Pese a las políticas protocomunistas que lastran su economía y el chovinismo racista que propaga su establishment negro, Sudáfrica sigue siendo un lugar maravilloso, lleno de gente excepcional de todas las razas. Hace solo unos días estuve en Johannesburgo y pude disfrutar una vez más de lugares como Rosebank.
En el corazón del Johannesburgo afortunado, ese centro comercial funcional y moderno representa como ningún otro la Sudáfrica de éxito. En sus plazas llenas de cafés y restaurantes se dan cita cada día multitud de sudafricanos de clase media. Negros, blancos, indios y mestizos que conviven sin las tiranteces que promueven cada día los políticos. Negros, blancos, indios y mestizos que comparten la seguridad en sí mismos, la prosperidad y hasta la elegancia que solo son posibles en las sociedades libres y desacomplejadas.
Precisamente en uno de esos cafés me senté a charlar con un amigo que se alistó en el Congreso Nacional Africano (CNA) de Mandela durante el apartheid y dejó atrás su vida privilegiada en barrios residenciales como Rosebank, entonces exclusivamente blancos, para irse a malvivir al exilio, a uno de los campamentos que el movimiento de liberación tenía por África. Desilusionado con el proyecto supuestamente antirracista y democrático al que un día entregó su vida, mi amigo lamenta ahora la deriva nacionalista y corrupta que ya empezó a adivinar entonces en el partido. Hablando sobre la persecución que los periodista incómodos sufrieron durante los años infaustos del presidente Jacob Zuma (2009-2018), mi amigo me dijo con tristeza:
El Congreso Nacional Africano ha acabado utilizando contra los críticos las mismas tácticas de terror e intimidación que el régimen del apartheid al que combatimos.
Poco antes de esta reunión en Rosebank me había reunido en el Nuno’s, un restaurante remotamente portugués del bohemio barrio de Melville, con el periodista radiofónico Foeta Krige. Krige acaba de jubilarse después de toda una vida en los micrófonos del servicio en afrikaans de la radio pública, y es uno de los integrantes de Los Ocho de la SABC. Este selecto club de periodistas de la BBC sudafricana tiene su razón de ser en el acoso que sufrieron sus miembros desde que, en el invierno austral de 2016, se negaran a acatar la censura impuesta por el testaferro de Zuma en el canal público. Despedidos o apartados de su trabajo por plantar cara a una directiva que prohibía emitir imágenes de las protestas violentas contra el Gobierno que sacudían el país esos días, Krige y sus siete compañeros emprendieron, con el apoyo de la sociedad civil en los aún independientes tribunales sudafricanos, una larga batalla legal que terminaron ganando, pero a un coste personal irreversible, al menos para uno de los integrantes del grupo.
El periodista ha contado la historia en un libro publicado este año y titulado precisamente The SABC 8 (Penguin, 328 páginas), que puede comprarse en España a través de Amazon.
Las intimidación y la violencia contra Los Ocho de la SABC comenzaron poco después de que fueran represaliados por la dirección de la radiotelevisión pública tras acudir a la Justicia para denunciar su situación. Un tribunal laboral dio la razón a los periodistas despedidos y la cadena se vio obligada a readmitirlos, pero Los Ocho de la SABC no se conformaron. Con la ayuda de organizaciones de la sociedad civil, Krige y sus compañeros empezaron a trabajar para que el más alto tribunal sudafricano, el Constitucional, se pronunciara contra la politización y la censura en el ente público. El caso saltó a la primera plana de la actualidad, y Krige y sus compañeros empezaron a recibir amenazas y a sufrir extraños accidentes y ataques con una frecuencia improbable hasta en una sociedad tan violenta como la sudafricana.
La peor parte se la llevó Suna Venter, una periodista de poco más de treinta años que trabajaba en el programa en afrikaans de Krige. Venter fue la primera en recibir los siniestros mensajes amenazantes que poco después empezarían a llegar también al resto del grupo. Uno de los primeros le llamaba "niña" con tono chulesco y le advertía de que podían "acabar con ella, y no en los tribunales", si no abandonaba su campaña para llevar al Constitucional el caso.
Algunos de los SMS seguían con rigurosa exactitud el patrón impuesto por Zuma en el debate público. Según este discurso, Krige, Venter y el tercer integrante blanco y afrikáner del grupo eran agentes reaccionarios infiltrados por organizaciones de la derecha racista para sabotear la transformación de la cadena pública. Los periodistas blancos eran culpables también de manipular y llevar por la senda perversa de la traición y la rebeldía a sus colegas negros en Los Ocho de la SABC.
Cuando Krige y sus compañeros –entre los que había cuatro periodistas negros, algunos de ellos vinculados a la resistencia contra el apartheid, y una india– lograron que el Parlamento investigara los abusos en la SABC, los miembros negros del grupo recibieron el siguiente mensaje:
Traidores que protegéis a vuestros amigos blancos que empezaron esto en el Parlamento diciendo mentiras sobre vuestros camaradas. Estáis avisados, no matamos a negros, pero sentaos para ver correr la sangre.
