Turismofobia
Hay localidades españolas que estarán encantadas de recibir a los extranjeros que ahuyenten los turistófobos de Barcelona. Pero ¿y si los ahuyentan a todos?
Es la estación del turismo. De los millones de desplazamientos, de carreteras, vuelos y trenes atestados, de las ciudades que se llenan de forasteros, o de más forasteros todavía. Viendo a esas familias que se mueven desorientadas y estresadas por los nuevos territorios a los que llegan para descansar, deseo que casi nunca verán cumplido porque la vacación exige mucho trabajo, yo estaba tentada de escribir algo tierno sobre ellas. De pedir a todo el mundo que sea amable con los forasteros. Por lo menos, con los que se comportan, que son los más. Esto no había que pedirlo hace años, cuando el turismo era una bendición para muchas ciudades y pueblos, donde esas invasiones veraniegas eran bienvenidas, no sólo por urbanidad elemental con el visitante; también porque resolvía la papeleta económica de los nativos. Pero este cuadro más o menos idílico ha cambiado, cambió en realidad hace mucho, con la masificación.
Cambió hace tanto, que yo tengo entre mis recuerdos de viajes veraniegos más horrendos una visita a Florencia en agosto, a finales de la década de 1970. Florencia estaba tan a reventar de turistas que la propia ciudad, su fisonomía, su arquitectura, sus monumentos, era prácticamente invisible. En Venecia, una de las ciudades europeas donde primero se apreciaron los problemas que acarrea la masificación de visitantes, he tenido la suerte de no estar nunca en verano. La tensión entre los beneficios y los perjuicios del turismo, entre partidarios y detractores, existe desde que el turismo dejó de ser un deporte practicado por una minoría. Pude ver ese conflicto en acción en algunos de los lugares del mundo por los que pasé o en los que viví en la década de los 80. Pero no vengo a hablar de mi libro, sino de la turismofobia.
Hace un par de meses, el diario británico The Independent listaba los ocho sitios del planeta donde "más odian a los turistas". Uno de ellos era Barcelona. En la BBC completaban la historia con las manifestaciones celebradas contra el turismo o los turistas en la ciudad, y las pintadas y mensajes con las que allí se da rienda suelta a la turismofobia: van desde el remake del clásico "Tourist, go home" hasta el desesperado "Parad de destrozar nuestras vidas". La propia alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, es la primera que ha declarado esa guerra y libra la batalla, que es en realidad una batalla contra el éxito que ha tenido Barcelona como destino turístico.
Ante los problemas que causa la masificación turística, la respuesta no es la fobia que se está cultivando en Barcelona.
Lo curioso es que Barcelona no atrajo al turismo de masas durante el boom turístico español de los 60 y los 70. Ni siquiera en los 80 fue una ciudad turística. El turismo masivo iba en esa época a la costa, y si llegaba algo parecido a una riada de turistas a la ciudad era en autobuses que depositaban a los ya requemados extranjeros delante de la plaza de toros. Las Olimpiadas del 92 fueron el punto de inflexión. Fue entonces cuando se forjó la leyenda que convertiría a Barcelona en una de las mecas turísticas de Europa. Porque ese éxito, que ahora es problemático, no es un fruto espontáneo. Se hizo una política de marketing para promocionar la ciudad, y se hizo bien. De hecho, continúa. Podrían, por cierto, hacer publicidad negativa para revertir la tendencia. Seguro que lo agradecerían otras ciudades españolas.
Ante los problemas que causa la masificación turística, la respuesta no es la fobia que se está cultivando en Barcelona. Las manifestaciones, las pintadas y los mensajes agresivos son los elementos típicos del activismo político que suele hacerse en España, un activismo del que viene la propia Colau. Todo eso atiza el enfrentamiento, cosa que a lo peor es políticamente rentable, pero no resuelve nada. Como alternativa al grito, hay maneras inteligentes. Una de ellas es reorientar el turismo hacia otras zonas, como se hizo en Nueva York para evitar la saturación en Manhattan.
No hace falta insultar ni despreciar al visitante para gestionar los efectos negativos del turismo, aunque si lo quieren hacer, insisto: hay localidades españolas que estarán encantadas de recibir a los extranjeros que ahuyenten los turistófobos de Barcelona. Pero ¿y si los ahuyentan a todos? Bueno, pues Barcelona tendría problemas mayores que los que trae el turismo masivo. Porque no hay un Silicon Valley, que sepamos, en las cercanías. Ni una Wall Street. El gran problema es que si eliminaran el turismo, no habría de qué vivir. Antes de demonizar al turista, deberían pensar en ese detalle.
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