Terroristas de la 'justicia social'
Cuanto más subrayemos la universal condición humana, menos importarán los compartimentos estancos de la clase, la raza o el género.
Los cerebros tienen sexo. El de los hombres pesa más, mientras que el de las mujeres tiene más conexiones entre ambos hemisferios (y en los hombres predominan las conexiones dentro de cada hemisferio). Pero estas diferencias sexuales de los cerebros solo crean inclinaciones, tendencias, que no tienen por qué ser determinantes sobre los comportamientos y mentalidades.
Es cierto que la diversidad y pluralidad de estilos mentales favorece la riqueza de ideas de una sociedad, por lo que debemos procurar que dicha diversidad tenga el mayor número de oportunidades de expresarse. Pero cualquier tipo de clasificación en nombre de colectivos cerrados (ya sea la raza, la clase o el género) es una cortapisa para que se desarrolle la diversidad radical, que reside en los individuos y no en los colectivos. Cuanto más subrayemos la universal condición humana, basada en la conciencia racional, menos importarán los compartimentos estancos de la clase, la raza o el género. Los cerebros tienen sexo, pero las mentes no tienen género. Cabe clasificarlas por su valía en relación a los méritos, pero es su pertenencia a la especie humana, caracterizada fundamentalmente por su capacidad racional, la que les hace susceptibles de respeto absoluto.
La 'posverdad' de Trump es una broma al lado de la 'antiverdad' que se propagó en la era de Obama, como una plaga de rencor contra el pensamiento crítico.
Por eso tenía razón la jefa de Diversidad de Apple cuando puso de manifiesto que la auténtica pluralidad viene de la inteligencia y no del color de la piel, las características sexuales o el rango socio-económico. Alguien como Denise Young Smith, una mujer sin duda inteligente, tiene que estar más que harta de que el sistema de cuotas haga caer sobre ella la sospecha que ha llegado donde ha llegado por ser negra y no por sus méritos intelectuales. Su despido es tan injusto y macabro como el de James Demore en Google.
También ha sido una mujer, Lindsay Shepherd, joven profesora de la universidad canadiense de Wilfrid Laurie–, la última víctima del victimismo (valga la redundancia) de género. Shepherd había puesto en su clase sobre el uso de los pronombres de género (un tema muy debatido en el ámbito anglosajón, ya que algunas personas transgénero objetan que les denominen con los tradicionales él o ella) un vídeo en el que se expresaban opiniones a favor y en contra de cambiar el idioma inglés para asumir la neolengua presuntamente no sexista. Unos alumnos, en lugar de participar en el debate, prefirieron elevar una queja a la Universidad, a resultas de la cual Shepherd fue reprendida y castigada. Concretamente, fue acusada de "causar daño a los estudiantes trans", como si dichos estudiantes fuesen unos discapacitados mentales, unos disminuidos emocionales incapaces de procesar información y defender sus puntos de vista. La universidad canadiense prefiere tener a unos analfabetos funcionales inquisitoriales pero políticamente correctos como alumnos antes que una profesora inteligente, ilustrada y debatiente que sigue el lema que debiera ser sacrosanto para una institución educativa: el "atrévete a pensar" de Kant.
El gran problema –y una de las causas de la victoria de Donald Trump en EEUU– es que muchos izquierdistas, derrotados en la política y en la economía, han optado por abandonar la búsqueda de la verdad para convertirse en unos sacerdotes de la posmodernidad y unos terroristas ("guerreros" se llaman ellos, del mismo modo que los etarras se veían a sí mismos como "luchadores") de la justicia social. La posverdad de Trump es una broma al lado de la antiverdad que se propagó en la era de Obama,como una plaga de rencor contra el pensamiento crítico.
La ministra de Ciencia en el Gobierno de Justin Trudeau, el Obama canadiense, ha defendido la censura en nombre de los espacios seguros. Seguros sí que son para los que hacen del victimismo postureo y negocio.
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