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Jorge Soley

Cien días de Trump

Embarrancado en propuestas, marchas atrás y análisis de planes de acción, la Administración Trump corre el peligro de desperdiciar su primer año.

Embarrancado en propuestas, marchas atrás y análisis de planes de acción, la Administración Trump corre el peligro de desperdiciar su primer año.
Donald Trump | Cordon Press

Los primeros cien días de un Gobierno suelen ser aquellos en los que se respeta una especie de tregua, son un voto de confianza que, al cabo de ese tiempo, se considera caducado. No ha sido así en el caso de Trump, sometido a ataques, legítimos algunos, rayando la ilegalidad otros, desde antes de su toma de posesión incluso. En cualquier caso, el balance de estos primeros cien días no es para tirar cohetes: inmerso en la lucha por ver reconocida su legitimidad (y con la sombra del impeachment rondándole, que no otra cosa son los esfuerzos por avanzar en sus supuestos contactos con Putin), Trump ha tenido oportunidad de conocer toda la complejidadde la política de Washington, bien alejada del mundo de la empresa y donde solo dejándose uno retazos de piel por el camino es capaz de sacar adelante, y siempre de modo parcial, su programa. Quienes temían que Trump se convirtiera en un tirano, quienes nos lo dibujaban como un nuevo Hitler dando órdenes a su antojo, se han revelado profundamente equivocados. Para bien o para mal, los límites y trabas a la actuación del presidente de los Estados Unidos siguen funcionando. Incluso con las dos Cámaras en poder de su partido.

Pero vayamos a los hechos.

Una de las grandes promesas de Trump fue frenar la inmigración ilegal y mejorar la seguridad de quienes viven en el país. Hablamos del famoso muro (que ya existe, y que Trump pretende ampliar) y de la Muslim Ban, que, tal y como está redactando, no se dirige a los musulmanes, si no provienen de Estados que colaboran con grupos terroristas. A día de hoy, la ampliación del muro sigue siendo un proyecto (estamos en la fase de pedir presupuesto) y el decreto para restringir la entrada en EEUU a quienes provienen de ciertos países con vínculos terroristas está paralizado en una batalla judicial que, tal y como explicábamos aquí, es un desafío en toda regla a la legitimidad de Trump. Paradójicamente, y a pesar de esta falta de avances, Trump ha conseguido un éxito importante en este campo, aunque sea de modo indirecto. Sus amenazas de deportaciones masivas y mano dura han producido el efecto de una drástica reducción en la entrada de ilegales por la frontera con México: si en diciembre del año pasado se arrestó a 60.000 inmigrantes ilegales, en marzo la cifra ha caído hasta los 17.000, la más baja desde el año 2000. ¿Mayor eficacia de la policía de fronteras? Mas bien caída intensa de la cantidad de personas que intentan cruzar ilegalmente el Río Grande: el precio que cobran los coyotes, quienes guían a los inmigrantes ilegales, ha subido de 3.500 a 8.000 dólares, reflejando el mayor riesgo que ahora comporta la operación. A partir de aquí, juega la ley de la oferta y la demanda.

Otro de los grandes leitmotivs de la Administración Trump es acabar con el Obamacare, un objetivo que se vincula a la reforma fiscal, pues el dinero ahorrado con la reforma médica daría margen para rebajas de impuestos. Aquí han sido los propios republicanos los que por ahora han bloqueado una reforma que no era lo que algunos de ellos esperaban. Cuando Trump decidió no llevar a votación su plan, la American Health Care Act, le faltaban 15 votos para poder asegurarse que no sería rechazado. Los congresistas agrupados en el Freedom Caucus, que agrupa a conservadores y libertarios próximos al Tea Party, han acusado a Trump de venderse a los intereses de Washington y querer colarles una especie de Obamacare rebajado.

Es en el ámbito de la política exterior en el que el contraste entre lo prometido en campaña y lo realizado en estos primeros cien días es más grande. El aislacionismo y las críticas a las intervenciones norteamericanas en lugares remotos se han convertido en lanzamiento de misiles Tomahawk contra el régimen sirio, amenazas a Corea del Norte y advertencias a Irán. A estas alturas es difícil adivinar si estamos ante un cambio de orientación duradero o si solo se trata de una operación estética para marcar territorio. La casualidad del ataque sobre Siria el mismo día en que Trump se reunía con el premier chino, Xi Jingpin, parece haber dado algún resultado, como la decisión china de rechazar los barcos norcoreanos que transportaban carbón. Pero el mayor impacto de la nueva política exterior de Trump ha sido interno: de pronto se ha ganado la legitimidad que muchos, desde la CNN hasta John McCain, le negaban.

Si hay algo indudablemente positivo, un logro en estos primeros cien días por el que gran parte de su electorado esté dispuesto a perdonar casi todo a Trump, es la nominación y nombramiento del juez Gorsuch para cubrir la vacante dejada por Scalia en el Tribunal Supremo. Para ello ha tenido que poner toda la carne en el asador, haciendo uso de la opción nuclear (una decisión que, en el futuro, puede beneficiar a los demócratas), pero el asunto lo merecía. Gorsuch y la retirada de fondos públicos para la empresa abortista Planned Parenthood son los dos regalos que esta Administración ha hecho a su base conservadora.

En resumen: un balance poco entusiasmante, muy alejado de las promesas de cambio inmediato prometidas, con algunas victorias, unas cuantas derrotas y mucho lío e improvisación. En cuanto al lío, baste contemplar el panorama: los demócratas intentando apuñalar a Trump mientras ellos mismos se destrozan para dirimir quién tiene la culpa de la victoria republicana; los republicanos, también a la greña, con los que se alinean con Trump en un lado y quienes no están dispuestos a someterse (Freedom Caucus, McCain…) en el otro, e incluso puñaladas en el mismo Gobierno, como la asestada por el yerno Kushner al consejero áulico Bannon. En cuanto a lo de la improvisación, cada vez son más quienes critican a Trump por no tener preparado un plan de gobierno bien detallado, algo que se estaría haciendo ahora, con la pérdida de un tiempo valiosísimo. El riesgo no es menor: embarrancado en propuestas, marchas atrás y análisis de planes de acción, la Administración Trump corre el peligro de desperdiciar su primer año. El ambicioso plan para reorganizar el Gobierno federal, por ejemplo, no será llevado al Congreso hasta febrero de 2018, lo que muy probablemente implicará que no habrá consecuencias hasta 2019. Y el año que viene será aún más difícil conseguir sacar adelante leyes reformistas, por cuanto todos los miembros del Congreso y muchos senadores estarán con la vista puesta en las elecciones de medio mandato. Por el momento ya existen algunos avisos de que la izquierda se está movilizando (un poco como la derecha se movilizó en España contra Zapatero): una elección especial de congresista en Kansas, donde Trump ganó por 27 puntos, se ha resuelto a favor del candidato republicano por solo 7 puntos de ventaja.

Mientras tanto, sin necesidad de irnos tan lejos, el 28 de abril, un día antes de que se cumplan los 100 días de Trump en el poder, expira la resolución que por la que se financia el Gobierno federal, y si no se llega a ningún acuerdo se produciría un shutdown como el que sufrió en 2013 la Administración Obama. Pero no se alarmen, no es probable que llegue la sangre al río.

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