Con Lula en la cárcel, Kirchner en la oposición, Maduro solo amparado por Zapatero, Daniel Ortega denunciado por el Premio Cervantes y Podemos en horas bajas (devorado el movimiento por el nepotismo de Iglesias, la corrupción de Errejón y la incompetencia de Echenique), el populismo parece que solo levanta cabeza a nivel internacional por lo que afecta a Donald Trump. Pero tenemos que considerar la guerra civil larvada que se vive en Cataluña, entre el acoso institucionalizado y el golpismo catalanista, y en el País Vasco, donde la disolución de ETA es solo un cambio táctico en la estrategia de destruir la democracia española, así como la crisis de la verdad que se vive en el mundo entero, con la degeneración de la verdad que se desliza a través de las redes sociales.
Por eso resultan tan oportunas las reflexiones que sobre el populismo en este inicio del siglo XXI desarrollan unos filósofos españoles de corte liberal, socialdemócrata y republicano, en la obra que han editado Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón. De Rafael Herrera ("Maimónides ante el Mesías populista") al propio Ujaldón ("Populismo suicida"), pasando por Antonio Rivera ("Esperando a Laclau: ecos contemporáneos del populismo suramericano de entreguerras"), Manuel Arias Maldonado ("Tiempo para la ira: sobre el auge contemporáneo del populismo"), José Antonio de la Rubia ("Fast and furious"), Miguel Ángel Quintana Paz ("Populistas: ¿son siempre los demás? O sobre la idea de populismo que tienen los propios populistas"), Juan Antonio Rivera ("Populismo como ideología"), Jorge Álvarez ("Permanencia del populismo, sujeto político y cuestiones de táctica"), Alfonso Galindo ("La teología política populista y el éxito actual de la posverdad"), Alberto Moreiras ("Sobre populismo y política. Hacia un populismo marrano"). Y, si me perdonan, yo mismo ("Los dos cuernos del dilema democrático (y la forma de evitar la cornada populista)").
En el prólogo, Benigno Pendás nos recuerda que "en tiempos de democracias inquietas, el populismo es la expresión contemporánea de la demagogia (...) Acaso la novedad de nuestros días es la jerga esotérica que acompaña (o, en rigor, antecede) a un fenómeno relativamente sencillo de explicar en un contexto de crisis socioeconómica y cultural". Y por el detalle apuntado por Pendás sobre la jerga podemos comenzar a comentar el conjunto de artículos. Porque, a diferencia de la "prosa de núcleo irradiador" que puso de moda Errejón, a medio camino entre lo pedante y lo cursi, los autores de este ensayo colectivo se caracterizan por la prosa no solo clara, como exigía el gran maestro Ortega y Gasset (un antecedente en su Rebelión de las masas de la denuncia del auge populista en la época de la Segunda República), sino amena, incluso divertida, contra el estereotipo de que lo profundo ha de ser árido y pesado. Y no hay que menospreciar, todo lo contrario, la jovialidad como una herramienta intelectual contra la pomposa severidad de los popes populistas, porque, como solía repetir aquel martillo de totalitarismos que fue Cioran,
las religiones, al igual que las ideologías, que han heredado sus vicios, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor.
Contra esa religión laica reconvertida en ideología viciosa, los artículos de este recopilatorio consiguen mostrar tanto la perspectiva del telescopio, para captar grandes zonas del espacio político, como la del microscopio, para organizar matices del paisaje moral. De este modo Maimónides se codea con Simón Bolívar, sobre la prehistoria y los orígenes del populismo contemporáneo. Y la metáfora del virus o la de las carreras underground al estilo de Fast and Furious sirven para trazar no solo un diagnóstico sino también una posible terapia que incluye armas dialécticas y reglas políticas para combatir la plaga, con medidas específicas respecto de Podemos como encarnación más visible y poderosa del populismo en nuestro país.
El libro es especialmente interesante porque revela a un autor desconocido para gran parte del público español, Ernesto Laclau, inspirador argentino del neomarxismo de corte tercermundista y posmoderno que es el referente intelectual de los líderes de Podemos, tanto en el contenido doctrinario como en la jerga irradiante. Pero, y esto es fundamental, sin la habitual apología tendenciosa con que es presentado en los círculos podemitas, sino desde la perspectiva crítica que lo sitúa en su papel real: ser la última versión de los enemigos de la sociedad abierta, que diría Karl Popper.
Por otra parte, también es muy importante porque pone de manifiesto que el frente contra el populismo en las democracias occidentales tiene varias trincheras, de la liberal a la socialdemócrata, pasando por la republicana. Esta separación de poderes intelectuales no debilita el frente del sistema occidental clásico, basado en la democracia liberal, la economía de mercado y la ciencia tecnológica, sino que lo refuerza al diversificar los argumentos, desmontando de esta manera la pretensión del populismo de convertirse en referente hegemónico de la crítica al sistema. Porque lo que siguen sin entender los populistas es que el proceso de destrucción creadora del liberalismo afecta no solo a su dinámica económica, también a la política. Lo que lleva a una reestructuración permanente, por la que las críticas no violentas no solo no acaban con el sistema sino que lo hacen más fuerte. Desde el momento en que los podemitas han tenido que renunciar en parte a la violencia política que es usual en sus homólogos sudamericanos, se han quedado sin la fuerza del chantaje que es consustancial a un movimiento que es revolucionario y no reformista. Al tener que, de todos modos, apoyar a parte de sus miembros díscolos, del sindicalista Bódalo al camorrista Alfon, pasando por los raperos Pablo Hasel o Valtonyc (todos ellos condenados por usar la violencia como herramienta política), los populistas de Podemos se han quedado en una tierra de nadie conceptual y pragmática que los aleja de sus dos posibles votantes, el sosegado socialdemócrata (lo que vende Errejón y, ay, Bescansa) y el radical ultraizquierdista (Pablo Iglesias y los comunistas al estilo de Montero y Garzón).
Pero para llegar a la debacle electoral, y que no resurja de las cenizas de la demoscopia, son necesarios libros como ¿Quién dijo populismo?, que proveen de las herramientas analíticas para desde la tribuna académica desmontar este populismo de los profesores que es la gran aportación española a la penúltima variación del asalto desde la extrema izquierda a la razón y a las instituciones.