El choque de ideas para los próximos 100 años
White nos pone en la pista de varias escuelas de pensamiento económico y de autores que han defendido, por activa y por pasiva, las ideas autoritarias tras el 'bienintencionado' socialismo.
Cada vez que un político emplea una metáfora bélica, los liberales nos echamos a temblar. No solo nuestro bolsillo sino, sobre todo, nuestras libertades están en peligro ante los globos sonda que amenazan militarizar la sociedad e imponer un sistema de planificación porque "el neoliberalismo ha muerto". Pedro Sánchez machaconamente ha insistido en que "estamos en una guerra", en que "alcanzaremos la victoria" y en que, atención, "hace falta un mando único". Por si fuera poco, el jefe de la Guardia Civil y la ministra de Educación nos han advertido de que no se pueden consentir los "bulos", y el ministro del Interior defiende las domesticadas ruedas de prensa en las que se censuran las preguntas y solo se admiten las de los medios progubernamentales. Como guinda, el Gobierno ha intervenido el mercado fijando un precio a las mascarillas, asaltado el presupuesto para imponer una renta básica sin cálculo del coste y amenazado con expropiaciones.
Por todo ello es clave leer un libro como El choque de ideas económicas: los grandes debates de política económica de los últimos cien años (White, Lawrence, 2015; ed. Antoni Bosch). Tras la II Guerra Mundial, un político laborista confesó: "Existía la creencia de que si éramos capaces de planificar para la guerra podíamos planificar para la paz". La falacia es obvia, ya que durante la guerra el objetivo fundamental es único para toda la sociedad, mientras que durante la paz es múltiple. Pero por ello economistas como Krugman (el gran damnificado del libro, ya que queda como un ignorante botarate) adoran las catástrofes, que así consiguen homogeneizar al conjunto de los ciudadanos tras una voluntad general y, en consecuencia, bajo un mando único.
Dado que la lucha definitiva se da entre el socialismo de Estado y el liberalismo, la gran confrontación que se deduce del libro de White no es con Keynes y tampoco con Marx, sino que el gran peligro para el liberalismo es el espíritu de Bismarck.
El libro de White es un libro de historia económica escrito con metodología tarantiniana, en referencia a la cronología no lineal de Tarantino en Pulp Fiction o Reservoir Dogs. De este modo, White muestra las interconexiones entre diversos momentos históricos en distintos países. Por ejemplo, la trascendencia de la Escuela Histórica Alemana del siglo XIX en el planteamiento del New Deal, lo que conecta a Bismarck con Roosevelt y la escuela institucionalista de la Asociación Americana de Economía. También podemos ver el duelo que se establece dentro del liberalismo entre la rama de Cambridge (Keynes), la de Viena (Hayek) y la de Chicago (Friedman) acerca de los motivos de los ciclos económicos y los remedios contra las crisis. Todo ello mientras la escuela liberal de Friburgo (Eucken, en la misma universidad que coronó como rector al nazi Heidegger) reconstruye Alemania.
Como en aquella época, políticos como Pablo Iglesias e intelectuales como Zizek miran a Lenin, del cuyo nacimiento se cumplen ahora 150, con el arrobo de los fabianos Sidney y Beatrice Webb, que lo tenían como un referente en el asalto al poder y la subversión del sistema democrático liberal, abusando del miedo y la incertidumbre de las masas. Como entonces, el shock de unas medidas sin parangón en la historia contemporánea puede hacer bajar los brazos a una ciudadanía asustada, cansada y abotargada. Pronto veremos cómo Pablo Iglesias y compañía empiezan a cantar loas al aparato tecnocrático, a expertos y militares, bajo la amorosa mirada del tribuno de la plebe. Querrán, abusando de la metáfora sobre los "tiempos de guerra", continuar las políticas autoritarias del Estado de alarma/excepción.
En su libro, White nos pone en la pista de varias escuelas de pensamiento económico y de autores que han defendido, por activa y por pasiva, las ideas autoritarias tras el bienintencionado socialismo, de la Escuela Histórica de Alemania a Harold Laski, pasando por Oskar Lange, los mencionados Webb y George Bernard Shaw. Todos ellos, en mayor o menor medida, promovieron una dictadura de los expertos en contra del libre mercado y de la democracia participativa.
Frente a ellos emerge en el libro la imagen gigantesca de Hayek, sin duda la figura clave en el siglo XX en cuanto a defensa de la libertad, como lo fue Adam Smith en el siglo XVIII contra los mercantilistas y John Stuart Mill en el XIX contra los marxistas. Pero Hayek lo tuvo infinitamente más difícil que sus ancestros ideológicos. Es imposible comprender la significación de la liberación thatcheriana de las cadenas que anclaban a la economía británica a la ineficacia y la opresión si no se conocen las oleadas de nacionalizaciones que llevó a cabo Clement Attlee desde el 10 de Downing Street, tras su victoria ante Churchill en las elecciones posteriores a la Guerra Mundial.
White nos muestra cómo tras las reformas de las políticas públicas siempre hay proyectos de más calado, como el de la reforma del comportamiento de los ciudadanos. Por ello ha sido usual en los sedicentes progresistas los proyectos autoritarios, de la eugenesia a la prohibición de todo tipo de actividades que consideran "indecentes" en cuanto que perjudican al colectivo, por lo que sería legítimo, para buscar el bien común, sacrificar ideas y comportamientos privados.
Dado que la lucha definitiva se da entre el socialismo de Estado y el liberalismo, la gran confrontación que se deduce del libro de White no es con Keynes y tampoco con Marx, sino que el gran peligro para el liberalismo es el espíritu de Bismarck. El autócrata canciller alemán se flanqueó de una corte de socialistas de cátedra, la citada Escuela Histórica alemana, representada paradigmáticamente por Gustav Schmoller. A través de Alemania, las ideas anticapitalistas llegaron a los Estados Unidos, donde encontraron un bastión en la profesión económica, por ejemplo, en Rexford Tugwell, que aseguraba que la planificación central corregiría muchos de los males de la sociedad capitalista, entre los que citaba "los violentos contrastes en las condiciones de vida", "el reparto irracional de libertad individual" y "la explotación irrestricta de recursos humanos y naturales".
Junto a Hayek, el inglés Lionel Robbins y los alemanes Eucken y Röpke formaron el equipo de los que combatieron, en minoritaria pero irreductible posición, a aquellos colectivistas que defendían que "la libertad sólo puede existir cuando se garantiza a través de la planificación".
Una cita de Tocqueville ilustra el trasfondo político que subyace a este choque de ideas económicas del siglo XX pero que son fundamentales para seguir avanzando, o retrocediendo, en este siglo XXI:
La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero fijémonos en la diferencia: mientras que la democracia busca igualdad en la libertad, el socialismo busca la igualdad en la restricción y la servidumbre.
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