No tengo ni idea acerca de si La Manada, como se hacen llamar los acusados, cometió la violación por la que está presa. Juzgar es un asunto complejo, lleno de matices y recovecos, para el que hay que tener un conocimiento exhaustivo de los datos, entrenamiento en falacias lógicas y una pericia psicológica singular, y, claro, estar habituado a los procedimientos penales. Cuando se carece de evidencias, mejor cerrar la boca.
Sin embargo, la mayor parte de los medios de comunicación ha decretado a priori la culpabilidad de los acusados, y en las redes sociales se ha realizado un linchamiento justiciero, con profusa difusión de las caras de los presuntos violadores. En paralelo al golpismo político del procés catalanista, estamos viviendo otro ataque al Estado de Derecho de manos de los que han establecido que la presunción de inocencia y el derecho a un juicio justo, pilares de un sistema penal liberal, no se aplican a los hombres, en cuanto que históricos privilegiados de un ancestral sistema heteropatriarcal.
Ambos fenómenos están relacionados, ya que suponen sendas deslegitimaciones de nuestro Estado liberal de Derecho. Por ser patriarcal, desde el punto de vista del feminismo de género, y nacionalista (español), desde la perspectiva comunitarista del catalanismo. En ambos casos, se parte de una visión colectivista de la sociedad, en la cual no importan los individuos y se pone el acento en las redes, en las conexiones abstractas en lugar de en la sustancia individual. Margaret Thatcher puso el dedo en la llaga al advertir: "No hay tal cosa como la sociedad. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias", con lo que quería decir que la primacía ontológica, antropológica, política y social han de tenerla los ciudadanos de carne y hueso, y no las construcciones ideológicas (clase, raza, género, lengua), como defienden los izquierdistas.
En Estados Unidos, además de desde el feminismo de género, el ataque a la razón ilustrada, individualista y racionalista proviene de cierto racismo negro: del movimiento Black Lives Matter al máximo favorito para ganar el Oscar al mejor documental: I am not your negro (Ralph Peck). A partir de unas emotivas y combativas páginas del ensayista James Baldwin y unas grabaciones con sus declaraciones, debates y discursos, más la poderosa y sugerente voz en off de Samuel L. Jackson, el documental traza una panorámica de la situación de opresión que han venido sufriendo los negros en Estados Unidos hasta nuestros días. Sin embargo, frente a la propuesta victimista y en ocasiones defensora de la violencia que hace Baldwin, un profesor de Filosofía de Yale, el judío Paul Weiss, propone en un debate televisivo una alternativa existencialista de corte individualista contra el comunitarismo de sesgo racial de aquél:
Creo que está pasando por alto una situación muy importante. Cada uno de nosotros, creo, está terriblemente solo. Vive su propia vida. Tiene diversos obstáculos, ya sea su religión o el color, el tamaño o la forma, la falta de capacidad, y el problema es convertirse en hombre (...) Todo ese énfasis en los blancos y en los negros enfatiza algo que realmente se está produciendo pero enfatizándolo, como decía, o quizás exagerándolo. Y, por lo tanto, nos hace poner a la gente en grupos en los que no debe estar. Tengo más cosas en común con un estudiante negro que con un hombre blanco contrario a que dicho negro se escolarice. Y tú tienes más en común con un autor blanco que con alguien en contra de la literatura. Entonces, ¿por qué concentrarnos en el color o en la religión? Hay otras formas de conectar a los hombres.
Porque esa es la cuestión: mientras Weiss defiende el núcleo de una dignidad común a todos los seres humanos, Baldwin se enroca en una visión colectivista que separa a los seres humanos en compartimentos estancos por su raza. Los polvos racistas en los Estados Unidos (que daban un vuelco étnico al primigenio colectivismo marxista de clase) tienen su reflejo español en los lodos feministas (de género) y nacional-catalanistas. Este magma derivó en esa alianza, en principio contra natura, entre los burgueses provincianos de Puigdemont, la izquierda de la Cataluña profunda de Junqueras y los anticapitalistas estalinistas de Anna Gabriel. Un magma que ha terminado por solidificarse tras el parapeto del 155, a la espera de volver al estado incandescente una vez que Soraya Sáenz de Santamaría deje su cargo de convidada de piedra.
