Pinker, la neoilustración
En su último libro, cumple un procedimiento cartesiano de estilo común entre los ilustrados: que las ideas se expresen de manera clara y distinta.
A final del siglo XVIII, Immanuel Kant se las prometía muy felices. No porque fuese un ingenuo sino porque tenía confianza en la razón, la ciencia y el humanismo. Y eso que eran tiempos duros para la lírica filosófica, con monarcas absolutos que coleccionaban pensadores como mascotas en sus cortes a la manera de sus antepasados con los bufones. Pero el filósofo alemán apostaba por una senda de progreso que debería llevarnos hasta una paz perpetua. No, claro, en línea recta y sin altibajos. Pero sí como una escarpada senda hacia un cosmopolitismo crítico a la luz de la razón natural. Cabía, obviamente, la posibilidad de que la paz perpetua fuese la de los cementerios pero con un poco de coraje intelectual, pensaba Kant, sería posible llevar a cabo el "milagro". Un siglo más tarde, sin embargo, el más grande de los pensadores alemanes de entonces, Friedrich Nietzsche pronosticaba "la muerte de Dios", una metáfora para la debacle de todos los principios en los que había confiado Kant, a quien Nietzsche motejaba despectivamente como "el chino de Könisberg" por su paciencia y mansedumbre. ¿El siglo XX se decantaría más bien por la Ilustración racional de Kant o por el irracionalismo violento de Nietzsche (secundado desde la extrema izquierda por el hiperracionalismo utópico de Karl Marx)? La II Guerra Mundial (y Guerra Fría) no fue sino la disputa entre Kant, Nietzsche y Marx por el alma de Occidente. Aunque las fuerzas de la barbarie eran poderosas y más numerosas finalmente fue la civilización alentada por Kant la que triunfó, representada dicha victoria en la caída del búnker nazi y el muro comunista en Berlín (todas las ideologías conducían a la capital alemana como los caminos a Roma).
Sin embargo, la mala hierba filosófica nunca muere, solo queda macilenta. Entre los cascotes del derruido muro de Berlín comenzaron a prosperar las flores del mal del estructuralismo foucaltiano, de la deconstrucción derridiana, de la postmodernidad rortyana… todos ellas tendencias que en su esencia compartían un mismo odio por la noción de verdad y un común desprecio por el valor de la libertad, creando una "narrativa" (un de esos "palabros", como "relato", para encubrir el intento de sustituir la objetividad normativa por el capricho subjetivo) que trata de minar el prestigio de la economía de mercado, la ciencia-tecnológica y el Estado de Derecho, los fundamentos del sistema liberal ilustrado. En definitiva, de las instituciones que emergieron, durante la Modernidad, de la pluma de Kant pero también de Hume y Adam Smith, de Spinoza y Constant. En la actualidad, un grupo de pensadores neoilustrados están reivindicado en los albores de este siglo XXI los viejos y venerables principios de dicha tradición del liberalismo clásico, de la sociedad abierta y del cosmopolitismo.
Por ejemplo, Steven Pinker, sin duda el más brillante neoilustrado en el ámbito anglosajón, que ya en la página 5 de su último libro, Enlightenment Now. The case for reason, science, humanism, and progress, cita a Friedrich Hayek para mostrar su propósito fundamental en el libro:
Para que las viejas verdades mantengan su impronta en la mente humana deben reintroducirse en el lenguaje y conceptos de las nuevas generaciones.
En una ocasión el rey Midas persiguió a un sileno, un diosecillo menor de la mitología griega, porque tenía fama de sabio para preguntarle qué era lo mejor para el ser humano. Cuando finalmente lo atrapó, respondió el sátiro: "Lo mejor es no haber nacido nunca; después, morir rápido". Muchos siglos después, Albert Camus expresó a su manera la pregunta por el sentido de la vida: "La principal pregunta filosófica es por qué no suicidarse". También una chica le preguntó algo semejante a Pinker tras una conferencia, ¿qué razón tenemos para vivir? Usualmente la respuesta no se buscaba en un viento dylaniano sino en la Biblia, el Corán o algún texto religioso similar (con sus respuestas que oscilaban entre el dogma, la fe, la revelación, la autoridad, el carisma, el misticismo, las visiones, las intuiciones y la hermenéutica más o menos delirante de los textos sagrados). Pero Pinker cree que la propia razón puede plantear argumentos que sustenten la vida sin tener que echar mano a procedimientos sobrenaturales ni creencias carentes de evidencia. Esta búsqueda de fundamentación razonable para el orden moral y político del mundo es una de las patas de la Ilustración, junto a la investigación similar en el orden físico.
