Otros motivos de reflexión sobre la educación
Rastrear las biografías de los alumnos que obtienen buenas calificaciones en estas Olimpiadas no deja la menor duda de que son una cantera inmejorable.
Todas las reflexiones políticas y periodísticas sobre el estado de nuestro sistema educativo suelen comenzar con unas referencias a los resultados que nuestros escolares alcanzan en las pruebas conocidas como PISA. Unos resultados que son considerados generalmente como decepcionantes, aunque hayan mejorado algo en la última edición, la de 2015, y aunque alguna región española, individualmente considerada, no resulte tan mal calificada como el conjunto de nuestra nación.
Hay que saber que esas evaluaciones PISA miden el nivel medio de los conocimientos de los alumnos de 15 años. Y, a la vista de los resultados que obtienen, es evidente que habría que hacer cuantos esfuerzos fueran necesarios y aplicar las reformas más eficaces para que ese nivel medio mejorara, y cuanto más y cuanto antes, mejor.
Pero hay otras formas de medir la eficacia de nuestro sistema educativo que también convendría tener en cuenta. Una de ellas sería la clasificación que nuestros alumnos consiguen en las Olimpiadas Matemáticas Internacionales que se celebran anualmente.
Un aspecto muy curioso e interesante, desde el punto de vista político, de este fenómeno y de esa época lo tenemos en que los comunistas, que en la Unión Soviética y en sus satélites fomentaban la competencia de forma radical y mantenían unos planes de estudio de Matemáticas muy clásicos, empujaban, por el contrario, a los sindicatos de enseñantes y pedagogos de los países occidentales a preconizar la desaparición del clásico afán competitivo de los escolares
Esto de las Olimpiadas Matemáticas tiene una historia bastante interesante y aleccionadora. Desde siempre se ha considerado a la Matemática como la ciencia más básica, sobre la que construyen sus razonamientos y sus leyes las demás, sobre todo la Física y la Química. Sin contar con la importancia que también tiene en el desarrollo de los descubrimientos y las soluciones prácticas que inventan y elaboran los ingenieros en todos los campos. O en la creación de modelos matemáticos para la economía y las llamadas ciencias sociales.
Conscientes de la importancia para su país de tener buenos matemáticos, y con la experiencia de que todos los grandes descubrimientos en esa ciencia han sido hechos por jóvenes, cuando no muy jóvenes (se ha comparado siempre la precocidad matemática con la musical), las autoridades educativas soviéticas instituyeron, en los años cincuenta del siglo pasado, una competición para alumnos de secundaria (es decir, que no habían llegado a la universidad y tenían menos de 18 años) entre los países del Pacto de Varsovia.
Cada país tenía que seleccionar a los seis mejores alumnos de secundaria en Matemáticas, que luego competían entre ellos, a base de solucionar difíciles problemas que ponían en juego su intuición, su habilidad y su brillantez para resolverlos.
El objetivo era claro, fomentar y encontrar talentos matemáticos que luego trabajaran en todos los campos de las ciencias. Uno de los móviles de los soviéticos era, sin duda, la detección de talentos científicos para sostener la carrera espacial y armamentística, en la que competían entonces con los americanos.
Un aspecto muy curioso e interesante, desde el punto de vista político, de este fenómeno y de esa época lo tenemos en que los comunistas, que en la Unión Soviética y en sus satélites fomentaban la competencia de forma radical y mantenían unos planes de estudio de Matemáticas muy clásicos, empujaban, por el contrario, a los sindicatos de enseñantes y pedagogos de los países occidentales a preconizar la desaparición del clásico afán competitivo de los escolares por obtener los mejores resultados académicos posibles y, en Matemáticas, a propugnar las llamadas Matemáticas modernas o de conjuntos, que el tiempo ha demostrado que no conducían a mejorar para nada el conocimiento matemático de los alumnos.
Fueron los norteamericanos los que, al contemplar el éxito que estaban logrando los soviéticos (porque muy pronto se vio que los ganadores de esas Olimpiadas con 17 años se convertían enseguida en magníficos científicos y profesores), decidieron incorporarse a esa experiencia, ya en los años sesenta. Y con los Estados Unidos se incorporaron los países occidentales.
Rastrear las biografías posteriores de los alumnos que obtienen buenas calificaciones en estas Olimpiadas no deja la menor duda de que son una cantera inmejorable de talento científico: grandes catedráticos, ganadores de la Medalla Fields (el Nobel de las Matemáticas), científicos, ingenieros y economistas de primera fila mundial han sido descubiertos con esta competición.
En la última Olimpiada, la del año pasado, participaron ya 109 países, con seis alumnos por país. Pues bien, en esta competición España quedó esta vez en el lugar 49 (y no es la peor clasificación de los últimos años, en 2015 fuimos quedamos en el 72º puesto). Por delante han quedado este año países como Bangladesh, Bosnia-Herzegovina, Portugal, Mongolia, Indonesia o Arabia Saudita; y dos países hispanoamericanos como México y Perú quedaron bastante mejor que nosotros. (Aquí, toda la información sobre la Olimpiada).
Estos mediocres resultados en una prueba de tanto prestigio y tan reconocida universalmente son consecuencia, sin duda, de la poca importancia que nuestro sistema escolar da a la búsqueda de la excelencia.
Una prueba de esto nos la da el hecho de que del Instituto San Mateo (el Instituto de Excelencia de la Comunidad de Madrid, único de este tipo en toda España), que lleva sólo cuatro años funcionando, han salido ya tres alumnos para el equipo español de las últimas cuatro Olimpiadas.
Otro día habrá que analizar qué pasa en la ciencia española para que, de 590 científicos que han obtenido el Premio Nobel en Física, Química o Biología desde 1901, sólo uno (el gran Cajal en 1906) haya sido español. (Ochoa, que reivindicó siempre su españolidad, consiguió el de 1959 bajo bandera estadounidense). Pero seguro que tiene que ver con la poca atención que en nuestra secundaria se presta a la detección de los mejores alumnos.
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