Los asiáticos se hartan por fin
Esta exitosa minoría se está hartando del injustificado y ruinoso sistema que da preferencia a colectivos como el negro y el hispano.
Toda la visión posmoderna que ha sustituido al conocimiento en las universidades norteamericanas y en las redacciones periodísticas se basa en contemplar la sociedad como una lucha entre opresores y oprimidos, entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales, entre cisgénero y transexuales, entre blancos y minorías raciales. Cada persona es reducida a un desglose de sus identidades grupales, con el hombre blanco heterosexual como campeón de la opresión y la Academia discutiendo si una mujer negra heterosexual está más o menos oprimida que un hombre transexual blanco.
De todos los problemas con la realidad que tiene esta visión, posiblemente el más claro y evidente sea el evidenciado por la minoría asiática en Estados Unidos. Según la teoría, al haber sido obviamente una minoría discriminada y oprimida –sólo hay que recordar cómo se trataba a los chinos que trabajaron en la construcción del ferrocarril, o el internamiento en campos de concentración de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial–, y dado el racismo institucional de la mayoría blanca, es imposible que prosperen por sí mismos si no es mediante la destrucción del sistema. Pero resulta que los asiáticos están mejor que los blancos según casi todos los baremos que se usan para demostrar que los negros están discriminados. Están sobrerrepresentados en las mejores universidades y en las empresas tecnológicas, tienen menos mortalidad infantil, les conceden hipotecas con más facilidad, entran menos en prisión. Y si los dividimos –como debería ser la norma– en grupos más pequeños y coherentes, algunas minorías más concretas, como la japonesa, tienen mayor renta per cápita.
El éxito de estas minorías y, sobre todo, su renuncia a utilizar la política para conseguir unos privilegios que, según las teorías izquierdistas, serían su única vía de avance suponen una enorme piedra en el zapato para quienes contemplan el mundo bajo el único prisma de la lucha entre opresores y oprimidos. De modo que los ignoran. En todas las sesudas argumentaciones sobre el triste destino de los negros en América rara vez aparecen, ni siquiera como extras. Y aunque muchos se dedican a la política, generalmente en las filas demócratas, no se dedican a hacer política racial, lo cual ha ayudado enormemente a los Obama, Farrakhan, Coates y compañía a pasar de ellos.
La izquierda acusa a la derecha y a los blancos en general de usar a los asiáticos como "mascotas" para no beneficiar con preferencias raciales a negros e hispanos. A esto Freud lo llamaba proyección.
Pero la tregua parece estar llegando a su fin. En los últimos meses los asiáticos se han organizado para poner una querella contra Harvard y se han manifestado contra el alcalde izquierdista de Nueva York, Bill de Blasio. Y en ambos casos por lo mismo, la discriminación positiva, que puede favorecer a hispanos y negros pero que, naturalmente, como cualquier forma de discriminación, es negativa para otros: blancos y, sobre todo, asiáticos. Porque se trata de la discriminación en las admisiones a las mejores instituciones educativas. Y, dada la importancia que buena parte de las culturas que conforman la minoría asiática otorgan a la educación, es algo que les afecta especialmente. Tienen la firme creencia de que la educación es la clave para que sus hijos tengan una vida mejor que la suya, e incluso los más pobres trabajan como negros para poder dar la mejor educación a los suyos. Y pese a ese esfuerzo personal, y el esfuerzo al que obligan a sus hijos para que sobresalgan, luego les deniegan la entrada en los mejores colegios y en las mejores universidades por el color de su piel. Porque serían mayoría y eso iría en contra de la diversidad, el mantra bajo el que se justifica esta manera de discriminar a los estudiantes por su raza.
En Nueva York, De Blasio ha anunciado un cambio en la forma en que los ocho colegios públicos de élite escogen a sus alumnos. En lugar de hacerlo por las notas de un examen, como hasta ahora, lo que ofrece un baremo único e igual para todos, su idea es ampliar del 4 al 20% los alumnos que ingresan por el color de su piel y no por sus notas y establecer para los demás una cuota mínima para cada colegio de origen. El objetivo: que entren más hispanos y negros. La consecuencia: que entren muchos menos asiáticos, que en el mítico Stuyvesant son el 72% del total, pese a ser el 15% de la población. Todo ello acompañado por los ofensivos comentarios de Richard Carranza, responsable educativo del Ayuntamiento, que proclamó: "Ningún grupo étnico tiene en propiedad las admisiones en esos colegios". Ciertamente, no. Pero los asiáticos están ahí porque se lo ganan, no porque se crean con derecho a ello sólo por ser asiáticos. Un comentario semejante referido a negros o hispanos habría obligado a Carranza a dimitir. Pero con los putos amarillos que me llenan las clases y sacan las mejores notas no hay problema.
Lo de Harvard tiene más rancio abolengo. Aunque desgraciadamente el Tribunal Supremo aprobó que las universidades tomaran medidas para aumentar la "diversidad" del cuerpo estudiantil, los sistemas de cuotas están expresamente prohibidos, por lo que Harvard recurre a un sistema bastante perverso que ya utilizó muchas décadas antes para limitar el ingreso de judíos. Una buena parte de la puntuación de acceso se basa en algo tan subjetivo como la personalidad, que incluye elementos tan complicados de evaluar objetivamente como el liderazgo, el sentido del humor o la sensibilidad. Y los asiáticos obtienen puntuaciones extraordinariamente bajas en ese apartado, lo que conlleva que su tasa de admisiones sea mucho más baja. Entre 1992 y 2013, el porcentaje de asiáticos admitidos en Harvard se mantuvo estable, mientras que en otras universidades que no emplean estos baremos, como el California Institute of Technology, el porcentaje ha crecido del 25 al 43%.
¿La reacción de la izquierda? El pánico, y acusar a la derecha y a los blancos en general de usar a los asiáticos como "mascotas" para no beneficiar con preferencias raciales a negros e hispanos. A esto Freud lo llamaba proyección.
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