Nacido en Madrid el 12 de agosto de 1919, fruto de la relación entre el comandante de la Guardia Civil Pascual Martí Pablo e Ignacia Zaro López, el muchacho pasó con su madre a Francia en 1934, estancia en la que perfeccionó su conocimiento del idioma. Movilizado por el bando franquista, una medalla de campaña y una cruz roja del mérito militar adornaron su historial bélico. Terminada la guerra, retomó sus estudios de perito agrícola y regresó a Madrid tras una breve estancia en Pamplona.
En la capital, Pablo Martí Zaro visitaba a diario la Congregación Mariana de Nuestra Señora del Buen Consejo y San Luis Gonzaga, uno de los instrumentos de acción de los jesuitas y comúnmente llamada Los Luises, especialmente el Círculo de San Pablo. Allí se relacionó estrechamente con el padre Jose María Llanos S. J. y con el padre Ángel Carrillo de Albornoz S. J., hombre próximo a José Millán-Astray, que llegó a ser director mundial de las Congregaciones Marianas Universitarias antes de abandonar la Compañía en 1951, luego de hacerse pastor protestante y fundar una familia.
Junto a su fe religiosa, el joven Pablo cultivaba otra pasión: la teatral. En el Madrid de posguerra escribió una obra titulada La Estrella, que le permitió trabar relaciones con gentes del espectáculo como los actores Jacinto San Emeterio, Enrique Guitart y Niní Montián. Pablo Martí llegó incluso a debutar como actor a principios de 1943, cuando participó en la representación del Evangelio según San Juan preparada por el padre Llanos. En el teatro Fontalba, representó el papel de San Pedro dentro de una actividad incluida en la campaña de santificación de fiestas, a cargo del Consejo Diocesano de la Asociación de las Jóvenes de Acción Católica de Madrid-Alcalá.
Las inquietudes artísticas de Martí Zaro hallaron acomodo en el Ateneo. El 13 de enero de 1945, en su Aula de Cultura, leyó su obra Entre tren y tren, que resultó premiada y fue representada en el teatro María Guerrero por la compañía La Carátula, grupo experimental sucesor de Arte Nuevo, colectivo dirigido por José Gordon Paso y José María del Quinto, firmante en 1950, junto a Alfonso Sastre, de un manifiesto para la creación de un Teatro de Acción Social que pretendía
constituirse en el auténtico teatro nacional. Porque a un Estado social corresponde como teatro nacional un teatro social, y no un teatro burgués que desfallece día a día.
De esta compañía surgieron actores como Alfonso Paso y José Luis López Vázquez. A estas actividades se sumaron las colaboraciones en la revista Garcilaso. Juventud creadora, fundada por Pedro de Lorenzo Morales y José García Nieto, bajo el lema La creación como patriotismo. Por ella pasaron firmas como las de Federico Muelas, José María Valverde, Carlos Edmundo de Ory, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo de Luis, Gloria Fuertes, José Antonio Muñoz Rojas y Dionisio Ridruejo.
Su integración en el Ateneo, del que se hizo socio en mayo de 1946, no cortó sus lazos con Los Luises. De hecho, la Congregación Mariana incorporó, dentro de sus veladas familiares, su drama La llamada, que se representó el sábado 5 de diciembre de 1945, durante una jornada en la que José María Valverde recitó poemas de su libro Hombre de Dios. Salmos, elegías y oraciones, y en la que Francisco García Carrillo, amigo de Lorca, ofreció un concierto de piano. La obra de Martí Zaro transcurría en "Finlandia durante la guerra con Rusia en el invierno de 1940". Año y medio más tarde, en junio de 1947, su drama Un caso curioso se publicó en Acanto, revista del CSIC. Ese mismo año asistió a las lecciones que impartió Xavier Zubiri en los locales de La Unión y el Fénix Español. Un curso sólo para varones que había recibido la autorización del obispo de Madrid-Alcalá, y académico de la lengua, Leopoldo Eijo y Garay, en el que participó el monárquico donjuanista Gonzalo Fernández de la Mora. El contacto con Zubiri no terminó ahí, pues lo retomó durante otro curso impartido entre el noviembre de 1950 y abril de 1951. Al magisterio del filósofo donostiarra se unió el de Julián Marías. En febrero de 1951, Martí Zaro asistió a una docena de charlas de don Julián, tituladas Cuenta y Razón de la Filosofía actual, que el discípulo de Ortega impartió en el Colegio Estudio.
