Charles Krauthammer. Realismo comprometido
Llegó a ser uno de los principales columnistas de Estados Unidos y uno de los analistas más finos, con su estilo (y su palabra) afilado, preciso, exigente y bastantes veces humorístico.
Con pocas semanas de diferencia, han fallecido dos figuras importantes de las relaciones internacionales, una en la universidad, la otra en el periodismo. La primera es Pierre Hassner, discípulo de Raymond Aron y excelente conocedor de Hannah Arendt, profesor durante cuarenta años en Sciences Po, en París, y uno de los grandes analistas en este campo. Como su maestro, Hassner conocía a fondo la historia de las ideas políticas. A partir de ahí se especializó en aplicar la teoría política al terreno de las relaciones internacionales. De ahí salieron análisis tan brillantes como el de su último libro sobre la vuelta de las pasiones a la escena política.
Charles Krauthammer, también fallecido la semana pasada, tuvo una vida muy distinta. De familia judía ortodoxa emigrada a Estados Unidos y luego a Canadá, sus estudios universitarios de política y economía le dieron la ocasión de asistir de cerca a los primeros pasos de lo que Allan Bloom llamaría el colapso de la mente norteamericana. Luego inició estudios de medicina en Harvard, cuando un accidente en una piscina le dejó tetrapléjico. Se graduó, a pesar de todo, y se especializó en psiquiatría, un campo en el que se hizo un nombre con la catalogación de algunos problemas de los trastornos bipolares.
A finales de los años setenta se mudó a Washington, donde empezó a colaborar, desde una perspectiva ligeramente izquierdista, con la revista progresista The New Republic, también en Time y por fin en el Washington Post, con una columna semanal los viernes. Más tarde aparecería también en la PBS y en Fox News. Llegó a ser uno de los principales columnistas de Estados Unidos y uno de los analistas más finos, con su estilo (y su palabra) afilado, preciso, exigente y bastantes veces humorístico, aunque soterradamente y sin la menor intención sarcástico.
Krauthammer demostró siempre un carácter notable. Se sobrepuso a su accidente y aprendió una lección que está en el fondo de su actitud. Esperar sirve de poco. Lo que hay que hacer es adaptarse a una realidad que siempre acaba por imponerse.
La influencia que llegó a tener quedó bien demostrada cuando, en 2005, el presidente George W. Bush designó a Harriet Miers como candidata al Tribunal Supremo y las audiencias del Senado revelaron su mediocridad. Fue Krauthammer el que ofreció la solución –que incluyó la dimisión de Miers–, seguida al pie de la letra por la Casa Blanca.
Krauthammer demostró siempre un carácter notable. Se sobrepuso a su accidente y aprendió una lección que está en el fondo de su actitud. Esperar sirve de poco. Lo que hay que hacer es adaptarse a una realidad que siempre acaba por imponerse. Sobre ese realismo se levantó su humanidad, su capacidad para llevar una vida completa (deja mujer y un hijo; también era un fanático del béisbol) y su carrera como analista político.
A él se debe la expresión Doctrina Reagan para hablar de la nueva actitud que en los años 80 llevó a Estados Unidos a poner en cuestión la idea según la cual el dominio de la Unión Soviética era indiscutible allí donde se hubiera establecido. La nueva posición, promovida por el grupo de los que ya habían empezado a recibir el nombre de neoconservadores (es decir, la nueva derecha, venida en parte de una izquierda que se había rendido a los encantos del radicalismo postmoderno) cambió la política internacional y contribuyó al derrumbamiento del Muro de Berlín y al colapso de la Unión Soviética. Que no hubiera esperanza, como pensaba Krauthammer, no quiere decir que un análisis correcto de la realidad, basado en la lógica y en los hechos, no pueda llevar a soluciones inconcebibles previamente.
Entonces, cuando cayó el comunismo, llegó la hora de comprender la nueva situación, y otra vez Krauthammer contribuyó a hacerlo al hablar de un mundo "unipolar" en el que Estados Unidos tenía que asumir nuevas responsabilidades ante las incertidumbres que la caída de la Unión Soviética había traído. Un poco como en el análisis de Hassner, lo que caracteriza lo nuevo es la incertidumbre y el desorden. (Los dos conocían bien a los clásicos).
El análisis de la política exterior iba doblado de otro sobre la política interna de Estados Unidos, que para Krauthammer corría el peligro de caer en la autocomplacencia y nuevas formas de aislacionismo. Así es como impulsó, primero, la guerra en Afganistán y apoyó luego la de Irak, proporcionando algunos de los argumentos más serios y meditados que se escucharon y se leyeron entonces. Frente a las doctrinas anteriores, y en particular frente al internacionalismo liberal (o progresista), contribuyó a forjar la del realismo democrático, en el que la promoción de los valores democráticos en el exterior está enraizada en una fuerte conciencia del interés nacional de Estados Unidos y en una crítica de la búsqueda idealista –peligrosa, por tanto: ya sabemos el valor del realismo– de la multipolaridad. Como es natural, la defensa de Israel estuvo siempre en el centro de sus preocupaciones.
La palabra de Krauthammer, tan elegante, fue decisiva en aquellos años atormentados y fascinantes. Se equivocó muchas veces, pero su opinión, fina como un diagnóstico médico y apasionada a pesar de su frialdad, siempre descubría un punto de vista nuevo y relevante. Una última muestra de este estilo único es la nota que publicó para despedirse ante su fallecimiento inminente.
El público castellanoparlante pudo seguir sus análisis en Libertad Digital, donde se publicaron más de un centenar de sus artículos.
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