Me avergüenza confesar que no he leído ni leeré la novela Patria, de Fernando Aramburu. Todas las referencias de amigos y de críticos literarios me confirman que me sentiría totalmente identificado con su contenido y con el mensaje humanista que transmite. Lo que sucede es que desde mi adolescencia hasta bien entrada la edad madura me saturé de novelas y películas que denunciaban, con los términos y las imágenes más descarnados, las injusticias y los actos de barbarie que somos capaces de perpetrar los habitantes de este planeta.
Regímenes patibularios
Creo recordar que empecé por Germinal, de Émile Zola, y no paré hasta llegar a La forja de un rebelde, de Arturo Barea, pasando por Las uvas de la ira, de John Steinbeck, y 1984, de George Orwell. En cine, soporté los horrores de Cenizas y diamantes, de Andrzei Wajda, de Roma ciudad abierta, de Roberto Rossellini, y de Novecento, de Bernardo Bertolucci. Llegó el momento en que mi sensibilidad dijo basta, sobre todo porque a partir de 1943 había vivido casi sin interrupción bajo la férula de regímenes patibularios cargados de semejanzas con los que describían esos creadores de ficciones realistas: peronistas de matriz alternadamente fascista y castrista y dictaduras militares.
Fue entonces cuando opté por los materiales de evasión y, para impregnarme de la realidad, recurrí a los libros de historia, los ensayos políticos y la prensa escrita y digital. Y son las noticias que leo a diario las que me informan de que Patria la estamos viviendo a casa nostra, en Cataluña: familias discriminadas por sus vecinos, cotilleos denigrantes, instituciones confabuladas con los acosadores, boicots a los comercios de los marcados con la letra escarlata, encarnizamiento con los hijos de los desobedientes, amigos transformados en delatores y cobardes por todas partes desviando la mirada. Incluso hipócritas que tienen Patria sobre la mesilla de noche y colaboran durante el día, activa o pasivamente, con los cazadores de herejes.
Madre coraje
¿Exagero? Siempre los acomodaticios tildan de exagerados a quienes desenmascaran su complicidad o indiferencia en situaciones críticas.
Hablemos de Ana Moreno, XXIII Premio de la Asociación de la Tolerancia por la valentía con que defendió el derecho de sus hijos a recibir el exiguo 25 por ciento de horas de su educación en castellano que fijó el fallo de la justicia. Hablemos de Balaguer, la ciudad leridana que dispensó a esta madre coraje el mismo trato que recibió el doctor Stockman en El enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, cuando denunció una amenaza para la salud de sus conciudadanos. Persecución, ostracismo, bullying a sus hijos, cierre de su tienda, desaires de sus vecinos. Las autoridades del municipio y de la escuela Gaspar de Portolà se sumaron al hostigamiento, acompañadas por la asociación de padres, sindicatos y partidos políticos. Ana Moreno tuvo que trasladar a sus hijos a otra escuela de una localidad vecina para rescatarlos de esta ola de intolerancia.
¿Alguna similitud con el ambiente que se respiraba y se respira en los pueblos de la comunidad vasca, tal como lo refleja la novela de Fernando Aramburu?
La historia se repite
La historia se repite en Castelldefels. Allí fue donde 90 familias de la escuela Josep Guinovart apelaron a la justicia para pedir que se cumpliera la ley y sus hijos recibieran el 25 por ciento de las horas de enseñanza en castellano. La campaña de intimidación fue implacable. De pronto los niños de esas familias descubrieron que sus amigos les hacían el vacío y no los invitaban a sus fiestas. ¿Recuerdan que Marta Ferrusola tampoco quería que sus hijos jugaran con criaturas que hablaban castellano? Tal cual, pero esta vez las familias que practicaban la exclusión no tenían el rancio abolengo de la madre superiora. El bullying aumentaba con la edad hasta hacerse insoportable en 5º y 6º de primaria. Los padres querellantes fueron borrados del WhatsApp de la escuela. Las deserciones y los cambios de centros escolares redujeron la cifra de familias rebeldes primeramente a 38 y ahora a 19 (ver LD, 23/7). Pero la lucha en defensa de los derechos constitucionales continúa.
La escuela dividió por fin a los alumnos en dos grupos: uno para los que recibieron el amparo de la justicia al bilingüismo recortado y otro para los resignados a la inmersión en catalán. El apartheid en Cataluña.
Pero fue el Ayuntamiento el que desempeñó el papel más impresentable: invitó a la escuela a desobedecer el fallo judicial y acusó a los padres querellantes de "romper la convivencia". Si la queja la hubiera presentado la comunidad musulmana o el colectivo LGTBI alegando discriminación, la resistencia a cumplir la sentencia se habría catalogado como un delito de odio, con el escándalo consiguiente y la intervención del Síndic de Greuges. Y los reos habrían ardido en las hogueras mediáticas del fariseísmo progre. La proscripción del castellano, en cambio, se practica bajo el manto protector de los ediles confabulados. Hispanófobos sin disimulo, ellos y quienes los apuntalan sí que son portadores del odio maniqueo contra "los otros".
Aplican, contra las familias vecinas, la ya muy vigente amenaza que, con talante de Erdogan, Maduro o Trump, profirió Carles Puigdemont: "¡Damos miedo, y más que daremos!" (toda la prensa, 1/7).
Resolución inquisitorial
Lo más ilustrativo es que quien preside el consistorio de Castelldefels es una edil del PSC, que contó con el apoyo de ERC, Catalunya Sí Que Es Pot y el PDECat para adoptar la resolución inquisitorial. Si todavía quedan ciudadanos que se dejan engatusar por los mamarrachos plurinacionales del socialismo sanchista y creen que estos son un hallazgo beneficioso del traficante de ideologías taradas convertido en líder de taifas, ya pueden sacarse las ilusiones de la cabeza. La política que aplican estos socialistas envilecidos en Castelldefels es la que figura en el nuevo programa del PSOE: blindar la historia, la cultura y la lengua de las naciones míticas, expulsando intrusas como la lengua castellana.
Recordemos, asimismo, que el amancebamiento del nacionalismo con el socialismo engendró el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, encabezado por un tal Adolf Hitler. Cuidado: si al Socialista Obrero Español le antepusieran el Nacional sería casi tocayo del alemán, más conocido como nazi.
Sé que la novela Patria es un retrato de la enajenación que se puede producir en los individuos cuando el nacionalismo rampante se apodera de ellos, los masifica y sofoca su racionalidad. Ojalá las nuevas generaciones la lean y asimilen su contenido para inmunizarse contra las ramificaciones del totalitarismo que van mucho más allá de Balaguer y Castelldefels, infectando al resto de Cataluña.
Quienes ya hemos pasado por experiencias de ese tipo –y el peronismo, como el franquismo, fue pródigo en ellas– somos conscientes de que estamos conviviendo con los protagonistas de Patria: víctimas y verdugos. Patria a casa nostra.