Jordi Pujol tiene motivos para estar satisfecho. Un amplio sector de la sociedad catalana responde mecánicamente a los dictados establecidos durante sus 23 años de gobierno, de 1980 a 2003. El férreo control de escuelas, medios, cátedras, púlpitos, y hasta de los clubes de petanca, y la inoculación de un nacionalismo visceral y supremacista convertido en fe incuestionable para el resto de los partidos, encerrados en una sacrosanta transversalidad catalanista, han calado hasta los huesos en la mitad de la sociedad catalana dispuesta a inmolarse en el desquiciado empeño republicano al que ha sido arrastrada por una clase política enfangada hasta la nariz en un cenagal de corrupción; aquel oasis catalán regido por el Español del Año que se decía el representante ordinario del Estado en Cataluña.
En medio de la más absoluta impunidad, Pujol logró sucesos tan inverosímiles como que los líderes sindicales cambiaran La Internacional por Els Segadors e impuso a izquierda y derecha cultos y ritos que competían con el franquismo en materia de adhesiones inquebrantables y principios fundamentales. Lo contaminó todo, desde los jardines de infancia a las residencias de ancianos, de los medios a las cátedras, y aplicó el tortuoso experimento sociológico de la inmersión lingüística con un pulso y una firmeza que para sí hubiera querido el mismo Franco. Toda disidencia frente a la exterminación del español y el discurso del odio a España fue erradicada. El idioma propio catalán era un leve peaje a cambio de las grandes posibilidades que se abrían a quien adoptara los usos de la selecta tribu que con tanta precisión ha descrito Boadellaen un reciente artículo en El Mundo. Hay asimilados que pese a las restricciones por causa de origen han llegado a importantes desempeños. Ahí están el diputado Rufián o el líder de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), Jordi Sànchez i Picanyol, pero son excepciones.
El mínimo común denominador sobre el acatamiento a la lengua y los símbolos de la nación se hizo cada vez más amplio, al punto de que el Tripartitofue un paréntesis contradictoriamente marcado por un mayor acento en las políticas supremacistas del pujolismo. La confesión de su monumental estafa en un documento dado a conocer un viernes por la tarde, el 25 de julio de 2014, supuso la caída del mito y poco o casi nada más en términos sociales. Su obra permanece inusitadamente viva y activa.
La mitad al menos de Cataluña seguía y sigue siendo una proyección de sus manías y delirios. La ingente estructura administrativa de la Generalidad llevaba en cada rincón de Cataluña su nombre grabado en institutos, centros de asistencia primaria, bibliotecas y comisarías de los Mossos d'Esquadra. Hasta en la cárcel de Quatre Camins hay una placa donde se dice que tal establecimiento penitenciario fue inaugurado por Jordi Pujol. Hace un par de años los funcionarios de la cárcel pidieron al alcaide que se retirara. Era Pere Soler, actual director de los Mossos, y se negó en redondo.
La confesión permite, eso sí, descifrar algunos de los enrevesados mecanismos por los que se rigió Pujol para intervenir y manipular de forma tan grosera y brutal como eficaz en una sociedad pretendidamente más avanzada, abierta y europea que la madrileña o la murciana.
Pujol no es un simple defraudador, sino un estafador político con una sólida y convincente coartada moral, su estancia en la cárcel de Torrero, en Zaragoza, durante dos años y medio. Mayo de 1960. Un joven Pujol, casado con Marta Ferrusola y padre de tan solo un niño, el posteriormente célebre Junior, le dicta a su mujer el siguiente texto:
La falta de libertad es absoluta y sólo está atenuada por el estado de corrupción en el que vivimos. El General Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha elegido como instrumento de Gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre comprometido por hechos de corrupción económica o administrativa es un hombre prisionero. Por eso el régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Como se hace en ciertas profesiones indignas, el Régimen procura que todo el mundo esté enfangado, todo el mundo comprometido. El hombre que pronto vendrá a Barcelona, además de un OPRESOR, ES UN CORRUPTOR.
Las versales son del autor.
La octavilla se presta a variadas tesis sobre el origen de los reflejos autoritarios de Pujol. Se eliminan las referencias a Franco y sale el vivo retrato de un president que además fue pionero en lanzar las masas a la calle. La estafa y el agujero de Banca Catalana fueron convertidos en un ataque a Cataluña. El líder del PSC, Raimon Obiols, tuvo que escapar de una turba que quería lincharlo porque se atribuía al PSOE la "intolerable agresión" contra el autogobierno. Sucedió el 31 de mayo de 1984 y ahí se acabó todo hasta el 24 de febrero de 2005, cuando el entonces presidente Maragall le dijo a Mas: "Ustedes tienen un problema que se llama tres por ciento". El asunto volvió a quedar sepultado en aras de un nuevo Estatut y no reapareció hasta comienzos de 2014, cuando la UDEF tiraba de los hilos de algunos negocios del primogénito de Pujol. En todos esos años, el president había sido un referente de honradez y austeridad. Un carácter sin apego al dinero en un hombre de ideas. Pura fachada.
Con la familia Pujol a la cabeza, cientos de altos cargos de todas las administraciones controladas por Convergencia y empresarios vinculados a las contratas ocupan decenas de sumarios que el nacionalismo atribuye a una fantasmal operación Cataluña de las cloacas del Estado para lesionar el honor de las principales figuras independentistas. La coartada, emitida constantemente desde los minaretes de la Generalidad, ha calado incluso entre los independentistas puros que creen que, por desgracia, Pujol es culpable y no cabe en la nueva república inminente. Son una minoría. La mayoría de los independentistas reconoce que Pujol puso la primera piedra y construyó todas las estructura de Estado que requerían los nacionalistas para dar un golpe de Estado con posibilidades de éxito. La intensa tarea de adoctrinamiento y clientelismo está dando los resultados esperados. Los jóvenes de la CUP educados en la escola catalana son la prueba.
Muchos años antes, cuando otro grupo de jóvenes entre los que no se encontraba Pujol tiró la octavilla antedicha sobre la platea del Palau de la Música, la familia Millet ya regía los destinos de ese pozo negro de la corrupción nacionalista y mantenía unas excelentes relaciones con elementos fundamentales de la dictadura, al punto de que se fundaba con autorización gubernativa la entidad Òmnium Cultural, la misma que ahora dirige un empresario llamado Jordi Cuixart, cuyo nombre aparece en las diligencias de la Audiencia Nacional sobre el intento de linchamiento de una secretaria judicial y varios agentes de la Guardia Civil el pasado 20 de septiembre.
Se había dicho mil veces, aunque sólo muy recientemente se ha aceptado la verdad: el Estado desapareció de Cataluña mientras el nacionalismo ponía en práctica su diseño social como una apisonadora, fulminando toda clase de disidencia y oposición, dejando a la izquierda y a la derecha locales en la irrelevancia si no compartían el secreto de destruir España para construir Cataluña.
En este 98, el acorazado Piolín es como esos viejos barcos de madera de la escuadra del almirante Cervera que fueron totalmente destruidos en Santiago de Cuba. Y la inmoralidad en la vida pública y económica es absoluta en un país podrido gracias a Pujol.