La revolución comunista en China
El Gran Salto Adelante de Mao provocó la muerte a 45 millones de personas. Fue la peor hambruna de la Historia.
Este año conmemoramos (celebrar resulta una palabra inadecuada) el primer centenario de la revolución bolchevique, para historiadores como Richard Pipes el hecho histórico más importante del siglo XX. Fue el primer intento de llevar a la práctica el credo marxista. Al margen de Europa del Este, que quedará en la órbita de Moscú, el otro gran foco comunista será la China de Mao Zedong, donde el experimento comunista arrojará los mismos dramáticos resultados.
En La gran hambruna en la China de Mao (Acantilado, 2016), del holandés Frank Dikötter, se describe con todo tipo de detalles cómo la China maoísta "descendió a los infiernos" durante el quinquenio posterior a 1958, lo que se conoció como el Gran Salto Adelante, que resultará un gran salto al vacío. Mao pretendió la rápida transformación de China en la Arcadia comunista con una estrategia bifronte: por un lado, el desarrollo de la industria pesada; por otro, la independencia agrícola. La idea era converger cuanto antes con países industrializados como el Reino Unido, pero los resultados fueron, igual que en la Unión Soviética, una gran hambruna, la más mortífera en términos absolutos en la historia de la Humanidad, y la instauración de un régimen de terror y violencia sistemáticos.
Tras la proclamación, en octubre –sí, parece que todo suceda en octubre– de 1949, de la República Popular China por parte de Mao y los comunistas, éstos rápidamente llevaron a cabo una colectivización radical de la tierra, que afectó tanto a grandes terratenientes como a pequeños agricultores y seguía el mismo modelo que se aplicó en la Unión Soviético. Se pasó el rodillo por las antiguas instituciones imperiales que, mal que bien, habían sustentado el país – especialmente en las zonas rurales– incluso durante los años más convulsos de la etapa de dominación extranjera, durante la cruenta guerra con Japón y la posterior guerra civil, mientras se militarizaban los cuadros del partido. China se preparaba para hacer la guerra contra su propio pueblo.
La planificación económica diseñada desde los despachos de Pekín obligó a millones de personas a trasladarse de las ciudades al campo, donde fueron obligadas a trabajar en grandes comunas. Muchos fueron forzados a desempeñar tareas que desconocían, siguiendo técnicas inadecuadas y procedimientos pensados de espaldas a las singularidades de la realidad de cada territorio y sin tener en cuenta el saber práctico de cada trabajador.
La economía pasó a estar controlada por los mandos del Partido, lo que desincentivó el ahorro, el trabajo y la innovación. La productividad agrícola se hundió, al igual que el crecimiento económico. Las cosechas menguaron y el ganado fue desapareciendo. La obsesión planificadora no se detuvo en la colectivización de la tierra: los campesinos también fueron desposeídos de sus utensilios y herramientas, e incluso de sus casas. Dikötter documenta cómo este intento de implantar el comunismo tuvo como consecuencia el mayor proceso de destrucción de riqueza que se haya visto jamás. Se calcula que cerca del 40% de las propiedades quedaron arrasadas por políticas que llamaban a usar el material de las casas para fabricar fertilizantes o producir acero, uno de los indicadores de progreso presuntamente mágicos. Se estima que los efectos devastadores sobre la estructura económica fueron peores que los generados por los bombardeos que sufrió el país durante la Segunda Guerra Mundial.
La corrupción impregnó todos los ámbitos de la vida y de la sociedad, moralmente rota y desarticulada, mientras la producción agrícola paso a ser tremendamente frágil y expuesta cualquier inclemencia climática o plaga. Igual que sucedió en Ucrania durante su gran hambruna, a una parte importante de la población se la acabó empujando hasta el drama extremo del canibalismo.
La peor hambruna conocida por el hombre
A partir de los datos oficiales de los censos de 1953, 1964 y 1982, los historiadores habían estimado las víctimas mortales del Gran Salto Adelante en entre 15 y 32 millones. Dikötter apunta hacia una catástrofe mucho mayor, con no menos de 45 millones de víctimas.
Esta estimación no es nueva. Jasper Becker, en su clásico Hungry Ghosts (1996), entrevistó a Chen Yizi, un alto funcionario del partido comunista chino huido a América tras la masacre de Tiananmen que le dijo que un equipo de trabajo encargado de elaborar un informe interno sobre la Gran Hambruna estimaba las muertes en 43-46 millones. El libro de Dikötter presenta nuevos informes y documentos que han salido recientemente a la luz y que no sólo confirman la magnitud de la tragedia, sino que dibujan un panorama mucho más cruel de lo que se pensaba inicialmente.
En ciertos ámbitos se concedía a Mao el beneficio la duda de que gran parte de las muertes que comúnmente agrupamos bajo la etiqueta de hambruna hubieran sido consecuencia de fallos en la planificación. Sin embargo, a partir del minucioso estudio de Dikötter se puede inferir que entre el 6 y el 8% de todas las víctimas del periodo 1958-1962 fueron torturadas hasta la muerte o ejecutadas de forma sumaria. A otras muchas se las privó de forma deliberada de alimento; se mató a todo aquel que pareciera dudar de los planes de la comuna, y los cuadros inferiores del Partido no tuvieron inconveniente en eliminar a aquellos cuya existencia simplemente entorpecía los objetivos fijados desde arriba por los planificadores.
La catástrofe no fue por una desviación del credo comunista sino consecuencia de su exacta y precisa ejecución. Una importante lección que jamás deberíamos olvidar.
Aunque con un estilo diferente al de Stalin, Mao impondrá un régimen de terror y purgas en el conjunto de la sociedad y hasta en su propio círculo íntimo de colaboradores. Li Shaoqi, jefe del Gobierno, o Deng Xiaoping, alto mando de Defensa que luego dirigirá el país de manera muy distinta, serán purgados por tener la valentía de oponerse al Gran Timonel y serán víctimas de la Revolución Cultural de 1966, intento desesperado de Mao de ganarse al pueblo.
Robert Service afirma que la mentira, el contrabando, el pillaje, la estafa o la falsificación de los resultados obtenidos ante los órganos del Partido son factores que explican por qué la Unión Soviética sobrevivió durante tanto tiempo. Lo mismo pasó en China. Un Estado comunista perfecto hubiera alumbrado un sistema de incentivos que llevaría al suicidio a cualquier sociedad. La resistencia a esas dinámicas es lo que, al final, alarga la vida de este tipo de regímenes totalitarios.
Durante años, una parte de la izquierda ha argumentado que estos dramáticos resultados directos de las políticas marxistas eran consecuencia de una mala aplicación de las mismas. Fallaba la práctica, no la teoría concebida por Marx y Engels. El notable libro de Dikötter, tan extenso como riguroso y rico en fuentes secundarias y originales, nos recuerda que justo lo contrario es lo cierto: la catástrofe no fue por una desviación del credo comunista sino consecuencia de su exacta y precisa ejecución. Una importante lección que jamás deberíamos olvidar.
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