En el equipo de ilustrados Pinker convoca a los siguientes jugadores: Kant, Spinoza, Galileo, Newton, Hobbes (ejem), Hume, Smith, Condorcet, Montesquieu, Diderot, d’Alembert, Rousseau (ejem), Vico, Darwin, Hayek, Popper, Sowell… así como sus estrategias de convivencia positivas: el debate abierto, el falibilismo, el escepticismo, el empirismo, la creencia en una naturaleza humana "natural" (valga la redundancia, como opuesta a "sobrenatural") que en su misma expresión conjuran el reverso tenebroso de la Ilustración, sus callejones sin salida y sus enfermizos complejos de superioridad, resumido en el título de una obra fundamental de Hayek: la "fatal arrogancia". Dado que la Ilustración es constitutivamente una "búsqueda sin término", tomando prestado el título de un libro de Popper, sus límites son inherentemente "borrosos", paradójicos y mutantes. Lo que trae de cabeza a los dogmáticos que tratan de concebir el movimiento a la manera de las tradicionales iglesias religiosas o sectas ideológicas partidistas. Su único mandamiento es el que expresó Kant en ¿Qué es la Ilustración?: "¡Atrévete a pensar!". Y a ello nos invita Pinker a través de más de 500 páginas que cumplen un procedimiento cartesiano de estilo también común entre los ilustrados: que las ideas se expresen de manera clara y distinta.
La sentencia "Dios ha muerto" significaba en Nietzsche que la antigua y venerada intuición acerca de que el Universo tenía un diseño consciente y un propósito finalista había dejado de ser creída. Pero Nietzsche no compartía la tesis ilustrada sobre las alternativas teóricas racionales para explicar el orden físico y moral del mundo sin necesidad de echar mano a un diseñador cósmico y un constitucionalista trascendente (conocido vulgarmente como "Dios"). Si a su espalda la Ilustración se enfrentaba al pensamiento medieval no puede dejar de prestar atención a lo que se fragua delante suya: la sensibilidad romántica. Entre la Escila del pensamiento teológico, optimista ingenuo, y la Caribdis del irracionalismo romántico, pesimista crítico, la opción que defiende Pinker se caracteriza por un optimismo crítico, basado en la evidencia disponible y en una apuesta por la confianza en lo mejor de los seres humanos, su capacidad racional y su empatía emocional, de manera tal que la primera amplíe la segunda y la segunda fundamente la primera.
El libro se divide en tres partes. El primero, "Enlightenment" ("Ilustración"), tiene 37 páginas. La segunda, "Progress", consta de casi 300. Por último, "Reason, science, and humanism" ("Razón, ciencia y humanismo") va de la 347 a la 455. Con abundantes gráficos (concretamente, 75: del consumo de calorías a la polución, energía y crecimiento en USA, 1970-2015, pasando por las fechas de abolición de la pena de muerte o el coste de los viajes en avión) que cimentan con datos sus tesis, Pinker trata desde la desigualdad a la democracia pasando por la "progresofobia" y las amenazas existenciales a la especie humana. En un suplemento de 37 páginas con 1226 notas, Pinker demuestra haberse leído las más de 1100 referencias que reúne entre las que destacan economistas como Thomas Sowell y Amartya Sen, psicólogos como J. M. Twenge y J. Tooby, filósofos como Derek Parfit y Karl Popper además de fuentes de datos como Our World in Data y Pew Research Center.
Los datos que ofrece Pinker a favor del progreso de la humanidad son tan contundentes como los que ofreció sobre el declinar de la violencia en su anterior obra, Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones. Sin embargo, parece que la "narrativa" que se impone es la que propagan Naomi Klein, Zizek, Piketty y otros profetas del apocalipsis desde diferentes ángulos. Ello es debido a que lo que Pinker denomina la "retórica distópica" es más fácil de vender en los medios de comunicación de masas. Las buenas noticias tienen mala prensa. Del mismo modo que las mentiras "corren" más que las verdades y tiene más oyentes mensuales Amaia de Operación Triunfo que Shostakovich.
Un ejemplo de ello es el capítulo que dedica a la desigualdad, donde subraya la obviedad moral, que también estableció el filósofo Harry Frankfurt, de que lo objetable es la pobreza, no la desigualdad. Por decirlo gráficamente, no importa que haya plazas de primera clase y otras de turista mientras casi todo el mundo pueda viajar en avión. Así, mientras que a los conservadores les parece "natural" que haya clases que puedan volar y otras que no y a los socialistas les parece un escándalo que haya "discriminación" entre un tipo de asientos y otros, Pinker subraya que lo decisivo no es que todos sean "iguales" sino que todos tengan "suficiente". En el fondo, señala Pinker, lo que subyace tanto a conservadores como a socialistas es la falacia de que la riqueza es una suma cero. Mientras que desde una perspectiva ilustrada, científica y liberal se trata de ampliar la "tarta" de los recursos gracias a la tecnología.
