La nueva Ilustración americana
Lo que les une es la querencia y hasta la necesidad de discutir sobre los tabúes reales de la sociedad norteamericana, pero de una forma responsable.
Algo interesante se está cociendo en Estados Unidos, con algún condimento canadiense. La Universidad está en ruinas. No la parte donde se estudia ciencia e ingeniería, aunque desgraciadamente no puede aislarse del todo de la locura que ha destruido ya las Humanidades. El virus ideológico de la extrema izquierda, alentado por profesores y administradores que en su mayoría lo comparten y en muchos casos fueron los primeros infectados, ha destruido hasta tal punto la institución que no sólo ha dimitido de su función como el lugar donde profundizar y debatir ideas, aunque sean impopulares, sino que está haciendo todo lo posible para que la producción y contraste de ideas controvertidas no se produzca tampoco en ningún otro sitio. Para ello han contando con la inestimable ayuda de unos medios de comunicación de masas que no se han quedado atrás, demonizando a cualquiera que se atreva a salirse de un redil cada vez más pequeño.
En este ambiente ha surgido en el último par de años una serie de intelectuales con poco en común, al menos a primera vista. Incluye a Sam Harris, un ateo militante al estilo de Dawkins bastante de izquierdas, pero también al judío observante Ben Shapiro, una de las voces más interesantes de la derecha en los últimos años. A Bret Weinstein, el profesor de Biología votante de Sanders al que echaron de su universidad por resistirse al racismo negro, y a Jordan Peterson, el psicólogo canadiense cuyas clases sobre personalidad, religiones y mitos arrasan en YouTube. A las feministas individualistas Camille Paglia, Christina Hoff Sommers y Ayaan Hirsi Ali. A Maajid Nawaz, un antiguo islamista reconvertido en feroz crítico del extremismo musulmán. Incluso se podría incluir en el grupo a James Damore, el autor del famoso documento interno contra la "cámara de resonancia ideológica" de Google que le costó su trabajo en la compañía. Muchos de ellos llevaban años o incluso décadas dando guerra. Pero no hace tanto que han empezado a debatir públicamente entre ellos y a orbitar alrededor del show en YouTube del antiguo cómico Dave Rubin, el podcast de Joe Rogan y la revista en internet Quillete.
Eric Weinstein –hermano de Bret, matemático y directivo de la empresa de inversiones de Peter Thiel– llamó a este grupo heterogéneo la "red oscura intelectual", una suerte de chiste alrededor de su papel disidente en la sociedad actual y la existencia de la dark web, las páginas de internet que no pueden encontrarse en Google. Una de las pocas periodistas del New York Times a la que no le rebosa el sectarismo por los poros, Bari Weiss, ha resumido recientemente qué tienen en común: hay diferencias biológicas fundamentales entre hombres y mujeres, la libertad de expresión está siendo atacada, las llamadas políticas identitarias –feminismo, Black Live Matters, alt-right, etc.– son ideología tóxica que está destruyendo la sociedad norteamericana. A lo cual habría que añadir algo más: están siempre abiertos al debate con quienes no piensan como ellos, siempre que sean inteligentes y capaces de un intercambio constructivo, sin eslóganes vacíos y sin rechazar datos incontrovertibles simplemente porque sean incómodos. Algo que se les niega cada vez más en los medios y en las universidades.
La única forma de conseguir que gente como Sam Harris o Steve Pinker terminen considerándose de derechas es convirtiendo a la derecha en sinónimo de libertad de expresión y evaluando a cada persona por lo que es como individuo, no por características como su sexo o su raza.
Hasta hace poco, ninguno de los integrantes de esta nueva ilustración americana parecía demasiado consciente de estar formando parte de una misma conversación o de un mismo movimiento intelectual. Y sin embargo es difícil negar que ha habido ciertos momentos que han ayudado a moldearlo y darlo a conocer. Quizá el más antiguo de todos ellos sea la discusión de Sam Harris con Ben Affleck hace cuatro años en el programa de Bill Maher a cuenta de la islamofobia y la incapacidad de la izquierda para criticar al islam, al que, siendo ateo, considera una religión notablemente más dañina que la cristiana. El más reciente, la ridícula entrevista de Cathy Newman a Jordan Peterson, que ha convertido a este último en una estrella mundial, o lo más cerca que puede estar un psicólogo canadiense de ese estatus. El que más titulares ha provocado: el documento de James Damore y su despido de Google.
Se podría decir que no hay tanta diferencia entre este grupo heterogéneo de intelectuales y olas anteriores como las de los neoconservadores de los 60 y 70. No es raro encontrarse con figuras que aseguran que ellos no abandonaron la izquierda, sino que la izquierda los abandonó a ellos; o lo que es lo mismo, que pensando lo mismo de siempre de repente se han encontrado con que ya no se les considera de izquierdas. Pero yo sí creo que existe una diferencia: los izquierdistas de esta nueva ilustración americana siguen siendo de izquierdas y hay una enorme discrepancia política entre sus miembros. Lo que les une es la querencia y hasta la necesidad de discutir sobre los tabúes reales de la sociedad norteamericana –por ejemplo, el hecho indudable de que los negros cometen muchos más delitos por cabeza que ningún otro grupo étnico–, pero de una forma responsable, sin atribuírselo ni a la raza ni al racismo. Es verdad que cometen un par de delitos de leso progresismo: considerar como iguales a quienes lo son intelectualmente, aunque estén a la derecha, y abogar por que la izquierda trace una línea que separe el discurso aceptable del que no lo es, como hace ya muchas décadas tiene la derecha con el fascismo y el racismo real de gentuza como el KKK y similares, pero no tiene la izquierda para separarse de comunistas y racistas negros. Aun así, la única forma de conseguir que gente como Sam Harris o Steve Pinker terminen considerándose de derechas es convirtiendo a la derecha en sinónimo de libertad de expresión y evaluando a cada persona por lo que es como individuo, no por características como su sexo o su raza.
Así que, más que tratarse de un movimiento de conversión de izquierda a derecha o al liberalismo, esto se parece más a una versión desorganizada del Comité por la Libertad Cultural, organización montada por la extrema izquierda anticomunista –pero que incluía su porción de socialistas y liberales– en mayo de 1939 y que se opuso a Hitler y a Stalin durante la Segunda Guerra Mundial. "Nunca antes en tiempos modernos ha estado la integridad de escritores, artistas, científicos y académicos amenazada tan gravemente", empezaba su manifiesto. La razón por la que gente tan diversa formaba parte del comité era "el mínimo común denominador de una cultura civilizada: la defensa de la libertad intelectual y creativa". Más o menos lo mismo que une a este grupo de intelectuales. Para conocerlos mejor, lo suyo es suscribirse en YouTube al Rubin Report. Si tenemos suficiente nivel de inglés, claro.
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