A finales de ese año, Pablo Martí Zaro se alzó con el Premio Nacional Calderón de la Barca por El mal que no quiero. El caso estuvo rodeado de cierta controversia, pues la obra premiada había sido Buenas noches, escrita por la dramaturga bonaerense Isabel Suárez de Deza. El jurado, del cual formaba parte José Luis Sampedro, así se había pronunciado por unanimidad. Sin embargo, la pieza quedó lastrada por un defecto de forma, al ser presentada a nombre de otra persona. Ello determinó que el premio se repartiera en tres accésits, uno de ellos a favor de nuestro hombre, que recibió 10.000 pesetas. El premio dio lugar a una carta de felicitación, escrita en papel timbrado del Secretariado Diocesano de Ejercicios Espirituales para Hombres, firmada por el padre Llanos.
Definitivamente, el escritor se había abierto un hueco entre los autores dramáticos del Madrid del momento. Prueba de ello es el hecho de que, en una entrevista concedida a Crítica, José Gordon Paso lo incluyó entre los autores más prometedores. Su nombre quedó impreso junto a los de Buero Vallejo, con quien Martí Zaro mantenía ya una relación epistolar, José Suárez Carreño, Alfonso Sastre, Álvaro de Laiglesia y Medardo Fraile. El 20 de mayo de 1952, La muerte de Ofelia se estrenó en sesión única el Teatro María Guerrero, de la que Torrente Ballester escribió una crítica negativa en Arriba. Estimulado por estos éxitos, su producción no se detuvo. En 1952 se presentó en el Teatro Beatriz Un caso curioso, que fue puesta en escena por el Teatro Español Universitario de la Escuela Central Superior de Comercio. En la misma velada se representaron dramas de Buero Vallejo y Alfonso Paso.
Toda esta actividad literaria propició que su nombre apareciera en la revista Ateneo. Las ideas, el arte, las letras, en febrero de 1954, dentro de un escrito titulado Quince años de anteguerra junto a quince de postguerra en el teatro. El número incorporaba el artículo "Apunte no comparativo sobre treinta años de nuestro teatro", de Eusebio García-Luengo, colaborador de Índice y habitual del Café Gijón. Martí Zaro aparece en un extenso artículo cuya tesis se explicita en su inicio:
El intervalo forzoso de los años 36 al 39 no supone, ni muchísimo menos, interrupción ni ruptura en ninguna manifestación literaria. Creer lo contrario es, entre otras cosas, estúpido. El genio literario español sigue fluyendo con naturalidad e incluso con fatalidad. Se trata de una gran corriente irrestañable, con todas las derivaciones que se quieran, pero cuyos manantiales han de alumbrarse en nuestra tierra, en nuestra patria. La literatura española que se escriba allende la frontera en eso: española. Y a medida que pase el tiempo correrá forzosamente el peligro de dejar de serlo; esto a mí me parece al mismo tiempo sutil y perogrullesco. El valor de la literatura fuera de España lo sigue dando España. Entiéndase o no esto, la calidad de nuestra literatura de emigración, por ejemplo, sólo podemos darla los españoles.
No hay, pues, a mi juicio, dos períodos claramente partidos por la guerra.
