¿Por qué ahora, en mitad de sus batallas coyunturales, un libro como el de Cayetana Álvarez de Toledo? ¿Mezcla rara de vagabunda de la política o de piantá, loca polizonte de su viaje a la España que quiso y no pudo ser? Lo de las venganzas y los ajustes de cuentas, sí, se pasa por cualquier cabeza. También lo del sermón y el revulsivo y otras primeras impresiones, pero al leer más y mejor he comprendido que este libro es otra cosa. Eureka. Estaba, estamos, ante una demostración, no al estilo geométrico, sino al modo político.
¿Una demostración de qué? Pues de una proposición general que podría expresarse de este modo:
Un programa nacional común de base liberal amplia es posible siempre que en algún momento determinado se decida comprender tres cosas. Una, que el conjunto de lo que se comparte es mucho más extenso, intenso e importante que el conjunto de lo que divide. Dos, que las concordancias no tienen que implicar la desaparición de las diferencias que nutren los diálogos. Tres, que la libertad, la autenticidad y el respeto a los votantes y afiliados y sus representantes deben impregnar continuamente el debate sobre los argumentos en vigor sin miedos escénicos ni censuras.
Desde el comienzo, el libro de esta mujer liberal se cierne sobre la necesidad de la verdad y la transparencia en la política democrática y liberal, la urgencia de abandonar la pasividad y afrontar la batalla cultural e ideológica contra unas izquierdas sumidas en una deriva xenófoba (género, raza, lengua, nación, religión, memoria histórica…) y la importancia de que los partidos democráticos forjen en su seno individuos libres y responsables antes que manos esposadas dispuestas a votar lo que alguien dicte.
Esto es, estamos ante un libro que muestra cuál es el camino que conduce a percibir las intersecciones, o factores comunes si se quiere, de valores e ideas que existen en lo que llamamos el centro-derecha español. Archisabido es que entre PP, Vox y Ciudadanos hay discrepancias ideológicas, estratégicas y tácticas, que a veces se sobredimensionan por razones coyunturales varias. Pero junto a las diferencias, legítimas naturalmente salvo las que derivan de abjuraciones o apostasías inexplicadas y no reconocidas, hay espacios compartidos cuya detección y ordenación se hace ya imprescindible.
El libro de Cayetana Álvarez de Toledo es, se lo haya propuesto o no, un detector de semejanzas que conduce, y es bueno que lo haga, a la resolución práctica de un problema nacional urgente, a la espera de que en parte de la izquierda –tal vez sea un sueño– se produzca alguna vez un examen de conciencia de sus hechos y un propósito de enmienda de futuro.
La necesidad y la generosidad de los responsables de la transición democrática condujeron a la Ley de Amnistía, que tiene que ver con el olvido, no con el perdón. Nadie ha oído nunca a la izquierda española pedir perdón por su comportamiento histórico real y la cantidad de dolor debida a su obsesión supremacista y eliminadora de toda oposición a sus utopías o a su afán dictatorial. Su intolerancia constitutiva, su inclinación al uso de la violencia, el golpe de Estado de 1934, el asesinato de Calvo Sotelo (por resumir en uno todos los anteriores), los fraudes electorales de 1936, el del oro de Moscú y otros robos, la repugnante rubalcabada del 11-M… Ni una palabra. Nunca.
Es deseable que la parte de esa izquierda (que yo creo que existe y es democráticamente necesaria, en tanto admita sus carencias y la bondad esencial de la alternancia de los Gobiernos) que acepta y asume la constitucionalidad democrática, no como mera formalidad sino como cimiento de toda convivencia tolerante, deduzca de la experiencia vital de la mayoría de sus votantes que no hay otro futuro que un marco legal compartido, esto es, constitucional, que no permita, ampare ni anime la voluntad de exterminar al adversario político. Cuanto antes sea, mejor, porque la disyuntiva es democracia o barbarie.
Doctores tienen las capillas mucho más capacitados para colorear el mapa de concomitancias que se deduce de las páginas muy deseables de este libro, pero he querido comenzar la tarea con un breve ejercicio de análisis de la relación que la propia Cayetana Álvarez de Toledo establece con Vox. Se trata de saber si son tantas y tan terribles las incompatibilidades que pareció dar a entender la cúpula genovesa en su ataque inmisericorde a Abascal en una moción de censura con Pedro Sánchez al fondo.