Volvamos al caso que nos ocupa sobre el juicio populista-mediático que han liderado algunos periodistas, pastoreando a la jauría de las redes contra la manada. Algo huele a podrido. Pero no en el juicio a los acusados propiamente dicho, sino en los que han llegado a demonizar a su abogado afeándole que haga todo lo posible para que tengan la mejor defensa posible, como es su deber y una garantía del Estado de Derecho. Los abogados de cada una de las partes tratan de desacreditar al oponente, sobre todo cuando la cuestión crucial pasa por testar la credibilidad de los testimonios claves. Son los jueces los que finalmente decidirán si, además de ser relevantes las evidencias presentadas por las partes, son, precisamente, decisivas. Todo nuestro sistema penal se basa en el principio de que es mejor que un culpable esté en la calle que un inocente en la cárcel. Salvo si el acusado es un hombre, para el que se establece una culpabilidad innata. Para condenar a un hombre no harían falta, según este feminismo penal de género, pruebas sino prejuicios, falacias y estadísticas.
Así, Lucía Méndez se erigía en El Mundo en Gran Sacerdotisa para condenar a los acusados en nombre de la "Gran Diosa" que "acompaña también a la joven víctima de la Manada, que en busca de un juicio justo, ha sido violada en la sala de vistas por los abogados de los acusados". Además de obviar que la mujer acusadora es presunta víctima, las calumnias vertidas contra los abogados forma parte del escrache periodístico, que se suma al acoso en las redes que trata de condicionar la sentencia de los jueces, que, me temo, también serán acusados de violar a la joven como se atrevan a dictar la absolución de los acusados. Por otra parte, estas acusaciones gratuitas contra los abogados de la defensa son un postureo hipócrita que, además, resulta perjudicial para la, ahora sí, presunta víctima, porque si se coartase el derecho a la defensa –en nombre de los dogmas del feminismo penal de género– el juicio podría ser anulado.
El más miserable de los dogmas del feminismo de género es el que dice que el sexo masculino como un todo ha organizado, histórica y estructuralmente, una caza en manada contra las mujeres. De ahí que se comparen las víctimas del terrorismo etarra con las del terrorismo "machista". ¿Acaso hay una organización criminal dedicada ideológica y estratégicamente a la humillación y eliminación de las mujeres? Según las seguidoras de la "Gran Diosa", sí. Del mismo modo que, según el modelo marxista, todo burgués es un criminal por pertenecer a su clase, desde el paradigma del feminismo de género todo hombre es culpable por el mero hecho de poseer el estigma del cromosoma Y. De igual manera que los comunistas quisieron reeducar a los burgueses en campos de concentración con el objetivo de fabricar un Hombre Nuevo, así el feminismo de género está llevando a cabo una labor más sutil pero no menos liberticida propagando la idea de una nueva masculinidad a través de los planes escolares, la imposición de una nueva jerga (denominada orwellianamente lenguaje no sexista) y el mencionado feminismo penal de género, que establece la culpabilidad masculina heterosexual por defecto (para lo que tienen que ocultar, por ejemplo, la violencia masculina homosexual ya que refuta la maniquea tesis de que estamos en una guerra de géneros).
De Falso culpable de Hitchcock a La caza de Vinterberg, de Matar a un ruiseñor de Mulligan a Testigo de cargo de Wilder, de Furia de Lang a La jauría humana de Penn, el cine nos ha enseñado a ser cuidadosos con los juicios populares que de manera paralela se organizan sobre casos problemáticos que crean alarma social. Es normal que en una charla de sobremesa se organice una discusión entre cuñados sobre la culpabilidad o no de los acusados. Forma parte del proceso de chismorreo social y de despiojamiento ideológico que nos distingue como seres que parlotean. Pero los profesionales de la comunicación deberían ser mucho más honestos y rigurosos. Para los que buscan al aplauso fácil y blando, es muy fuerte la tentación de ponerse a la cabecera de la jauría feministoide empuñando la antorcha y la bandera de lo políticamente dictatorial y lo moralmente inquisitorial.