El libro de Pinker es un alegato a favor de la libertad como el valor político más importante y de la pertinencia de reflexionar filosóficamente basándose en los últimos avances científicos. En tiempos como estos en los que los cantos de sirenas feministas han sustituido a las melodías de flautistas de Hamelin postmodernos a la hora de crear un ambiente de conformidad grupal que haría las delicias de Solomon Asch, el libro de Pinker ha conseguido irritar tanto a la izquierda entregada a las políticas de la identidad como a la derecha nostálgica de las jerarquías comunitaristas. Piense que vivimos en un mundo donde la mayor parte de la gente pensaba que era una buena idea votar por Hillary Clinton (¡incluso por Bernie Sanders!) o por Donald Trump. Tanto a unos como a otros el libro de Pinker no ha hecho maldita la gracia. Al fin y al cabo, tanto la izquierda como la derecha muestran mucha preocupación por la desigualdad, con la diferencia de que los socialistas culpan a "Wall Street" (sobre todo al 1% de los más ricos), mientras que los conservadores señalan con el índice extendido a los inmigrantes (sobre todo a los musulmanes). Entonces, cuando Pinker cambia de tercio y argumenta que la desigualdad ni siquiera es un problema crucial (sí lo es la pobreza) se le tiran al cuello los "hunos" y los "hotros".
Todos ellos al unísono deploran ese jovial saber de Pinker ante los problemas del mundo, armado con la ciencia rigurosa en una mano y una saludable empatía en la otra. Un ejempo de los críticos reaccionarios es John Gray -abonado al negocio de la "rebelión de derechas" con ribetes de pesimismo irracionalista, política reaccionaria y misticismo religioso- que le adjudica una "ideología cientificista" como si fuese Pinker un heraldo del Círculo de Viena, una acusación tan ridícula como confundir al propio John Gray con Martin Heidegger. También le crítica por ser "un ardiente entusiasta del capitalismo de libre mercado" como si fuera Pablo Iglesias refiriéndose a Albert Rivera. Pero les aseguro que Pinker está más a medio camino de Hayek y Keynes que en la intersección entre Mises y Rothbard. También les confirmo que Gray sabe de economía lo mismo que Iglesias. En general, Gray transfiere a Pinker su propia obcecación por continuar una tradición sin criticarla, además de estar cómodamente alojado en el "Gran Hotel Abismo" (la expresión es del filósofo marxista György Lukács para burlarse de los miembros de la Escuela de Frankfurt), desde donde critica rodeado de lujos el sistema liberal que se los proporciona.
Por el contrario, Pinker es heredero de la Ilustración porque cumple su principal cometido que es precisamente la auto-crítica, como indicaba el título de la obra magna de la Ilustración: Crítica de la Razón Pura, donde la Razón empezaba precisamente por criticarse a sí misma. Gray señala acertadamente que dentro de la Ilustración también hay un reverso tenebroso, de la metafísica nihilista de Hume a la fundamentación del totalitarismo que va de Hobbes a Lenin pasando por Cromwell, Rousseau, Robespierre (a través del cual estuvo punto de atrapar a Jefferson), Comte y Marx. Por no hablar de la conexión entre los hijos descarriados de Kant, empezando por Herder, continuando por Fichte y Schopenhauer, pasando por Nietzsche hasta culminar en Heidegger admirando arrobado las manos de Hitler. Pero "olvida" Gray que ha sido precisamente Pinker el que más claramente ha señalado los mitos que la Modernidad había creado, del "fantasma en la máquina" de Descartes al "buen salvaje" de Rousseau pasando por la "tabla rasa" de Locke. Porque lo que resulta imposible de entender para una mentalidad reaccionaria y "pobrista" (por utilizar el término que usa Escohotado para referirse a los enemigos del comercio) como la de Gray es que haya una tradición como la liberal en la que lo que importa no es tanto el resultado, un conjunto de consignas, como un proceso, unas reglas del pensamiento. Hoy, Hume, Locke y Smith aplaudirían los hechos científicos y la sofisticación teórica que han reformulado y/o desechado sus teorías (seguramente no sería ese el talante de Nietzsche y Marx, los principales enemigosde la razón, el humanismo y el progreso. En una palabra, para mortificación de Gray, del liberalismo.)
En la senda de Bernard Williams (Verdad y veracidad), Matt Ridley (El optimista racional) y Johan Norberg (Progreso), Steven Pinker representa, junto a Jonathan Haidt, Jordan Peterson y Camille Paglia, la emergencia poderosa de un pensamiento neoilustrado, neoliberal y neohumanista que -con educación no exenta de contundencia, de alegría que no rehúye la polémica-, reivindica y profundiza en el legado de ironía y raciocinio que inició hace dos mil quinientos años un griego bebedor, charlatán e insomne llamado Sócrates, asesinado por la moda "políticamente correcta" de entonces y la colusión de conservadores reaccionarios y progresistas reactivos que ahogó a la incipiente democracia griega. Veinticinco siglos después, Pinker combina el talante dialogante y ameno del ateniense con el método enciclopédico y empírico del macedonio Aristóteles en una obra imprescindible en cualquier biblioteca orientada hacia la libertad y la verdad. Pero como confirmación de su tesis de que vivimos en el menos malo de todos los mundos históricos hasta la fecha, la probabilidad de que muera envenenado como Sócrates bebiendo una copa es casi nula. Salvo que sea John Gray el que lo invite a una ronda.
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