Cualquier observador que contemple la reciente trayectoria del PP diría que es imposible que sean tantas y tan extremas, porque el líder de Vox, Santiago Abascal, procede del PP vasco histórico y mártir, el de Jaime Mayor Oreja, Gregorio Ordóñez, Carlos Iturgaiz, María San Gil y tantos otros, luego inexplicablemente segregados del PP nacional tras la etapa Aznar y el atentado del 11-M.
Pero mejor atendamos a nuestra políticamente indeseable, a la que unos pocos etiquetadores profesionales acusan de "voxera".
Sus diferencias con Vox
Vox, dice la autora, "hace responsable a la Constitución de 1978 de la proliferación de la subcultura de la taifa y la erosión de lo común". Aunque es evidente que así es en parte –véanse los fueros, conciertos y cesiones derivadas–, el problema no es la Constitución sino su puesta en escena por quienes han sido desleales con su espíritu y quienes han sido complacientes con sus coartadas. No se necesita más nacionalismo, ni siquiera el español, sino "la reafirmación del ciudadano español contra toda forma de colectivismo. Un proceso de desacralización".
Hay derrapes que pueden interpretarse como filoxenófobos en Vox. Decir "franchute vete a casa" a Emmanuel Macron o presentar "–en un cartel desdichado– a un inmigrante ilegal menor de edad como arquetipo, lastre que priva a las ancianitas españolas de su pensión", lo parecen. Aun así, reconoce, la xenofobia antiespañola de los separatistas catalanes y vascos contiene un odio que no se aprecia en Vox, que defiende la legalidad de los procedimientos.
Además del escozor de lo de "derechita cobarde" –en absoluto cierto en el caso vasco frente a ETA, aunque tal vez sí en el catalán y en otros–, en el libro se argumenta que tanto Vox como los separatistas son nacionalistas, unos españoles y otros catalanes. Cataluña no está condenada a "vivir bajo un régimen nacionalista, del signo que sea", dice. En Cataluña se dan las mismas condiciones que en cualquier otro lugar de España para fraguar una "alternativa moderna, cosmopolita y liberal no se ha ensayado nunca", dice también. Pero para ella ni la izquierda, ni el nacionalismo ni Vox quieren tal cosa.
Su argumento es denso. La derecha de Vox rueda hacia la "pendiente identitaria", que no conduce a una nación cívica sino a otra entidad situada entre la magia, la mística y el destino eterno. España es, eso sí, más que una Constitución, por lo que el compromiso patriótico conlleva, además, la defensa de su cultura, sus tradiciones, sus sentimientos comunes y su legado compartido. El patriotismo es algo más que el patriotismo constitucional, pero no es nacionalismo, no alienta ficciones colectivas, "la utopía de una España uniforme y centralista", ni la España con un solo Gobierno o Parlamento.
La centralización propuesta por Vox frente a las Autonomías conlleva "tirar la Constitución con el agua sucia del separatismo". Es decir, legitimar "la mentira del fracaso de la España del 78 puesta en circulación precisamente por los odiadores de todo lo español. Por ello, Vox es derrotista, sólo aspira a contrapesar el centrifugado separatista pero no puede gobernar España contra su mitad. Hay que cambiar la inclinación de esa otra España, no meramente contenerla".
Ella misma sintetiza sus diferencias con Vox, que es
un partido nacionalista y denuncié sus ficciones: su falso muro con Marruecos, su fake derogación del sistema autonómico, su bannoniana [por Steve Bannon, ex asesor de Trump que se autoidentifica con la derecha extrema] actitud ante la inmigración. Y, pecado mortal dirán, afirmé que, en su afición a las utopías, Vox se parece más a la izquierda que a la derecha.
Pero ni por esas. Los baroniles dandy-blandos del PP la consideraban "derechizada". Se duele arponeando que ser más centrista, al parecer, es gobernar con Vox en Andalucía.
De hecho, quizá sea la política del PP que más duramente ha denunciado los postulados de Vox. Y, sin embargo, dicen de mí que soy el ala dura del PP. Lo dice la izquierda, claro. Pero lo dicen también aquellos que gobiernan con el apoyo de Vox.
