Para entender el Holocausto
A partir de 1948, muchos judíos huyeron al actual Estado de Israel, destino extravagante para muchos habitantes del que Stefan Zweig bautizó como el "mundo de ayer".
"Puede decirse que el Holocausto es el asesinato en Europa durante la Segunda Guerra Mundial de unos cien mil enfermos mentales polacos, alemanes y austriacos; más de cinco millones de judíos; más de dos millones de prisioneros de guerra soviéticos; unos trescientos veintidós mil serbios y alrededor de un cuarto de millón de gitanos". Esta es la definición dada por Raúl Fernández Vítores, Alberto Mira Almodóvar, Fernando Palmero y José Sanchez Tortosa de la palabra que destaca en el título a cuyo pie ponen sus firmas. Para entender el Holocausto (Ed. Confluencias, Madrid, 2017). Aunque la etimología del vocablo –todo quemado– evoca los crematorios y el inconfundible olor que inundó la atmósfera de lugares como Auschwitz. Gabriel Albiac, que prologa la obra, aclara que ese nombre, el más sonoro de cuantos designaron a los campos de exterminio, constituye una auténtica estructura simbólica. Auschwitz, con su impronta de eficacia germana, representa el exterminio industrial.
En su origen, la palabra griega holocausto daba nombre a un sacrificio ritual practicado por judíos y griegos, consistente en ofrecer un animal quemándolo por completo. Esta ceremonia, en cuyo centro se situaban las bestias, resulta esclarecedora cuando de aproximarse al holocausto del siglo XX se trata. Como demuestran los autores del libro, la gradual animalización a la que fueron condenados determinados sectores de la población centroeuropea fue el punto de partida del camino que condujo a los campos de exterminio. Sin embargo, y a pesar de que el Holocausto remite casi de manera automática a la judeofobia germánica, alentada, entre otros, por Lutero, lo que en esta obra se define como "tanatopolítica" excedió los límites de Alemania. En efecto, desde los primeros años de la pasada centuria, las esterilizaciones forzosas afectaron a determinados colectivos en Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Francia y las naciones escandinavas. El caso alemán, no obstante, destaca sobre todos ellos. En doce años de gobierno nacionalsocialista, más de 400.000 personas fueron esterilizadas.
El canon ario, tallado por categorías tan médicas como ideológicas, sirvió para marginar primero, y exterminar después, a muchos hombres incluidos en colectivos cuya delimitación fue a veces tan artificiosa como el patrón del que se hallaban alejados. El Holocausto se desarrolló entre batas blancas y uniformes castrenses. Sin embargo, la asepsia hospitalaria precedió al alambre de espino, razón por la cual la reconstrucción de ese proceso obliga a indagar en el origen de la siempre expansiva nación alemana. Sus estructuras políticas permitieron llevar a cabo una primera gran vacunación contra la viruela, que supuso un primer paso para el control social. A esa campaña le sucedió la implantación de seguros de bajas laborales por enfermedad y, más tarde, la aprobación de la Ley de Vejez e Invalidez. El paso de la Alemania de Bismarck a la República de Weimar vino acompañado de una política subsidiaria que aumentó considerablemente tras la Gran Depresión, que dejó sin empleo a una enorme cantidad de alemanes. En ese contexto comenzó el señalamiento de los marginados y el de determinados colectivos. Según se afirma en la obra, la política de selección de la raza no nace únicamente de la judeofobia, sino que surge para afrontar "la cuestión social", para destruir a los "marginados", a los "extraños a la comunidad". En el final del libro, este argumento volverá a aflorar poderosamente.
La gradual animalización a la que fueron condenados determinados sectores de la población centroeuropea fue el punto de partida del camino que condujo a los campos de exterminio.
La eugenesia, la búsqueda de la purificación de los linajes, venía, naturalmente, de atrás. Por lo que al término se refiere, fue sir Francis Galton, primo de Darwin, quien comenzó a emplearlo, en 1883. Pronto esta búsqueda de purificación racial arraigó en sociedades protestantes. Entre ellas estaba una Alemania que ofreció a sus ciudadanos sanos la posibilidad de contemplar con sus propios ojos los manicomios. A los enfermos mentales se sumaron, en el señalamiento, los delincuentes. El movimiento, de objetivos pretendidamente salutíferos, alcanzó pronto a los judíos, a quienes Hitler ya pretendió confinar en campos de concentración, al menos, desde 1921. Para entender el Holocausto reconstruye todas las fases de la represión. Desde un principio marcado por el desorden y cierta arbitrariedad, a la puesta en marcha de una sistematización simbolizada por las sombrías siluetas de las chimeneas.