Mientras los mensajes continuaban llegando y Los Ocho de la SABC perseveraban en su guerra a la censura, el acoso contra Venter pasaba a otro nivel. La joven periodista sufrió un asalto a su apartamento, del que los intrusos no se llevaron nada. Una noche, mientras dormía, una ventana de su vivienda se rompió misteriosamente. Las ruedas de su coche aparecieron desinfladas y pinchadas en varias ocasiones, y llegaron a cortarle los cables de los frenos.
Una noche, mientras volvía a casa en su vehículo, un desconocido disparó contra el parabrisas con balines de porcelana. Otra noche, alguien la esperó a la salida del restaurante mexicano de Linden al que había ido a recoger su cena y la atacó con un arma mientras subía a su coche. Venter no logró comprender lo ocurrido. El médico al que acudió después extrajo fragmentos de perdigón de su rostro.
Su peor experiencia tuvo lugar una madrugada de sábado de noviembre de 2016. Eran las cuatro de la mañana cuando Krige recibió un mensaje de whatsapp de su compañera, que decía estar atada a un árbol junto a un círculo de hierba ardiendo en una colina de Johannesburgo. Krige fue hasta allí y encontró a Venter herida y aterrorizada. Lo último que recordaba era estar caminando junto al hombre armado que la ató al árbol y la dejó abandonada después de prender fuego a la hierba.
El Tribunal Constitucional no se pronunció finalmente sobre lo ocurrido en el ente público, pero Los Ocho de la SABC ganaron su batalla al testaferro de Zuma en la cadena. El Parlamento acabó dándoles la razón tras una investigación que expuso todos los escándalos de la SABC. El testaferro de Zuma tuvo que dimitir y los periodistas perseguidos conservaron sus programas en la parrilla.
Pero esta victoria se consiguió a un precio tremendamente elevado, sobre todo para Venter. El 29 de junio de 2017: los servicios de emergencias levantaban el cadáver de Suna en su apartamento de Johannesburgo. Venter padecía el síndrome del corazón roto y había muerto debido al estrés al que estuvo sometida durante meses.
The SABC 8 es un homenaje emotivo y sobrio a Venter, personalidad fuerte y en cierto modo atormentada que fue tratada con crueldad y permanentes sospechas por muchos de sus colegas. El libro es además un repaso sincero, completo y detallado de la resistencia a los poderosos sin escrúpulos que querían someter a un grupo de periodistas valientes y con principios. Los hechos que relata están protagonizados por personajes inevitablemente recurrentes en toda situación parecida: el que se arriesga y habla; el que teme, calla y se aparta; el que sirve y ejecuta al amo que acabará desechándole como un pañuelo gastado.
Por otra parte, quien se sumerja en la obra de Krige encontrará un fresco sobre la vida cotidiana y las contradicciones que, tres décadas después del fin del apartheid, siguen haciendo de Sudáfrica un país dificilísimo y apasionante. Krige es un afrikáner de Johannesburgo que se embarcó en la aventura del periodismo para acercarse a la otra Sudáfrica y buscar el aire que le faltaba en el mundo calvinista, estricto y conservador en el que, como a tantos otros sudafricanos de su tribu, le educaron sus padres. Como muchos de sus compatriotas, Krige se relaja conduciendo por el desierto del Kalahari y las interminables llanuras abiertas que ofrece Sudáfrica.
El autor reivindica su condición de africano y su amor por el continente en el que ha nacido. La vehemencia y el candor con que lo hace podrían estar relacionados con uno de los muchos dramas que su propia historia ha traído para los afrikáners: la negación por parte de sus compatriotas negros de sus evidentes raíces africanas y su innegable apego a África, a su paisaje y algunas de sus formas de vida.
Entre las muchas estampas y conceptos sudafricanos que sorprenderán al lector español está la Suna Venter saliendo de casa por la noche a un cigarrette drive, una de las versiones del paseo español o europeo en un país que, por seguridad y estructura urbana, prácticamente no camina. Hay asimismo una referencia directa a la emigración de la población blanca, en este caso a Nueva Zelanda, por parte del tercer integrante afrikáner del grupo.
The SABC 8 también da testimonio de dos temas omnipresentes en la vida sudafricana: la inseguridad que provoca el crimen y la raza, que llega a enfrentar al propio grupo de periodistas por la desconfianza que provoca en los integrantes negros que el sindicato conservador afrikáner Solidaridad esté implicado en la batalla legal por sus derechos. Las tensiones en torno al papel de Solidaridad en la campaña están a punto de romper al grupo y Krige las expone con una honradez brutal recubierta de amabilidad y elegancia.
Y pese a todas las dificultades, y a que los blancos parece que hayan de ceder más como pago de una culpa histórica que podría no prescribir nunca, Los Ocho de la SABC y muchos otros sudafricanos son capaces de trabajar juntos por el país en el que creen. Aunque crean de maneras distintas.