Un grupo de filósofos y juristas de tendencia izquierdista ha pedido en un manifiesto que se reforme la Constitución y que haya acuerdos con los nacionalistas para que se pueda realizar un "relato" en el que no haya "ni vencedores ni vencidos". La misma expresión, "ni vencedores ni vencidos", ha empleado Meritxell Batet, la ministra catalanista de Pedro Sánchez para los asuntos catalanes.
Aunque suele plantearse como una situación de equidistancia, en realidad lo que se quiere decir con dicho cliché es que los que debieran ser los vencidos se han de convertir en los vencedores. Si hubiese un Estado de Derecho firme y convencido de su legitimidad, los vencidos deberían ser los terroristas y los golpistas. Lo que pasa es que han sido elevados, por obra y gracia de la empatía izquierdista, a estadistas y hombres de paz. Y es que nos enfrentamos a un par de problemas. En primer lugar, detrás de los Otegi y Puigdemont hay una gran parte de la población que los apoya y siente simpatía tanto ellos. En segundo lugar, tanto el nacionalismo como el socialismo son ideologías que justifican sus delitos. Ideologías que se consideran inmunes a la crítica e impunes ante el Derecho.
Las soluciones a dichos problemas pasan por educar a la población para que adquiera valores democráticos y, en paralelo, depurar el nacionalismo y el socialismo para que sean incompatibles con la violencia. Demasiado complicado, me temo, ya que los políticos conservadores hace tiempo que han arrojado la toalla en la batalla cultural y se han pasado, cautivos mediáticamente y desarmados conceptualmente, a las filas de lo políticamente correcto. Y es que habría que presentar batalla no solo en las instituciones, sino en las calles, que han sido tomadas por los Comités de Defensa de la República, con sus lazos y cruces amarillas, con sus hoces y martillos rojos. Así que lo más fácil –desde la perspectiva del PSOE, el PNV, Esquerra, PdeCat y Podemos, que contarán con la mansedumbre aquiescencia del PP– es aligerar la Constitución de valores democráticos y usar el sistema educativo para adoctrinar universalmente en la xenofobia y el igualitarismo.
En Vencedores o vencidos, la película de Stanley Kramer, el juez norteamericano interpretado por Spencer Tracy reconoce que cuando fue nombrado juez de instrucción en una ciudad supo que había personas que debía considerar intocables si quería seguir en el cargo. Pero cómo podían pretender en Nuremberg que volviese la cabeza ante el asesinato de seis millones de personas. Lo que nos piden ahora el Gobierno de Sánchez y la intelectualidad de izquierdas es que volvamos la cabeza ante la intimidación, el acoso y la vulneración de los derechos civiles que ejerce en Cataluña una mitad de la población contra la otra media. También nos piden que hagamos caso omiso del golpe de Estado de septiembre del año pasado. Para rematar la faena, nos piden que desmontemos la Constitución del 78 para que quepa un estatut en el que se sancione la relegación del español a lengua de segunda, el establecimiento de un sistema judicial controlado por el Parlamento en lugar de por el Tribunal Supremo y el Constitucional y la subordinación fiscal de todas las comunidades autónomas a las necesidades y disposiciones del Gobierno catalán.
El juez interpretado por Tracy terminaba su alegato diciendo:
Este juicio nos ha demostrado que, durante una crisis nacional, seres normales, incluso hombres capaces y excepcionales, pueden engañarse a sí mismos para cometer crímenes que rebasen lo imaginable.
Salvando las distancias entre el régimen nazi y el catalanista, aun teniendo en cuenta el común denominador de la xenofobia étnica, hemos de concluir que resulta indecente la maniobra de los políticos e intelectuales izquierdistas para equiparar a los humillados, acosados y ofendidos con aquellos que llevan cuarenta años ejerciendo una dictadura silenciosa, manipuladora y corrupta en Cataluña (mutatis mutandis para el País Vasco).
La querencia de la izquierda por los manifiestos es una de sus mayores virtudes al tiempo que uno de sus mayores defectos. Una fortaleza, pero también una debilidad. Virtud y fortaleza porque une a varios en un proyecto común, limando aristas y poniendo en valor el mínimo común denominador. Defecto y debilidad porque subraya el carácter gregario y rebañego de gran parte de la izquierda, no dada a lo común por vocación ideológica sino por necesidad temperamental. La izquierda solo se moviliza, eso sí, cuando se ataca a uno de los suyos, pero se muestra ciega al sufrimiento y el dolor de aquellos que están dentro del cordón sanitario con que los marginan los adversarios políticos. A esa ceguera para el sufrimiento causado por los suyos lo denominan superioridad moral.