Somos paganos y judeo-cristianos. Aunque, habitantes del siglo XXI, nos paseemos físicamente por Madrid, Nueva York, Pekín y Tokio, intelectualmente seguimos callejeando por Atenas, Jerusalén y Roma en los siglos que transcurren del VI a. C. al VI d. C. Por ello es tan importante el ensayo que acaba de publicar Antonio Escohotado, Hitos del sentido. Notas sobre la Grecia arcaica y clásica, un compendio de los avatares que cimentaron casi todos los caminos intelectuales sobre la realidad y la política, el conocimiento y la acción humana, que desembocan en nuestra época.
Escohotado se presta a ser nuestro Virgilio a través de la selva de los conceptos éticos, políticos y metafísicos con su mirada clara y su verbo preciso. A diferencia de Popper, que en La sociedad abierta y sus enemigos se permitía dictámenes tan idiotas como “Aristóteles, pese a su estupenda erudición y asombroso alcance, no fue un hombre de originalidad”, Escohotado opera más bien como un sensor que combina la exactitud de las ciencias de la naturaleza con la estructura orgánica de las ciencias humanas. Su intención no es hacer un refrito de fuentes secundarias con intenciones ideológicas, como hizo Popper, sino que desde las mismas fuentes originarias, con la paciencia de un investigador y el arrojo de un explorador, descubre el nacimiento de este río de la conciencia en el que estamos sumergidos, desde el concepto de democracia hasta el de naturaleza, pasando por el de verdad. Todo ello desde la perspectiva de los dos animales filosóficos por excelencia: el águila, que mira desde las alturas, y la lechuza, que emprende su vuelo al atardecer.
Algo revelador del tono de la obra es que en el índice no se menciona un solo nombre propio, aunque, claro, por detrás se adivinan a Parménides, Pitágoras, Sócrates, Platón… hasta llegar a Plotino y Boecio. Y es que Escohotado, siguiendo en esto a Hegel (el autor contemporáneo más citado en el índice onomástico), quiere mostrar el desarrollo del pensamiento abstracto más que su concreción psicológica en determinados autores, ya que considera que lo relevante es “el legado primario de Occidente: manera de pensar y obrar que convencen sin coacción, fundiendo libertad y conocimiento”. O, como dice en otro momento, “solo la cultura helénica asumió el libre examen como nuevo rito”. En cuanto se lee se comprende que “El principio lógico” se corresponda con Heráclito o “La razón ontológica” con Parménides.
Hoy en día vivimos la apoteosis de lo que Sartre denominó la “venganza redentora” contra el mundo occidental, que debía ser considerado, según Frantz Fanon, “pervertido, inhumano, demente, salvaje y retrógrado”. Este ensayo de Escohotado es la mejor vacuna posible contra el espíritu del resentimiento de la izquierda de la cancelación, que ha llevado a arrastrar estatuas de David Hume y Cervantes, además de a poner en la picota a Beethoven y Darwin. Con la pluma siempre erudita y amena de Escohotado nos sumergimos en las raíces de una civilización que llevó a “la prosperidad sostenida, el logro estético y la proeza científica” y que nosotros estamos culminando, para horror de conservadores y terror de socialistas, al complementar las originales revoluciones políticas y comerciales de los griegos con una revolución industrial que consolida el sistema liberal.
Aun siendo un ensayo proclive a la objetividad, ello no es óbice para que Escohotado transmita sus simpatías hacia, por ejemplo, Demócrito y Anacreonte. Al primero, por su materialismo debelador de supersticiones y por esculpir sentencias liberadoras como “Vivir pobre en un régimen democrático es preferible a cualquier prosperidad bajo tiranos”; al poeta, por su triple juramento a las Musas, el amor carnal y el vino. Escohotado se revela más bien ciudadano de Síbaris que de la misma Atenas, y destaca a autores no tan famosos como Antifón, al que cede toda una página para que defienda lo que denominaríamos ‘instinto libertario’.
Autor de una erudición animada por la ironía, la única forma de que aquella no resulte indigesta y pedante, Escohotado es capaz de reunir en su análisis a Heráclito y al físico Stephen Weinberg con Lao Tsé, el cuarto Evangelio, Freud y el omnipresente Hegel. Conecta con su anterior obra, Los enemigos del comercio, destacando la importancia de los incentivos laborales en el rendimiento y cómo ese fue el gran baldón de la civilización occidental hasta que la racionalidad del capitalismo acabó con ese modo de superstición antropológica que es la esclavitud. ¿Sabía usted, estimado lector, que Pericles desarrolló su gigantesco programa de obras públicas únicamente empleando a trabajadores libres o haciendo gratis la entrada a los pobres en los espectáculos públicos? No deja de ser también relevante en estos tiempos de guerras culturales, con los barrigones mentales escondiéndose en las trincheras de la confort cervecero, que Pericles advirtiese que tan peligroso era el iracundo furioso como el idiotés, tranquilo a fuerza de pereza o imprevisión.
Del mismo modo que con Antifón y Demócrito, se trasluce la admiración de Escohotado por Sócrates, en el que “el proyecto moral y el intelectual se fundieron en un temperamento de vigor incomparable”, un escalón por encima incluso de Jesús, al que anticipó en su profesión de fe universalista: “No soy ciudadano de Atenas o de Grecia, sino del mundo”. Por no hablar de Epicuro, el intelectual más odiado de la historia de Occidente, algo que nos resulta difícil de comprender en nuestro mundo más bien hedonista y en el que Epicuro resulta banalizado por los vendedores de crecepelo espiritual (vulgo: autoayuda) que asaltan su tetraphármakos: las recetas contra el miedo a los dioses, la muerte, el dolor y el fracaso.
Dos capítulos dedicados a Platón anteceden a la parte central de la obra, los tres capítulos dedicados a “La culminación del saber antiguo”. Es decir, Aristóteles. O sea, en los antípodas del mediocre que traza Popper en su libro mencionado. La parte final del libro, desde “El retorno a la magia” hasta “Los siglos oscuros”, pasando por “¡Oh, cuerpo inmundo!”, se dedica a la parte judeo-cristiana post-helénica. Aquí destacan dos nombres propios, Saulo de Tarso (San Pablo) y Filón de Alejandría. Si el primero, un judío romanizado, es, en la mirada siempre atenta a la libertad y el comercio de Escohotado, el inaugurador de la vertiente autoritaria clérico-militar en el cristianismo, el segundo, un judío helenizado, será el impulsor de la noción de lo divino como logos/nous que hace poco defendió el mismísimo Ratzinger. Para Escohotado, Filón de Alejandría es el fundador del cristianismo que debe ser reivindicado desde una perspectiva ilustrada y racional, ya que rechaza como blasfema la identificación de Dios con cualquier atisbo de irracionalidad: cuán lejano le debía de resultar el Yahvé celoso del Antiguo Testamento, ya que sería más bien, en la senda platónico-aristotélica, una idea de las ideas.
En estos tiempos de mediocridad conceptual y resentimiento emocional dominando el panorama intelectual, darse un paseo por los fundamentos de nuestra mente, que labraron con coraje y paciencia los antiguos sabios griegos y romanos, con injertos judíos, de la mano de la reencarnación ibicenca de un habitante de Sibaris que conoció a Pitágoras, Demócrito y Aristóteles, es el mejor regalo que puede hacerse. Leer Hitos del sentido de Escohotado en estos tiempos de penumbra no solo ilumina el espíritu sino que brinda munición de gran calibre para la guerra cultural que estamos viviendo.