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Marcel Gascón Barberá

Mihail Sebastián y el sionismo

Sebastián murió atropellado en Bucarest el 29 de mayo de 1945. Tenía 37 años. Nunca vería hacerse realidad el sueño de Winkler de tener un Estado.

Mihail Sebastián. | Editorial Destino

Diarios (1935-1944) es el libro más aclamado de Mihail Sebastián. Es un dietario de los convulsos años treinta y la guerra y transcurre en la Rumanía natal del autor. En España fue publicado por Destino, dice la web de Amazon que en marzo de 2003. El libro venía de triunfar en Francia y los Estados Unidos, y fue un éxito de ventas y crítica también aquí. Yo escribí sobre él en la revista Jot Down, en un artículo que aún hoy me parece especialmente logrado.

Casi una década después de que se publicara aquella reseña he leído otro de los libros memorialísticos de Sebastián, la novela autobiográfica en forma de diario Desde hace dos mil años. Quizá por retratar la realidad a través de la ficción, este libro publicado por primera vez en 1931 no ha tenido el mismo impacto internacional que su diario. Y, sin embargo, a mí me ha gustado todavía más que el diario.

Al no haber de ceñirse estrictamente a la realidad, que incluso en tiempos de guerra es la mayor parte del tiempo prosaica, el narrador en primera persona en Desde hace dos mil años expone su testimonio de una forma más condensada. Así, sus reflexiones y vivencias, que son en gran medida las del autor, arrojan un haz más potente y concentrado de luz sobre los asuntos que importan al escritor.

Esto permite al lector ahorrarse las numerosas entradas del diario de verdad que, al menos a mí, me resultaron tediosas, como los apuntes de Sebastián sobre el transcurso de la guerra o sus comentarios de los conciertos de música clásica que escuchaba en la radio.

Más allá de las diferencias de extensión y de forma (la novela es mucho más corta), Desde hace dos mil años se parece mucho a Diarios. En ambos libros Sebastián nos cuenta lo que hace y lo que siente con su lucidez y su sensibilidad características. Y casi siempre desde la posición de inseguridad y tormento en la que le pone ser judío en un país y unos tiempos violentamente antisemitas.

Escéptico, melancólico e individualista por naturaleza, el Sebastián anónimo de la novela empieza quejándose amargamente de la identidad colectiva a la que le condenan los antisemitas. Sebastián siempre ha querido, sin renunciar a su judaísmo, vivir y trabajar sin distinciones en la cultura mayoritaria. Pero las olas recurrentes de judeofobia se lo impiden constantemente.

Sobre todo, en esa primera mitad de los treinta, a través de las turbas fascistas que echan a Sebastián y a otros estudiantes judíos de las facultades universitarias. El señalamiento y la agresión le obligan a replegarse en la comunidad, a cerrar filas con otros estudiantes judíos como él con los que Sebastián cree que nunca se habría juntado de no ser objeto común de hostigamiento.

El narrador piensa que el sionismo puede triunfar en la parte física, concreta, de construir de la nada un Estado. Pero piensa que fracasará en cambiar el espíritu trágico, individualista e intelectualizante del pueblo judío.

¿Qué tengo que ver con ellos?, se pregunta al principio con una rebelión contra un destino que, no sin amargura, acaba aceptando con amor a los suyos e incluso cierto orgullo. “Por la noche, en la residencia, hay un silencio de descampado nevado”, escribe sobre el barracón frío que comparte con otros jóvenes y estudiantes judíos*.

A Sebastián le molesta todo de la mayoría de ellos. Sus formas poco sofisticadas, la épica militante con que se organizan para repeler las agresiones de los antisemitas. Pero más pronto que tarde sucumbe a la evidencia de que, además del antisemitismo, les une, sobre todo, su pertenencia a un mundo común.

Y así, en la página 66 de la edición rumana publicada por la editorial Cartex, cuenta cómo ha de contener las lágrimas al oír cantar desde un rincón del barracón al “animal bueno” e iletrado que es Inachelevici Sapsa esta vieja canción en yiddish:

El sábado por la tarde
Cada judío es un rey
En las esquinas hay risas
Y todo el mundo está alegre.

… a ieider i-id a melaj...

El encuentro del narrador en un tren con el vendedor ambulante de literatura en yiddish da cuenta de la ambivalencia de Sebastián hacia su condición judía. Al ver entrar a Abraham Sulitzer cargado con mil paquetes en el compartimento el narrador se esconde y maldice su suerte por haberse topado con un ejemplar especialmente grotesco de su propia especie. Pero la naturalidad con que el hombre encaja los rechazos le hace rectificar y buscar redención con una amabilidad excesiva.

Ante lo que parece decirle Sulitzer con la mirada:

Te conozco y sé que ni eres tan malo como has querido ser hace un rato ni tan bueno como quieres ser ahora. He emprendido mi largo viaje y, qué quieres que haga con las piedras que me tiran, con las manos que se me ofrecen; yo, que no tengo ni tiempo de recibirlas, ni de contestar, porque allá a lo lejos me esperan, siempre me esperan, y tengo que ir hacia allí, aunque no llegue nunca.

El viejo judío, nos cuenta el narrador, “sonreía con descreímiento, moviendo ligeramente la cabeza, y yo comprendí que yo no podía hacer nada por él, como los demás no pueden hacer nada contra él.”

De Abraham Sulitzer es también este comentario al fracaso de la vía asimilacionista que persigue Sebastián.

No importa cuánto te asimiles en cien años, un día de pogromo te echa para atrás diez veces lo que habías avanzado. Y entonces el pobre gueto está allí, dispuesto a recibirte otra vez.

Incómodo ante su intensidad en la reivindicación del gueto, el narrador acaba distanciándose de Sulitzer. El narrador se siente aún más lejano de la vía comunista a la superación del judaísmo que propone con fervor otro de los personajes del libro, S.T. Haim. Por el sionismo de otro de sus amigos, el doctor convertido en agricultor Sami Winkler, tiene más simpatías, e incluso le reconocería posibilidades de éxito si no fuera por una reserva mayor.

El narrador piensa que el sionismo puede triunfar en la parte física, concreta, de construir de la nada un Estado. Pero piensa que fracasará en cambiar el espíritu trágico, individualista e intelectualizante del pueblo judío: “no creo que el judío sea capaz de vivir directamente, a través de un fenómeno natural, un acto así de vida colectiva”.

Sebastián nunca fue un sionista. O, al menos, nunca se expresó como tal. Pero Desde hace dos mil años termina con un Winkler optimista y en paz consigo mismo cogiendo el tren que le llevará al Mar Negro para tomar un barco a Haifa. Tal es su presencia de ánimo que hasta compra una gaceta antisemita que junto a las vías del tren ofrecen a gritos dos muchachos (”Compren, señores, es contra los judíos”; “No tenía nada que leer para el viaje”). El narrador reconoce que el sionista Winkler es el único judío del libro ante el que se abre un horizonte de claridad y esperanza.

Después de sobrevivir a la II Guerra Mundial, Mihail Sebastián murió atropellado en Bucarest por un camión del Ejército Rojo. Fue el 29 de mayo de 1945. Tenía 37 años. Nunca vería hacerse realidad el sueño de Winkler de tener un Estado.


(NOTA: todas las citas están traducidas por el autor de este artículo de la edición en rumano publicada por la editoral Cartex).

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