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Manuel Llamas

La desigualdad no es ningún problema

La desigualdad se ha convertido en el nuevo mantra de la izquierda para cargar contra el capitalismo y justificar sus ruinosas políticas.

La desigualdad se ha convertido en el nuevo mantra de la izquierda para cargar contra el capitalismo y justificar sus ruinosas políticas.
Cordon Press

La desigualdad se ha convertido en el nuevo mantra de la izquierda para cargar contra el capitalismo y, de este modo, poder justificar sus ruinosas y liberticidas medidas estatistas, a través de la tan manida redistribución de la riqueza. Esta argumentación, sin embargo, parte de dos graves errores de base: 1) pensar que la desigualdad de renta o riqueza es mala per se y 2) concebir la economía como un juego de suma cero, de modo que los ricos son cada vez más ricos porque los pobres son cada vez más pobres. El problema es que, si se parte de un diagnóstico equivocado, las posibles soluciones no sólo no servirán de nada, sino que agravarán de forma sustancial las cosas.

La clave de este particular debate es que, a diferencia de lo que se suele aducir, la desigualdad no es ni buena ni mala. Simplemente, no es un problema en sí mismo. Lo que hay que combatir es la pobreza, no la desigualdad, ya que un país puede ser muy igualitario y su población enormemente pobre o, al revés, muy desigual el primero y enormemente rica la segunda. Valgan los siguientes ejemplos para ilustrarlo.

El profesor de Historia Económica Guido Alfani ha analizado la evolución de la desigualdad en Italia y parte de Europa durante un largo período de tiempo, desde 1300 hasta la actualidad, empleando los datos recopilados por el proyecto Einite y el famoso economista francés Thomas Piketty –desde el año 1800 en adelante–. Y lo que se observa es que la proporción de riqueza en manos del 10% más rico sufrió dos importantes reveses durante el citado período, como resultado de la peste negra que asoló buena parte del continente en la Edad Media y las dos guerras mundiales que tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XX.

En concreto, durante la Peste Negra, la epidemia más mortífera de la historia de la Humanidad, el 10% más rico de la población perdió entre 15 y 20 puntos de la riqueza total, lo que tuvo por consecuencia una reducción muy sustancial y duradera de la desigualdad en Europa, puesto que no volvió a recuperar el nivel previo (más del 60% de la riqueza total) hasta la segunda mitad del siglo XVII, casi 300 años después. Algo similar sucedió tras el estallido de la Primera y Segunda Guerra Mundial, ya que la concentración de riqueza se hundió del 90% de 1910 al 60% de 1950.

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En la actualidad, y tomando como válidas las estimaciones de Piketty, el 10% más rico posee el 64% de la riqueza total, lejos, por tanto, del máximo alcanzado en 1910. Lo curioso, llegados a este punto, es que nadie dudaría en señalar que la inmensa mayoría de los europeos son hoy mucho más ricos y disfrutan de una calidad de vida muy superior a la existente en 1950, cuando la desigualdad era menor, o en 1910, cuando era más elevada. Igualmente, a pesar de que a principios del pasado siglo los ricos poseían el 90% de la riqueza total, es evidente que la mayoría del continente vivía inmensamente mejor entonces que en 1800, 1700 ó 1500, cuando la sociedad era más igualitaria.

Todo ello demuestra que la desigualdad no es un indicador válido para medir el mayor o menor nivel de vida en una u otra sociedad. De hecho, tal y como recuerda Daniel Marbella, en Suecia y Dinamarca el 10% más rico de la población acumula el 67 y el 69% de la riqueza nacional, respectivamente, y eso no impide que sean economías muy prósperas y desarrolladas; mientras que en Eslovaquia y Eslovenia esa cifra no supera el 36%, y sin embargo son los países más pobres de Europa.

