Un perro andaluz
La historia de la lazi @gallifantes es harto reveladora de lo que subyace en el imaginario de sujetos como el supremacista Joaquín Torra.
Mi perra llegó de Jaén hace año y medio porque allí la iban a matar.
A los 10 días ya entendía las órdenes en catalán. Ahora ya no atiende a ninguna en castellano ni a su antiguo nombre.
Decidme. Eres de dónde [sic] naces o de dónde [sic] te quieren?
Pos [sic] eso. Aplicad el símil.
El 31 de julio, el perfil de Twitter @gallifantes, con casi 86.000 seguidores y una imagen de fondo con el lema "Spain is a fascist state", publicó el mensaje reproducido. Inmediatamente se desató un alud de reacciones, que se movieron entre el más agudo sarcasmo y las más groseras manifestaciones de odio.
Cris, que así parece llamarse quien escribe bajo la cuenta @gallifantes, condensó en el limitado número de caracteres que ofrece Twitter los clásicos ingredientes que no pueden faltar en toda manifestación catalanista que se tenga por tal. La historia del can salvado de una muerte segura en su Jaén natal que reniega de su antiguo nombre y desoye las órdenes en castellano permite recordar muchos de los contenidos ideológicos –también de sus obsesiones– de quienes ahora conducen sus días bajo la divisa del lazo amarillo.
El mensaje, teñido de una evidente carga alegórica, comienza presentando a un animal que va a ser sacrificado en la muy andaluza provincia de Jaén, pero que finalmente salva su vida en Cataluña. Andalucía sigue siendo una tierra sin oportunidades, un territorio duro, sin espacio para el cariño que el perro encuentra al norte del Ebro, allí donde, además, ha prendido el animalismo y se han prohibido las corridas de toros, la Fiesta Nacional. Esta primera línea del tuit nos lleva a aquellas palabras que en 1976 dejó escritas Jordi Pujol y Soley en su obra La inmigración, problema y esperanza de Cataluña:
El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza de número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad.
Pero también a estas otras, que dejó para la posteridad el actual presidente de la Generalidad de Cataluña, Joaquín Torra, lazohabiente, preclaro detector de baches en la cadena de ADN y autor de un libro que se ajusta a la perfección a los caracteres expelidos por @gallifantes, La lengua y las bestias. En tal obra, publicada en 2008, el por entonces meritorio Torra dice, fantaseando no ser español, que sus compatriotas, los españoles, son "bestias con forma humana que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua catalana". Ante la irreductibilidad e incomprensión de los españoles, singularmente los procedentes de la Andalucía que en su día llevó el flamenquismo a las noches barcelonesas, pero también la mano de obra que contribuyó a mantener la industrialización y muchas de las fortunas de Cataluña, algunas de las cuales tuvieron origen caribeño y fenotipos negroides, la lengua catalana, implantada por bautismales procesos de inmersión y por medidas coactivas, ha sido la herramienta perfecta para llevar a cabo la construcción de los nuevos catalanes, muchos de los cuales, jienenses o no, entienden y obedecen las órdenes en catalán.
Presentada la historia del perro, desconectado ya de su origen, @gallifantes se plantea, no sin ciertos baches ortográficos, una pregunta trascendental: Eres de dónde [sic] naces o de dónde [sic] te quieren? La disyuntiva, que induce una evidente respuesta, muestra a las claras la transformación que ha sufrido el catalanismo. Cris, apoyada en el ejemplo de su bestia adoptada, parece decantarse por la segunda opción, algo que choca con las esencias del catalanismo frenológico y abiertamente racista de los padres fundadores de tal ideología, como bien expuso Francisco Caja en sus dos volúmenes de La raza catalana: el núcleo doctrinal del catalanismo (2009 y 2013). Si durante décadas, al menos hasta la caída del nazismo, el catalanismo se preocupó de buscar diferencias craneanas que demostrarían la existencia de un pueblo incontaminado que se expresaba a través de una lengua propia, el eclipse del racialismo obligó a reconducir la estrategia. Abandonados los laboratorios, arrumbados los calibradores que distinguían las testas braquicéfalas de las dolicocéfalas, el nuevo terreno propicio fue el de la cultura, aquel que permitía incorporar nuevas gentes capaces de ajustarse a los cánones delimitados por unas señas de identidad recuperadas del pasado o fabricadas ad hoc. La antipática perspectiva racista, de la que, como puede comprobarse, sobreviven algunos rescoldos, quedó abandonada. Otros eran los mitos a los que era obligado acogerse. Singularmente aquellos que tienen que ver con Europa. Cataluña, siempre europea, carolingia al cabo, se diferenciaría de España por su carácter tolerante, por su constitutivo y dialogante democratismo. Y aunque generosamente se ofreció a los recién llegados la condición de nous catalans, nadie mejor que aquellos que cuentan con un buen puñado de apellidos locales para pastorear, desde el Parlamento, las consejerías, los púlpitos y las pseudoembajadas catalanas, a tan heterogénea grey. Un sacrificio, el de la construcción nacional de una nación que se dice milenaria, que conlleva pasar por dolorosos trances, como aquel al que quedan expuestos mensualmente numerosos altos cargos del Gobierno de Torra, más de doscientos cuarenta patriotas con un sueldo superior al del presidente del Gobierno.
Ardorosa activista de la causa lazi, @gallifantes apela al habitual sentimentalismo, casi siempre convertido en visceralidad, de quienes militan, vocacional o profesionalmente, en el frente hispanófobo. Una oleada, un movimiento, marcado por la falsa conciencia, y por un conductismo casi pavloviano, que cuenta con un antecedente popular: "Por el pan baila el perro".
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