Una política liberal
De la indeseable Álvarez de Toledo a la irreverente Giménez Barbat, algo tienen las liberales que las hace incómodas en cualquier partido.
Ahora que está en la cima de ventas el libro de una liberal en un partido de derechas, el Políticamente indeseable de Cayetana Álvarez de Toledo, permítanme que les recomiende también el de otra liberal en un partido de izquierdas. Teresa Giménez Barbat fue una de las fundadoras de Ciudadanos y, posteriormente, parlamentaria europea por UPyD entre 2015 y 2019. Mil días en Bruselas tiene como subtítulo "Diario irreverente en una eurodiputada". De la indeseable Álvarez de Toledo a la irreverente Giménez Barbat, algo tienen las liberales que las hace incómodas en cualquier partido.
En su momento, el PP estaba formado por tres tendencias: la conservadora, la demócrata-cristiana y la liberal. Con el paso del tiempo fue la demócrata-cristiana, una socialdemocracia meapilas, la que se llevó el gato al agua, con Rajoy y su séquito de centristas rendidos al paradigma progre. Incapaces de dar la batalla cultural, y aterrorizados ante la crítica del entramado mediático de una izquierda a la que financiaron esperando que así suavizaran sus ataques, se revolvieron contra sus propios aliados, que no cejaban en defender sus principios políticos y rechazaban reducirse a la condición de meros gestores y tecnócratas del modo de vida y pensamiento socialdemócrata. Conservadores y liberales fueron invitados a abandonar el PP.
De ahí surgió Vox, el referente conservador, y Ciudadanos, el polo liberal. Los liberales, fieles a su tendencia a la autodestrucción, no supieron resistir al influjo socialdemócrata y se unieron a unos pactos de Estado que no son sino ideología socialista, consensos fabricados a fuerza de violencia física e intelectual. Pero no todos en Ciudadanos cayeron en la trampa de la ideología de género y la creencia de que el PSOE no es un partido de ultraizquierda.
El paso por Bruselas de Giménez Barbat es semejante a una alegoría de Kafka o a una descripción de Swift. Como K o Gulliver, la catalana se muestra alguien razonable en medio de una burocracia delirante y unos liliputienses paranoides.
Fui diputada en Bruselas en un tiempo en el que se consideraban peligrosísimos los transgénicos, todo era una emergencia climática de libro y teníamos que contar con la perspectiva de género hasta en los reglamentos sobre neumáticos de camiones.
Si Bruselas representa la decadencia tecnocrática de Europa, Cataluña simboliza algo peor en la vida política de Giménez Barbat: la continuidad de la pandemia nacionalista en su forma más extrema de xenofobia, golpismo y supremacismo étnico y lingüístico.
El diario de Giménez Barbat –semana a semana, viaje a viaje entre Bruselas y Estrasburgo, sesiones parlamentarias aburridas y conferencias intelectuales de primer nivel, comidas en restaurantes de postín y copas en clubes exclusivos– hace brotar carcajadas al relatar los egos y clichés, ambiciones y costumbres, de la fauna que compone la élite política de España y Europa, donde dos grupos culturales hacen lo que les da la gana: los progres y los nacionalistas. Es divertido contemplar el paso de una amante de la ciencia y el escepticismo por esos templos posmodernos de la mitología y la fe que son los partidos y los parlamentos.
Los protagonistas del diario de Giménez-Barbat van de Arcadi Espada, fundador como ella de Ciudadanos, al líder de los liberales en Europa, Guy Verhofstadt ("sus colmillos son más retorcidos que una columna salomónica"), pasando por Rosa Díez, Javier Nart, Girauta… entre los más conocidos por el lector español. En medio de ese lecho de Procusto que es la alta política, Giménez Barbat se resiste a ser jibarizada por el consenso progre (del "diálogo intercultural" a la ideología de género, para la que el varón es un "asesino nato"), al tiempo que va desprendiéndose de la piel quijotescamente idealista ("el más erróneo de mis sobreentendidos fue pensar que por estar en un grupo liberal me hallaba en el reino del pensamiento crítico y la razón independiente").
Giménez Barbat lo pasa fatal en los vuelos, por lo que trabajar en Bruselas ("esta diputada cobarde, para qué se mete si le da miedo volar") es un pequeño infierno para ella. Pero no le da miedo, todo lo contrario, la mafia intelectual que le prohíbe exposiciones sobre constitucionalismo y las obras de teatro de Boadella. Hacia la mitad del libro expresa su visión de la Política con mayúscula:
Hemos estado unidos en la defensa de la verdad (...) Es la prueba de que el amor por el conocimiento puede superar a veces los intereses políticos y los orgullos patrios.
Extraordinaria guía por los laberintos del politiqueo de baja estofa y las torres de marfil de la ciencia y la filosofía más avanzada (con invitados como Steven Pinker o Elvira Roca Barea), el libro-diario de Giménez Barbat resulta una de las lecturas más estimulantes, ligeras (en el mejor sentido de la expresión) e iluminadoras del panorama periodístico español. También es un magnífico manual de supervivencia para todos aquellos que quieran manejarse en el ámbito de la política profesional. Y, lo que nunca sobra, una recopilación de reveladoras y sabrosas anécdotas sobre parlamentarios, periodistas y otros animales de compañía políticos. Fundamentalmente, un relato en negativo de lo que debería ser el servicio público como una combinación de ideales no reducidos a tópicos e intereses legítimos no espurios.
Decíamos que algo tienen las liberales que las hace incómodas en cualquier partido. Paradójicamente, la salvación de las democracias representativas, y por añadidura de la influencia del liberalismo en sistemas políticos cada vez más populistas y autoritarios, pasa por políticos que no confundan la lealtad con la sumisión y la moderación con la pura y simple estupidez. Si esto fuera Francia, Ayuso y Álvarez de Toledo formarían un nuevo partido y le harían al PP lo que le hicieron los conservadores: crear un espacio electoral para los liberales. Por seguir soñando, que junto a las dos políticas liberales también estuviera Giménez Barbat.
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