¿Quién conquistó México?
El historiador mexicano Federico Navarrete afirma que "la idea de la victoria absoluta de los españoles en 1521" es un invento de Hernán Cortés.
Esta pregunta, de respuesta aparentemente automática –los españoles, naturalmente–, es la que da título al libro publicado a finales del pasado año por el historiador mexicano Federico Navarrete, que en la introducción a su obra –¿Quién conquistó México?, Debate, Ciudad de México, 2019– afirma: "La idea de la victoria absoluta de los españoles en 1521 no es más que una versión parcial e interesada, inventada por el propio Hernán Cortés". Al análisis de lo ocurrido hace medio milenio, y a sus consecuencias, consagra Navarrete ciento ochenta y cuatro páginas en las que, como advierte al lector, se atiende a la "obligación" de "elegir bando" a propósito de la guerra desencadenada a partir de "aquel fatídico 1519".
En medio de este dilema, ante el que Navarrete se posiciona sin pudor, los inesperados e indeseados visitantes aparecen aureolados de "violencia", "ignorancia", "insensibilidad" y "prepotencia", características que les impidieron actuar de un modo respetuoso ante la "otredad" indígena. Cabe introducir aquí la primera de las objeciones, pues, como es sabido, la realidad en la que irrumpieron tan brutales rostros más o menos pálidos era tremendamente convulsa. Navarrete, tal nos parece, abstrae todas las diferencias entre aquellos pueblos para configurar un indígena abstracto, desposeído de sus atributos más incómodos. Una operación que también repite con el colectivo –así soldados como religiosos– español, marcado por una brutalidad representativa de "una nueva forma agresiva y dominante de la masculinidad europea, militar y colonialista". Al cabo, según sostiene Navarrete, los barbudos, entre los que se encontraba el hidalgo Cortés, autor de las Cartas de Relación, eran, en realidad, "un grupo marginal y provinciano de varones iletrados".
Elaborado este cuadro maniqueo, Navarrete introduce la obligada perspectiva femenina. Nuestro autor sostiene que la convivencia íntima y cotidiana con las indígenas transformó a los machistas "colonos", que accedieron de este modo a un nuevo mundo sensitivo y espiritualista que todavía no ha desaparecido por completo, pues, según nos dice, "en el siglo XXI, como en el XVI, la mayoría de las mujeres y hombres indígenas sigue manteniendo corporalidades distintas y tiene conceptos diferentes de la relación entre los aspectos materiales y espirituales de su ser. Llegan a tener, por ejemplo, hasta nueve esencias espirituales distintas, algunas llamadas almas". De entre todas esas mujeres, emerge la dioscúrica figura de doña Marina, que por una parte es indígena y femenina y por la otra, española y masculina. Una es políglota y elocuente; la otra, marcada por la impronta española, incapaz de comunicarse. Frente a la Marina hermosa, aparece la violenta; ante la negociadora, la amenazante. Un pulso interior que queda encerrado en un cuerpo, el de Marina, que, según el relato navarretiano, fue capaz de "imaginar un destino diferente al adjudicado [¿por quién? ¿acaso no lo estaba por aquellos hombres que la esclavizaron?]. Negarle incluso esta posibilidad sería un acto de violencia racista, de género y social, que conformaría y haría aún más opresiva la marginación que padeció en los hechos". Los españoles se convierten, de esto modo, en castradores de sueños.
Ya en un plano menos introspectivo, el tercer capítulo, "Los indígenas conquistadores", no oculta su raigambre restalliana, reconocida por el propio Navarrete. Apoyado en la abrumadora mayoría de guerreros indígenas que participaron en la conquista, así como en el papel esencial que jugaron los guías nativos, Navarrete, siempre a rebufo de Matthew Restall, alcanza su clímax negacionista de los méritos españoles cuando dice que "fueron los gobernantes indígenas aliados quienes determinaban el rumbo de la expedición y sus alianzas, de acuerdo con sus propios intereses estratégicos, y luego aconsejaban y convencían a los conquistadores de seguir su camino". Dentro de un contexto que arrastraría inercialmente a los ¿conquistadores? españoles, los indígenas habrían hecho creer a estos que tenían el control y que las decisiones eran sólo suyas. Sin embargo, la realidad, a la que habría tenido acceso el historiador mexicano, fue por otros derroteros: los olorosos, ruidosos y agresivos españoles fueron poco más que un instrumento en manos preferentemente tlaxcaltecas. La presencia de aquellos hombres, caracterizados por su "alteridad", permitió que los antaño enemigos llegaran a ponerse de acuerdo contra los mexicas. Cortés y sus hombres actuaron, literalmente, como "testaferros" de sus aliados indígenas. Los españoles, en definitiva, no pasaron de ser "dirigentes nominales", manipulables y maleables al servicio de los enemigos de Moctezuma. Una manipulación que, paradójicamente, habría llevado a los indígenas hostiles a la Triple Alianza, a convertirse en dependientes de unos hombres dotados de una desmedida capacidad para la violencia que alcanzó su mayores cotas con el despliegue de un auténtico "terrorismo religioso". Navarrete, que también dedica un espacio a refutar las razones morales que sostuvieron la conquista, contempla incluso, sin dar referencia alguna, la posibilidad de que la sodomía y la antropofagia fueran practicadas dentro de unas filas españolas, completadas por la sobrenatural presencia de un Santiago Matamoros que se transmutó en Mataindios.
Así las cosas: ¿quién sería el mayor responsable de la idea de que fueron los españoles los autores de la conquista de México? Don Federico acusa de ello a los historiadores mexicanos de los siglos XIX y XX, a los que urge dar una respuesta; respuesta que, teñida de relativismo y de actitud dialogante, da él mismo. Así, en un impecable español encerrado en los estrechos límites impuestos por el mito de la Cultura, concluye el negrolegendario Navarrete:
Frente a la intolerancia de la religión católica impuesta por los españoles, ante la pretendida superioridad de la cultura europea que ha buscado acallar otras formas de pensar y de hablar, que ha pretendido destruir las diferentes formas de pensar y hablar, que ha pretendido destruir las diferentes formas de ser humano, ha sido la inteligencia y la creatividad de los pueblos indígenas y de los africanos la que ha permitido que sobreviva y prospere una gran variedad de valores y culturas con sus diferentes formas de ser.
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