Cayetana Álvarez de Toledo se niega a demonizar a Vox. Satanizar a quien te permite gobernar en varias comunidades es absurdo, cínico e hipócrita. Pero es que hay una diferencia esencial entre Vox y los partidos del Gobierno Sánchez Frankenstein. Puede tener una idea equivocada de España, pero "ni ha dado un golpe de Estado, como ERC, ni justifica el asesinato, el secuestro y la violencia, como Bildu". Por ello, hasta Pablo Casado dijo en campaña electoral que habría ministros de Vox en su Gobierno si ganaba. Incluso Sociedad Civil Catalana levantó su veto inicial a Vox tras una llamada de la autora. Alfonso Guerra, no.
Parece deducirse que su teoría del centro político en las actuales circunstancias conlleva la presencia determinante de un PP gestionando la reagrupación constitucionalista con Vox y lo que quede de Ciudadanos si no hay fusión completa, pero todos del brazo, sin repudios ni rechazos. Pero, claro, ello exige la recomposición de las relaciones con Vox y Cs, algo que Génova ha roto por creer que puede frenar al primero y tragarse al otro.
Por eso insiste en que
una alternativa no puede definirse desde el miedo a Vox, por supuesto. Pero tampoco desde el miedo a la izquierda y el nacionalismo, que son insólitamente los que definen desde hace cuarenta años el marco moral español. Los que deciden quién es moderado y quién radical. Yo creo que la nueva transversalidad española es la unión de todo lo que está no ya a la derecha de la izquierda, sino del lado de la razón. Y que esa transversalidad no se articulará con los viejos nacionalismos, sino contra las políticas identitarias. En definitiva, creo que el verdadero desafío del PP no es de forma. Es de fondo.
Detectamos caminos comunes. El rechazo de las políticas que consagran la desigualdad de hombres y mujeres oculta tras la ideología de género –aunque crea absurdo lo del pin parental–, o la denuncia de la memoria democrática, que impone agujeros en la historia real de España por servir al sectarismo partidista. Cómo no, la superación del chiringuitismo como forma de succión de dinero público para engordar las arcas partidistas. Otros caminos comunes pueden ser la defensa real de la independencia judicial, cuando menos la consagrada en la Constitución, la defensa de una política económica de liberalización y crecimiento, una reflexión sobre las competencias autonómicas en casos singulares o excepcionales y la defensa de la cultura nacional y de una educación no doctrinaria.
Por "el ataque ad hominem a Abascal", injusto y erróneo,
me preocupaba gravemente que la dinámica iniciada por Pablo desembocara no en la voladura de Vox sino en la voladura de los puentes del PP con los votantes de Vox. Mi obsesión era la reconstrucción del centroderecha. O, más bien, la construcción de un espacio político nuevo, alternativo al nacionalpopulismo y la decadencia. Lo que he llamado mil veces, ahora sí con mayúsculas, el ESPACIO DE LA RAZÓN.
Para ello
no hacía ninguna falta asumir el ideario de Vox. Bastaba con ofrecerles un proyecto mejor y no insultarles. Por decirlo claramente: mejor una suma de pedagogía racionalista, batalla cultural y liderazgo que una ensalada de bofetadas.
En el libro no hay más referencias a Vox, pero de todas ellas se deduce con una luminosidad suficiente que sólo la colaboración de quienes encarnan un espacio de razón desde la libertad , con todos sus matices, puede recorrer el camino que conduzca a la reparación democrática de España. Por eso, una de las utilidades de este libro sugerente y vivo es la detección de las pistas que a ello llevan. Las hay y muchas.
Igualmente, pueden detectarse en estas páginas los elementos comunes que unen a PP y Ciudadanos, incluso atisbarse el conjunto intersectante común a ambos y a Vox, uno de cuyos nudos está en la defensa de las víctimas de terrorismo y todo lo que de ello se deduce, como dejó claro una reciente intervención Guillermo Díaz en el Congreso.
Como dice la autora, se trata de unir fuerzas frente al proyecto de Sánchez y estar dispuestos a "acordar nuestras discrepancias". Es la España democrática lo que está en juego.