Como soy de lo más original, no voy a hacer un primer balance de la presidencia de Trump cuando lo hizo todo el mundo, un año después de que ganara las elecciones, ni tampoco cuando debería hacerse, un año después de la toma de posesión, sino al terminar el año natural en que ha comenzado su mandato. La razón es que por fin los republicanos han logrado su primer gran triunfo legislativo, la reforma fiscal, y es dudoso que haya muchas novedades hasta el 20 de enero que justifiquen cambiar las impresiones que nos ha dejado la presidencia más peculiar desde que tengo uso de razón.
El problema para evaluar a Trump es que resulta extremadamente difícil separar su obra de su persona. Al no tener un jefe de Estado distinto del jefe de Gobierno, en EEUU tradicionalmente se ha considerado un activo que un candidato parezca presidenciable; esto es, mesurado, prudente, capaz de ponerse por encima de las luchas partidistas; alguien a quien se pueda respetar incluso desde la discrepancia. Obama dio siempre esa imagen, aunque su acción de gobierno fuera tremendamente sectaria y su incapacidad para negociar con sus rivales políticos rayara lo patológico. Mitt Romney fue quizá el candidato republicano más presidenciable posible. Donald Trump es justo lo opuesto. Incluso a quienes lo apoyan, o al menos apoyan sus políticas, les resulta difícil congeniar con el personaje. Sus tuits, su forma de expresarse, sus exabruptos, la simpleza de sus argumentos, la forma de entrar en los temas como elefante en cacharrería... Incluso su guerra permanentemente abierta contra los medios, que a muchos nos parece que debería ser adoptada por los políticos de derechas en casi todo Occidente, la lleva a cabo de una forma que tira un poco para atrás.
Pero en el momento en que se quita al presidente de la ecuación y se deja sólo su presidencia, la imagen es muy distinta, sobre todo si tenemos en cuenta que las noticias que nos llegan de Estados Unidos vienen ya filtradas por la reacción histérica del Partido Demócrata y los medios. Es la visión de una acción de gobierno propia del Partido Republicano, liberal-conservadora, mucho más estricta y consecuente que la de los dos Bush y a no tanta distancia de lo que hizo el Reagan real en su primer año, por más que las diferencias de estilo hayan convertido a uno en un mito y al otro en un demonio.
Trump se ha caracterizado por mostrar una mano más dura con la inmigración ilegal, aunque las deportaciones hayan bajado desde los récords de la era Obama debido a que ahora no sólo se expulsa a quien se pilla en la frontera, y eso produce un efecto disuasorio. En materia militar, logró con su primera acción que Siria dejara de usar armamento químico y ha logrado una victoria aplastante sobre el Estado Islámico con la sencilla decisión de abandonar las restricciones que ataban al Ejército en los años anteriores. En política exterior, está aprovechando las tensiones entre Irán y los suníes para aislar al país de los ayatolás y usando su fama de aislacionista económico para intentar forzar que China deje de proteger a Corea del Norte. Es difícil saber si tendrá éxito, pero al menos es un soplo de aire fresco después de ocho desastrosos años de apaciguamiento. Ha reconocido Jerusalén como capital de Israel. Su secretaria de Educación ha puesto cierto freno a la histeria feminista en las universidades y no hay un solo republicano que ponga un pero al esfuerzo hecho estos meses por poblar los tribunales federales, incluyendo el Supremo, de jueces que respetan la Constitución y las leyes tal y como están escritas.
En cuestiones económicas es donde podemos encontrarle más fuera de la ortodoxia. No en lo referente a la reforma fiscal, que supone una gran rebaja de impuestos a empresas y ciudadanos de toda condición, además de una notable simplificación. Además, aunque no haya logrado derogar y sustituir Obamacare, la reforma suprime uno de sus grandes pilares, la obligación de contratar un seguro bajo amenaza de multa. En lo referido a regulación, posiblemente es ya el presidente que más ha hecho por reducirla, especialmente la medioambiental, apartado en el que se han hecho notar sus decisiones de salirse del Acuerdo de París y aprobar el oleoducto de Keystone. Pero sí se aleja de su partido en cuanto a su desconfianza en el libre comercio.
Trump es bastante populista, y buena parte de las medidas que está adoptando parecen ir encaminadas a mejorar las perspectivas laborales de la clase baja trabajadora, cuyo éxodo desde el Partido Demócrata fue clave para su victoria. Está por ver si todos los grilletes fiscales y regulatorios que está destrozando compensarán el frenazo a la expansión de la libertad de comercio internacional. En cuanto al gasto público, aunque ha mostrado cierta disposición a reducirlo, tiene las manos bastante atadas si el Congreso no le ayuda, y no lo ha hecho. Pero ha aumentado el gasto militar y reducido los pagos a Naciones Unidas.
En definitiva, un montón de decisiones que, gusten o no, forman parte de las peticiones de políticos y pensadores republicanos y que, si no fuera por su estilo y personalidad, lo coronarían poco menos que como un héroe de la derecha.
Pero eso vendrá en 2019, año en que los norteamericanos están llamados a las urnas. Si se sigue la tradición reciente, que muestra hasta qué punto la oposición logra avanzar en los primeros comicios tras la elección de un nuevo presidente, los demócratas deberían recuperar la Cámara de Representantes, aunque parece más dudoso que se hagan con el Senado. Debido a la cercanía de las elecciones, no cabe esperar que los republicanos aprueben en solitario nada importante. Habrá que ver si Trump consigue el apoyo de los demócratas para aprobar su programa de 1 billón de dólares para mejorar las infraestructuras del país; seguramente sea necesario, pero no va a ayudar mucho a que Estados Unidos deje de endeudarse. Habrá que ver también si ambos partidos consiguen ponerse de acuerdo antes de marzo para aprobar una ley sobre inmigración que permita a los menores traídos por sus padres trabajar legalmente en el país a cambio de la construcción del famoso muro. Mientras negocian, recibiremos un influjo constante de noticias y opiniones diciendo lo racista que es Trump. Y es ese tipo de argumentos lo único que podría impedir una victoria demócrata en noviembre del año que viene.