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Santiago Navajas

'La séptima función del lenguaje'

Temerán menos la aparición de hambrientos tiburones y tenebrosas medusas en la playa que la de una bancada de deconstructores 'philosophes' en estas páginas.

Temerán menos la aparición de hambrientos tiburones y tenebrosas medusas en la playa que la de una bancada de deconstructores 'philosophes' en estas páginas.
Portada del libro "La séptima función del lenguaje" | Seix Barral

El año 1980 fue especialmente terrorífico para la filosofía francesa. Roland Barthes, el semiólogo supremo, fue atropellado en marzo por una camioneta de la lavandería. Louis Althusser, el mandarín indisputado del marxismo, estranguló en noviembre a su mujer. Con Foucault, Sartre, Beauvoir, Deleuze, Derrida, Aron y otros, la filosofía francesa vivía una agitada, comprometida y estrambótica edad de plata. No exenta de críticas. En Estados Unidos, el filósofo analítico John Searle mantenía una fuerte polémica con un Derrida al que acusaba de no haber entendido nada de la filosofía del lenguaje. Mientras, también en EEUU, Camille Paglia empezaba a desmontar la plaga de la French Theory, fundamentalmente foucaultiana, que se había extendido por los departamentos norteamericanos en forma de Gay and Lesbian Studies, feminismo totalitario, deconstrucción...

En La séptima función del lenguaje, Laurent Binet transforma ambas terribles anécdotas en categorías novelísticas de primer rango. Ampliando el elenco de personajes al ámbito político, del presidente por entonces presidente de la República Giscard al eterno Mitterrand, pasando por el omnipresente Debray o el maquiavélico Fabius, lo que fue un lamentable accidente y un horrible acceso de locura se convierten por obra y arte de una imaginación literario-paranoica en una serie de asesinatos políticos de raíz filosófica. El móvil oculto: conquistar el mundo a través de una sutil séptima función del lenguaje que había teorizado Roman Jakobson y que permitiría el control absoluto de la mente y la voluntad de los humanos, ya que el mero decir se convertiría en un hacer (como según la leyenda ocurre con el vudú, donde una mera maldición de un brujo se convierte automáticamente para el creyente en una sentencia de muerte).

La semiótica consiste en, según la famosa definición de Saussurre, "el estudio de la vida de los signos en el seno de la vida social". Es decir, que todo detective, del estilo de Sherlock Holmes o Poirot, es fundamentalmente un semiótico. La diferencia entre Holmes y el doctor Watson es que, donde el segundo solo ve hechos, el primero interpreta símbolos, indicios, signos… Por supuesto, introducir personajes reales en una ficción es problemático porque puede llevar a la confusión entre los planos de la existencia y de la imaginación. Y por esto la pareja formada por Philippe Sollers y Julia Kristeva, dos popes de la filosofía postmoderna, amenazaron con demandar al novelista, no tanto por el despiadado retrato que hace de ellos sino porque se inventa situaciones entre sus caricaturas que claramente pueden afectarles en su prestigio.

De París a la Universidad de Cornell, pasando por Bolonia para interrogar a Umberto Eco (momento en el que se le ocurre al italiano una novela sobre rosas, asesinatos y libros) en el momento en que la estación de tren de la ciudad vuela por los aires tras un sospechoso atentado, y en la vorágine de unas elecciones presidenciales francesas, la novela de Binet es tan profunda filosóficamente, pero sin ínfulas, como amena, siempre que se conozca un mínimo a los personajes. Para la comprensión general de un público no especializado, Binet compone una pareja de detectives formada por un rudo policía, característico del polar francés a lo Jean-Paul Belmondo, y un profesor de filosofía reconvertido en sabueso y traductor para el primero de los arcanos semiológicos que se manejan. Al estilo de Holmes y Watson pero al revés.

Aunque la parodia tiene sus límites y el homenaje se transforma finalmente en ácido retrato. La novela de Binet resulta interesante fundamentalmente porque da que pensar sobre el núcleo fundamental de la política en democracia: el dominio del lenguaje. Porque ni la fuerza física ni el poderío militar tienen la capacidad del lenguaje para suscitar miedo, pena, amor, odio… Nuestra civilización, como recuerda Umberto Eco a través de Binet, es deudora sobre todo de Atenas y de sus tres pilares políticos: la gimnasia, el teatro y la retórica (de donde viene nuestra fascinación por los deportistas, el mundo de la farándula y los políticos).

Los 80 fueron tiempos realmente duros para la lucha cultural. La extrema derecha y sobre todo la extrema izquierda justificaban la violencia como medio para la política. Como explica en la novela una simpatizante de las Brigadas Rojas:

Ma che terroristi? Militantes que utilizan la acción violenta como medio de acción, ecco!"

Pero mucho peor que los terroristas eran aquellos que usando torticeramente las palabras justificaban la violencia. Por ejemplo, Herbert Marcuse cuando recriminaba a Adorno que hubiese llamado a la policía cuando los alumnos invadieron la Escuela de Frankfurt

Creo que, de nuevo en determinadas situaciones, la ocupación de edificios y la interrupción de las clases son actos legítimos de protesta política...

Con esas "determinadas situaciones" quedaba abierta la veda para lo que llamó Habermas "fascismo de izquierdas". Y en la actual situación política la manipulación del lenguaje por parte de la izquierda tiene su símbolo mayor en la propuesta de Carmen Calvo para cambiar la Constitución adecuándola al lenguaje inclusivo.

Volviendo a La séptima función del lenguaje, forma parte de las novelas con vocación de ensayo. Junto a Una investigación filosófica de Philip Kerr, Clara y la penumbra de José Carlos Somoza, En busca de Klingsor de Jorge Volpi y Los crímenes de Oxford de Guillermo Martínez, forma una subsección dentro de la novela negra en la que cuestiones filosóficas o científicas ocupan un lugar fundamental en la trama.

A final del siglo XX, el flamante premio Cervantes Eduardo Mendoza escribió: "La novela de sofá ha muerto (…) Al menos en el Primer Mundo". Pero los muertos novelísticos han resucitado con una salud envidiable, siendo La séptima función del lenguaje una novela que se lee tan bien en un sofá como en una hamaca de playa, desde donde temerán menos la aparición de hambrientos tiburones y tenebrosas medusas que la de una bancada de deconstructores philosophes.

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