubridores y glorificadores de los asesinos han ocultado. Fotocopias de recortes periodísticos documentan lo narrado, con nombres y apellidos y detalles minuciosos.
Un niño de 3 años está comiendo un helado en la acera cerca de un policía que custodia un banco. Una terrorista dispara desde un coche y los mata a los dos.
Entre 1969 y 1979, 29 niños murieron y 79 resultaron heridos como consecuencia de atentados terroristas.
Un artefacto explosivo mata a once policías que viajan en una furgoneta y a un matrimonio cuyo coche circulaba por la misma calle. La hija de la pareja aún conserva una cicatriz en la frente y una esquirla en el cuerpo.
En el periodo que estudia el libro se colocaron 1.600 explosivos contra personas físicas y 2.780 contra personas jurídicas.
Al hijo de un industrial lo secuestran dos veces los Montoneros. La segunda vez lo matan después de cobrar el rescate. Más tarde el padre también es secuestrado, esta vez por un comando de militares corruptos y la policía lo rescata con vida.
Entre 1969 y 1979 fueron secuestrados 741 civiles y 34 miembros de fuerzas armadas y de seguridad. Un total de 775 secuestros.
Los Montoneros ametrallan a un alto ejecutivo de la Chrysler en su casa, delante de su esposa. Ella, amenazada a su vez de muerte, termina emigrando a España, con su hijo pequeño.
Ciento cuarenta y cinco empresarios fueron víctimas del terrorismo entre 1969 y 1979: cinco muertos, doce heridos y 128 secuestrados.
Singular perversidad
Algunas de las muchas operaciones criminales de las bandas subversivas que narra el libro causaron gran conmoción, ya fuera por su singular perversidad o por su naturaleza espectacular.
Arturo Mor Roig, catalán naturalizado argentino, era un veterano militante de la Unión Cívica Radical que había ocupado la presidencia de la Cámara de Diputados cuando era presidente de la Nación Arturo Íllia. Aceptó desempeñarse como ministro del Interior del Gobierno provisional del general Alejandro Agustín Lanusse con la condición de que este restaurara el régimen constitucional. Así se hizo, el peronismo ganó las elecciones y su primera medida consistió en amnistiar a todos los terroristas y guerrilleros presos. Uno de los liberados asesinó a Mor Roig mientras almorzaba en un restaurante con amigos. Los forajidos cantaban en las calles: "Hoy, hoy, que contento estoy / vivan los montoneros que mataron a Mor Roig".
La bomba que estalló en el apartamento vecino al del almirante Armando Lambruschini contenía 25 kilos de nitroglicerina. Había sido estratégicamente colocada para que causara los mayores daños en la vivienda del marino a la hora en que todos dormían. Pero Lambruschini se hallaba ausente y el artefacto mató a su hija Paula de 15 años y a una vecina de 82 años. Hubo diez heridos, uno de ellos muy grave, y los daños materiales fueron cuantiosos.
Esta parte del libro concluye con una reseña de la operación Primicia, acerca de la cual escribí en el citado artículo "No fueron 30.000":
El caso más escandaloso es el de la operación Primicia, en la que se estrenó el Ejército Montonero: once montoneros murieron en el ataque al cuartel de Formosa, el 5 de octubre de 1975, tras asesinar a 10 conscriptos de 21 años que cumplían su servicio militar obligatorio, a un suboficial, a un teniente también de 21 años y a un policía. Los montoneros muertos figuran en el monumento del Parque de la Memoria y sus familiares recibieron una cuantiosa indemnización, como los de todos los desaparecidos reales o supuestos. Hubo iniciativas parlamentarias para que los familiares de los conscriptos asesinados, pobres de solemnidad, también recibieran una indemnización, pero los diputados apologistas de la guerrilla, y en algunos casos veteranos de ella, las hicieron fracasar.
Las 129 páginas de la segunda parte del libro contienen la "Lista de atentados terroristas y sus víctimas en los setenta".
Un alegato que obliga a debatir hechos históricos contundentes que nos ocultaron.
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