"Hace 20 años me preguntaba: ¿matará la democracia a la democracia? Ahora estoy aún más seguro de que, con el directismo, la respuesta es sí" (Giovanni Sartori, 1998).
En 1998, con motivo del vigésimo aniversario de la Constitución, Giovanni Sartori envió al Congreso de los Diputados una conferencia titulada En defensa de la representación política. Aquel texto fue publicado en abril de 1999 por la revista Claves de Razón Práctica.
En esa conferencia, Sartori, uno de los intelectuales de nuestro tiempo que más ha reflexionado y escrito sobre la democracia como sistema político, ofrece argumentos para defender la democracia representativafrente a quienes pretenden resucitar la vieja fórmula de democracia primitiva, que defendieron los primeros socialistas rusos de mediados del siglo XIX. Aquella de la que Lenin decía que no era más que un "entretenimiento pueril".
A pesar de que todas las democracias modernas son representativas, decía Sartori en 1998, existe "una tendencia creciente de opinión (tanto de masas como entre los intelectuales) que postula lo que en italiano se llama direttismo (directismo)", que no es otra cosa que lo que en español llamamos democracia directa.
Sartori alertaba del peligro de seducción de la democracia directa, que, en su opinión, puede llegar a destruir la propia democracia, y animaba a defender con convicción la democracia liberal, la democracia representativa, como el único sistema político que respeta y garantiza las libertades individuales.
El intelectual italiano denunciaba la existencia de fallos en los sistemas parlamentarios que debían ser reparados. Como, por ejemplo, el exceso de burocracia en los Parlamentos, el distanciamiento entre los políticos y su electorado y, lo que para él resultaba más peligroso y difícil de resolver, la dudosa calidad de las personas que se dedican a la política. En su opinión, la democracia representativa no puede funcionar bien en una sociedad "cuyo grito de batalla ha sido, en los últimos 40 años, el antielitismo". Veinte años después, podemos decir que ese antielitismo que denunciaba Sartori se ha extendido como una pandemia por gran parte de Europa, y en España es especialmente grave.
Sartori hablaba también del peligro de los líderes populistas y de la relación entre mediocridad y demagogia, de la que ya en 1790 decía el conservador británico Edmund Burke:
Cuando los líderes opten por convertirse en postores de la subasta de la popularidad, su talento no será de utilidad para la construcción del Estado. Se convertirán en aduladores, en lugar de en legisladores; en instrumentos del pueblo, en lugar de en sus guías.
Pero estos fallos, decía Sartori, pueden y deben ser corregidos dentro del modelo representativo. Porque, de no hacerse así, irán ganando fuerza las ideas directistas de empoderamiento del pueblo.
El prestigioso profesor italiano tiene claro que la pretensión de dar el poder al pueblo para que sea él mismo quien tome las decisiones cotidianas conduce a la destrucción del sistema. Los directistas mantienen que si el ciudadano tiene capacidad para elegir a su representante también la tendrá para tomar decisiones. "Esto supone –escribe Sartori– decir que no hay diferencia entre elegir un abogado y defenderse a sí mismo en un juicio, entre elegir un médico y curarse a sí mismo".
El directismo del que hablaba Sartori es la democracia directa, participativa, que hoy defiende Podemos y que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, quiere implantar en la capital española con sus votaciones plebiscitarias, presupuestos participativos y asambleas y foros locales.
La alcaldesa y su equipo de gobierno quieren convencernos de que con esta forma de participación ciudadana se resuelven los fallos de nuestra democracia representativa. Sartori da argumentos que permiten demostrar que ese razonamiento de la alcaldesa es totalmente falaz.
En primer lugar, porque cuando se plantea una pregunta y se pide al ciudadano que diga "sí" o "no", se impide que haya respuestas razonadas. Y, por otra parte, porque cuando se plantean preguntas sobre asuntos que exigen una formación y una información de las que la mayoría de los ciudadanos carecen, lo que estamos haciendo, dice Sartori, es demoler la democracia:
Un sistema en el que los decisores no saben nada de las cuestiones sobre las que van a decidir equivale a colocar la democracia en un campo de minas. Hace falta mucha ceguera ideológica y, ciertamente, una mentalidad muy cerrada, para no caer en la cuenta de esto. Y los directistas no lo hacen.
El profesor italiano, como Lenin en su día, califica de infantil la democracia directa, un infantilismo que el intelectual italiano juzga extremadamente peligroso:
Son niños que juegan con pensamientos infantiles, pero son muchos, vociferantes e intolerantes. Y, por eso, para contrarrestar el poder de su propaganda, es preciso armarse de sólidas convicciones.
Pensaba Sartori que, a pesar de que es evidente que la democracia directa no resuelve los problemas que plantea la democracia representativa,
la tendencia directista está ganando terreno, no solo porque ofrece una solución simplista y fácil de aprehender por los simples, sino también, porque no está encontrando prácticamente ninguna oposición.
Esa tendencia directista que denunciaba Sartori hace veinte años ha llegado a España con un poder que corremos el peligro de que acabe siendo seductor. Es tan contagiosa que políticos de derechas y de izquierdas se pelean por abrir espacios de participación ciudadana. Hoy, para ser moderno, hay que ser defensor a ultranza de la "participación", aunque las experiencias que vamos conociendo nos muestren, no solo que es un delirio infantil, sino que en algunos casos puede acarrear consecuencias peligrosas.
Podemos considera la política como un juego de tronos, como una lucha por el poder político e ideológico en la que la última batalla será un enfrentamiento entre dos bandos, el de los suyos y el de sus enemigos, "conmigo o contra mí". El objetivo de la participación es involucrar a todos los ciudadanos en esa guerra civil ideológica que puede acabar con la reglas de convivencia que nos dimos en 1978.