En esas mismas fechas, Martí Zaro fue uno de los cuatro impulsores de la agrupación Teatro de Arte Proteo, surgida a partir de una asociación juvenil en la que destacaban Santiago Molero y el tenor Manuel Villalba. Proteo se dio a conocer con un manifiesto firmado por los citados, José López Clemente, hombre vinculado al No-Do, y Pablo Martí Zaro. En él se afirmaba como "misión indeclinable franquear el acceso de los autores noveles al mundo tangible de la escena, hoy día prácticamente cercada a piedra y lodo, aun cuando se intente aparentar lo contrario". El nombre de la agrupación probablemente lo escogió Martí Zaro, que ya lo había empleado como lema para concursar con El mal que no quiero. La acción más destacada del grupo fue la organización, en abril de 1954, de un ciclo de conferencias sobre teatro, celebrado en el Ateneo de Madrid, que abrió Dionisio Ridruejo con una intervención titulada Interrogantes sobre el teatro. Al de Burgo de Osma le siguieron Alfredo Marqueríe, con Dentro y fuera del teatro; el hispanista irlandés Walter Starkie, que se había instalado en 1940 en España como director del primer British Council, que expuso Teatro británico e irlandés contemporáneo; Nicolás González Ruiz, José Hierro, Gonzalo Fernández de la Mora, Joaquín Calvo Sotelo, Fernando Fernán-Gómez, Eusebio García Luengo, Santiago Melero, Manuel Díaz Crespo, Pablo Martí Zaro y Guillermo Díaz Plaja. La clausura corrió a cargo del director general de Cinematografía y Teatro, Joaquín María Argamasilla de la Cerda y Elío, marqués de Santacara, que en la década de los 20 adquirió cierta notoriedad por su pretendida capacidad para ver a través de objetos opacos, hasta el punto de ser conocido como El hombre con rayos X en los ojos, facultad que, pese a la defensa hecha por Valle Inclán, fue desbaratada en Nueva York por Houdini. Más allá de estos detalles, el ciclo dio inicio a las relaciones entre Martí Zaro y Ridruejo.
Si todo ello ocurría sobre las tablas, en el plano personal, el 23 de noviembre de 1953, a Pablo Martí Zaro se le concedió una vivienda de la Obra Sindical Hogar integrada en el Grupo Virgen del Pilar. Una carta del ministro José Solís Ruiz a Luis Carrero Blanco dio respuesta al "especial interés" que este tenía por nuestro hombre. Acaso esa atención se debiera al hecho de que la esposa del almirante, Carmen Pichot Villa, estaba emparentada con con la que en junio de 1954 matrimonió con Pablo: María Jesús Romera Álvarez.
Asentado en el piso de Avenida de América, en la primavera de 1958, Pablo Martí Zaro recibió una carta de Alejandro Bérgamo Llabrés, notario y consejero secretario de la Fundación March, en la que se le comunicaba la concesión de una Pensión de Literatura dotada con 75.000 pesetas. Junto a él fueron becados: Miguel Delibes, Ildefonso Manuel Gil López, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Rafael Morales Casas, Antonio Oliver Belmás, Jaime Armiñán, Caballero Bonald y Jorge Cela Trulock. Un año más tarde, en junio de 1959, la revista Índice citó su nombre como dramaturgo integrado entre los habituales de la tertulia del Café Gijón. En el listado aparecen: Dámaso Alonso, José Artigas, Manuel Aznar, José Luis Cano, Camilo José Cela, Fernando Díaz Plaja, Fernando Fernán Gómez, Eugenio Frutos, Vicente Gaos, José García Nieto, José Luis López Vázquez, Federico Muelas, Carlos Edmundo de Ory, Andrés Revesz, Santos Torroella, Epifanio Tierno –es decir, Enrique Tierno Galván–, Antonio Tovar y José María Valverde. Ese mismo número dedicó espacio a la revista Encounter, fundada en junio de 1953 con sede en las oficinas de la Sociedad Británica por la Libertad Cultural y financiación de la Fundación Fairfield.
El 14 de abril de 1961, el poeta Salvador Espriu escribió a Jorge Ferrer-Vidal, galardonado en 1960 con el Premio Café Gijón, para solicitarle su colaboración en un nuevo proyecto: la puesta en marcha de una revista titulada Pulso. Su director, que también lo era de Destino, debía ser el periodista Néstor Luján. Con tal objetivo, Espriu solicitaba un comentario sobre el teatro de Buero Vallejo. No pudiendo asumir el encargo, probablemente fue la conexión Gijón la que condujo a Ferrer-Vidal a derivarlo a Martí Zaro. En abril de 1962 apareció el número cero, y único, de la revista.
Inserto dentro de esta tupida red literaria, Pablo Martí Zaro accedió a círculos más politizados. En aquellas tertulias de café se hablaba de figuras literarias, pero también de alternativas ideológicas a la hegemónica. Algunas de ellas comenzaron a canalizarse bajo la aparentemente neutra atmósfera cultural.
NOTA: Este texto es un extracto editado de Nuestro hombre en la CIA. Guerra Fría, antifranquismo y federalismo, que acaba de publicar Ediciones Encuentro.