El último escándalo educativo en Andalucía ha consistido en cómo se ha otorgado el título de la ESO a alumnos que han suspendido incluso dos asignaturas. El Gobierno central del PP ha hecho una modificación en la ley según la cual los alumnos con una evaluación negativa en dos materias –salvo que sean simultáneamente Lengua y Matemática– pueden obtener el título de la ESO si el equipo docente considera que han alcanzado los objetivos de la etapa. Ni corta ni perezosa, la socialista Junta de Andalucía ha interpretado que no hay que esperar a septiembre para que los alumnos con dos suspensos puedan titularse si así lo deciden los equipos educativos.
De resultas de lo cual, en Andalucía hay alumnos con dos materias suspensas pero con un flamante título de la ESO ya en su poder, mientras que otros tendrán que esperar a septiembre. Además, la consideración sobre la competencia del equipo docente es una trampa ya que, de facto, si se diesen casos en que unos alumnos se titulasen y otros no, automáticamente se producirían reclamaciones por parte de los damnificados, y los profesores tienen la percepción de que la burocracia tenderá a titular automáticamente a los alumnos que lo reclamen.
En Andalucía, como en otras regiones donde importa más mejorar las estadísticas que el nivel de conocimientos, el sistema educativo se está convirtiendo cada vez más en un chiste de Woody Allen donde los profesores fingen enseñar a alumnos que aparentan aprender. Con resultados paradójicos: las comunidades autónomas con peores resultados en el Informe PISA son las que, sin embargo, obtienen mejores datos en Bachillerato, aunque luego lo hacen peor en Selectividad. Así, Extremadura y Canarias, las regiones con peores resultados PISA de toda España en el rubro de alumnos con alto nivel de competencias, encabezan el ranking de alumnos con mayor número de sobresalientes en Selectividad. En Navarra y Castilla y León pasa exactamente lo contrario: un gran número de alumnos con altas capacidades según PISA se derrumban en sobresalientes en Selectividad.
¿Qué pasa? Que la nota de Selectividad engloba tanto la calificación obtenida en el examen general que pasan todos los alumnos como la que consiguen estos en sus propios centros. Además, la prueba general es específica de cada comunidad. Con lo que no hay la menor posibilidad de comparar objetivamente lo que saben los alumnos de toda España. Mientras que en comunidades como Canarias, Extremadura o Andalucía se ha impuesto la cultura pedagógica del mínimo esfuerzo y la nula exigencia por parte de unas Administraciones políticas que presionan a los profesores para que aprueben como sea, en Navarra, Castilla y León o Madrid se produce todo lo contrario. Es la diferencia que existe entre que tu ídolo pedagógico sea Ken Robinson –el ideólogo del sofisma sobre la creatividad en la escuela, con sus lemas sobre "aprender a aprender", "aprender jugando" y "muerte a los deberes"– o Inger Enkvist –la voz que se ha alzado contra la demagogia pedagógica de la antiescuela y que defiende los valores tradicionales de la disciplina, el esfuerzo, la excelencia y el trabajo sistemático–. Es la diferencia entre la educación como tómbola y la educación como salida de la caverna de la ignorancia.
La solución a todo este dislate se antoja, sin embargo, una utopía. Porque la única forma de elevar automáticamente el nivel en toda España pasaría por pruebas de carácter nacional en las que se comparasen los resultados de los alumnos de todo el país, las célebres reválidas que propuso el satanizado ministro Wert. De esta manera, habría una presión del propio sistema por que se emulara a los mejores, evitando así la tentación hacia la mediocridad educativa maquillada con estadísticas tramposas de Gobiernos como el andaluz, el canario o el extremeño.
La Ley de Gresham implica que cuando en un país circulan simultáneamente dos tipos de monedas, siendo una considerada como buena y otra como mala, esta última expulsará del mercado a la primera. Análogamente, tenemos en España el peligro de que si conviven y compiten dos sistemas educativos, uno que aspire a la excelencia a través de la exigencia y que otro lleve a la mediocridad inflando las calificaciones, entonces el malo termine contaminando al bueno. Con la perspectiva de un Pacto Nacional por la Educación en ciernes, será la hora de comprobar si el PP sigue reculando cobardemente ante las grandes cuestiones nacionales, si la apuesta de Ciudadanos por una educación de calidad es verdadera o simple postureo y si el PSOE se sigue despeñando por el abismo de la sofistería educativa. Pero, viendo cómo se las gastan los sindicatos de profesores, de alumnos, de inspectores y de padres (los cuatro jinetes del Apocalipsis educativo), es como si hubiera que aplicar un artículo 151 en el ámbito pedagógico. Parafraseando a Dante Alighieri, abandonad toda esperanza y haceos un Coursera.