Aunque la higiene social nazi ya estaba en marcha, el expansionismo germánico, cuya fase final conduce a la Segunda Guerra Mundial, transformó las políticas internas. La guerra produjo un amplio volumen de población reclusa que hubo de ser clasificada. Algunos fueron privados de libertad siguiendo criterios ideológicos. Tal es el caso de la oposición interna, los comunistas o los socialdemócratas. Otros fueron recluidos por ser considerados asociales. Entre estos figuraron delincuentes habituales, homosexuales, marginados, vagabundos, pero también los que habían perdido los subsidios. Finalmente, el criterio biológico señaló a judíos y gitanos. Fanatizados por la idea de construir una sociedad limpia, los nazis comenzaron su obra por la infancia. Entre 1939 y 1945 se hizo desaparecer a más de 9.500 niños alemanes física o psíquicamente discapacitados. Pronto, la edad de los afectados ascendió. Una vez más, la tecnología sirvió a la ideología de forma eficaz, incluso imaginativa, pues se llegaron a habilitar cámaras de gas móviles, alimentadas por CO. Con estas cámaras se hizo desaparecer a más de 13.000 pacientes de hospitales psiquiátricos en la Polonia ocupada. La guerra exigía camas libres para los soldados heridos en el frente. Los locos sobraban en la retaguardia.
Tierra disputada por la Alemania nazi y la URSS, Polonia acogía a un elevado número de judíos. Más de 400.000 vivían en Varsovia, superando en número a los que lo hacían en toda Alemania. A ellos se sumaron los que llegaron tras el Anschluss austriaco. A los prejuicios antisemíticos se unió la exigencia de reasentar población alemana en la tierra polaca conquistada, y ocupada en 1940 por 1.425.000 judíos. El momento de la creación de los guetos había llegado.
Sin embargo, aunque Hitler había proyectado una guerra relámpago, la URSS mostró toda su firmeza. El frente quedó estabilizado, y provocó un gran desgaste en el bloque alemán. Del gueto se pasó al campo de concentración, y del confinamiento judío al exterminio. Pronto las elites intelectuales, culturales y religiosas judías fueron atacadas, dando comienzo a un genocidio cuyo radio es ampliado por los autores. Para estos, el genocidio, siempre vinculado al Estado, excede lo étnico, lo racial o lo religioso, y alcanza a grupos políticos, sociales y económicos. En la obra se hace hincapié en su carácter intencional, pues su perfecta realización se antoja imposible.
Pese a la variedad de los colectivos afectados, huelga decir que entre los genocidios destaca la Shoá, es decir, el que afectó a los judíos, que condujo a estos a la muerte o al exilio. El proceso fue complejo, y se movió entre la expropiación de los bienes y la de la propia vida. Más de cinco millones de judíos fueron asesinados durante el periodo de estudio aludido. Sin embargo, la estrella amarilla no fue el único símbolo que marcó a determinados hombres. A ella se sumó el triángulo negro, que señaló a los antisociales, entre ellos más de 250.000 gitanos que perdieron la vida en este periodo.
Carece de sentido tratar de apartarse de los móviles racistas que operaron durante el Holocausto. Sin embargo, el racismo no lo explica todo. Como se expone en las últimas páginas de Para entender el Holocausto, existieron otros factores que no deben despreciarse. Detrás de las matanzas también había poderosos intereses económicos. El bloqueo de Stalingrado hizo que Auschwitz adquiriera su verdadera escala como campo de exterminio y de trabajo. Allí se llevó a cabo, en palabras de los autores, "una forma impersonal de destrucción de hombres que atrae la inversión capitalista. Es, al mismo tiempo, una fábrica de muerte, de caucho y combustibles sintéticos". En Auschwitz, la mano de obra se extingue con la vida. En definitiva, en los campos nazis "la producción económica iba unida a la producción de cuerpos desprovistos de fuerza de trabajo y cuerpos desprovistos de vida". En ellos se alcanza la forma más lograda de tanatopolítica, que permite la reposición, a bajo coste, de mano de obra esclava, de la cual se beneficiaron poderosos empresarios y figuras públicas que, una vez concluida la guerra, fueron convenientemente amnistiados y desnazificados. La ocultación de pruebas, fue, de hecho, una estrategia cuidadosamente desplegada por los nazis cuando adivinaron el fin de su aventura racial, que desproveyó de vida a casi ocho millones de individuos desajustados con respecto a su modelo.
Aunque vencida en el campo de batalla, la tanatopolítica, en el contexto de las actuales sociedades industrializadas, sigue siendo una opción, todavía disimulada, asunto este que bien pudieran desarrollar más ampliamente Fernández Vítores, Mira Almodóvar, Palmero y Sánchez Tortosa.
A partir de 1948, muchos judíos huyeron al actual Estado de Israel, destino extravagante para muchos habitantes del que Stefan Zweig bautizó como el "mundo de ayer".
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