Lo realmente importante es cómo han evolucionado la pobreza y la riqueza a lo largo del tiempo. Y es aquí donde el capitalismo no tiene competencia. Desde 1820 hasta la actualidad, el porcentaje de la población mundial en situación de extrema pobreza (ingresos inferiores a 1,9 dólares al día) se ha desplomado del 90% a menos del 10%.

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Y lo mejor de todo es que un volumen creciente de población es cada vez más y más rica. La distribución de la renta se ha desplazado hacia remuneraciones crecientes para un número de personas cada vez mayor, lo que desmonta la absurda y falaz teoría del juego de suma cero que tanto blande la izquierda.

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El PIB per cápita mundial, medido en dólares de 1990, ha pasado de 605 a 7.890 dólares en los dos últimos siglos. Todas las regiones del mundo, incluso el África Subsahariana, han mejorado sus números. Evidentemente, Europa y el resto del mundo occidental son los más beneficiados. En 1820 la remuneración media por una jornada de trabajo en Europa daba para comprar 12,6 cestas de productos básicos, mientras que en el año 2000 un sueldo medio daba para comprar 163, gracias tanto al incremento en la renta disponible como por la caída en los precios relativos.

Y aunque el desarrollo del capitalismo ha beneficiado a todo el mundo en mayor o menor medida, es evidente que unos países han evolucionado mejor que otros. ¿Cuáles? Los que han abrazado el liberalismo con mayor intensidad y convicción. Las economías calificadas en el Índice de Libertad Económica 2015 como "libres" o "mayormente libres" disfrutan de ingresos per cápita que más que duplican los niveles promedio del resto de países y hasta quintuplican los ingresos de las economías "reprimidas" (estatalizadas).

En concreto, las economías calificadas como libres disfrutan de una renta per cápita media en paridad de compra de casi 53.000 dólares, frente a los 18.000 de los países "moderadamente libres" o los escasos 8.000 de las economías más estatalizadas.

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Por último, demonizar la riqueza y su acumulación mediante el falso argumento de la desigualdad para justificar su redistrubución coactiva por parte de los políticos tan sólo acaba generando pobreza. No en vano, tal y como explica el economista George Reisman, la riqueza del 1% de la población provee, en gran medida, el patrón de vida del 99% restante, ya que está concentrada en bienes de producción, no de consumo.

(…) la fortuna de Steve Jobs se construyó sobre la base de que [éste] hiciera posible para Apple la introducción [en el mercado de] productos nuevos y mejorados, como el iPod, el iPhone y el iPad, y [la expandió] ahorrando y reinvirtiendo la parte de los beneficios que obtuvo. (…)

Sin poseer ni una sola acción en General Motors o Exxon Mobil, en una economía capitalista todos los que compren los productos de estas empresas se benefician de sus medios de producción: el comprador de un automóvil de GM se beneficia de la fábrica de GM que lo fabricó; el comprador de gasolina de Exxon se beneficia de sus pozos de petróleo, oleoductos y camiones cisterna. En otras palabras, todos nosotros, el 100% de nosotros, nos beneficiamos de la riqueza de los odiados capitalistas (...)

La riqueza de los capitalistas (…) es la fuente tanto de la oferta de productos que compran los no propietarios de medios de producción como de la demanda de trabajo que venden dichos no propietarios. De esto se deduce que cuanto mayor sean la riqueza y el número de capitalistas, mayores serán la oferta de productos y la demanda de mano de obra y, por tanto, más bajos serán los precios y más altos los salarios, es decir, mayor será el nivel de vida de todos (...)

Nada interesa más al individuo medio que vivir en una sociedad que esté llena de multimillonarios capitalistas y de sus empresas (...) utilizando su enorme riqueza para producir los productos que compra y compitiendo por el trabajo que vende (...)

El capitalismo (el capitalismo de laissez faire) es el sistema económico ideal. Es la plasmación de la libertad individual y la búsqueda del propio interés material. Genera un aumento progresivo en el bienestar material de todos, manifestado en el alargamiento de la vida y los siempre crecientes niveles de vida.

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