En una democracia, lo importante para el ciudadano medio no es qué partido político ganará las próximas elecciones, cosa de la mayor importancia solo para quien cobra un sueldo que directa o indirectamente venga de la política, sino qué políticas aplicará el Gobierno resultante. Las siglas de un partido no son más que meras representaciones de la acción y la ideología políticas que se supone las soportan. Una democracia no es real si todos los partidos que se presentan a las elecciones defienden la misma acción política. Un partido único, una ideología única, una acción política única puede presentarse bajo las siglas de distintos partidos políticos, que solo discrepen finalmente en meros formalismos estéticos.
Y si bien lo anterior es válido para toda actuación política en general, hoy en España el asunto fundamental es el establecimiento de la legalidad en Cataluña. Y no decimos "la vuelta a la legalidad" porque hace ya muchos años que en Cataluña la legalidad ni está ni se la espera. Ante este asunto fundamental, ¿tenemos la certeza de que los distintos partidos con opciones de alcanzar el Gobierno harán algo sustancialmente distinto a la política de apaciguamiento, cesiones continuas e inacción frente a los atropellos de los derechos civiles en Cataluña? ¿Tenemos la certeza de que algún partido o coalición con opciones de gobierno vaya a realizar algo distinto a la vergonzosa, culposa y traidora política que todos los Gobiernos, de todos los supuestos signos políticos, han aplicado de forma continuada en las últimas décadas?
Muchos de ustedes podrán pensar esperanzados que, después de los vergonzosos acontecimientos acaecidos en los últimos meses en Cataluña, la venda que impedía ver a nuestros políticos la realidad del movimiento catalanista habrá caído. Que, visto el nivel de locura nacionalista, algunos, ahora sí, estarán dispuestos a defender los derechos civiles de los ciudadanos catalanes. Y aunque nunca se debe perder la esperanza, tampoco deberíamos olvidar fácilmente que esos vergonzosos acontecimientos han sucedido precisamente por la vergonzosa inacción, cuando no la abierta colaboración, de los distintos partidos, todos, que han ostentado el Gobierno desde la llegada de la democracia a nuestro país. Partidos que, con independencia de su color, han aplicado sistemáticamente las mismas acciones políticas con respecto a Cataluña. No deberíamos olvidar que el anterior Gobierno de España, sustentado y compuesto por miembros del ahora principal partido de la oposición, que en la actualidad hace gala de un discurso fuertemente beligerante con el nacionalismo catalán, ha sido el mayor culpable de los hechos acaecidos en Cataluña en los últimos meses.
Que los que hace poco callaban se nos presenten ahora como baluartes en la defensa de la nación española no deja de ser un potencial ejercicio de cinismo. Porque si realmente quisieran demostrar a los españoles que se puede volver a confiar en ellos, lo primero que tendrían que hacer es pedir perdón sinceramente. Pedir perdón por todos los pecados que cometieron durante décadas alentando, tolerando e incluso colaborando activamente con movimientos nacionalistas en pro de su exclusivo interés político. Si el principal partido de la oposición, y hasta hace poco orgulloso y soberbio partido del Gobierno, no hace un examen de conciencia sobre todo aquello que hizo mal, no muestra arrepentimiento sincero, no confiesa ante los españoles su actuación culposa y no muestra propósito de enmienda de una forma clara y tajante, es muy difícil que un importante porcentaje de españoles, y sobre todo de españoles residentes en Cataluña, vuelva a confiar en ellos. Examen de conciencia, dolor de los pecados, confesión y propósito de enmienda. No hay otro camino. Y a día de hoy el PP no ha realizado ninguno de estos actos de contrición. Muy al contrario, la nueva dirección del PP sigue reivindicando los de Mariano Rajoy como "años de extraordinario gobierno", y la gestión que dicho Gobierno realizó de la crisis catalana como "extraordinaria". Nada extraño si tenemos en cuenta que la actual dirección era parte de la antigua. Si se trata de seguir votando el mantenimiento de una política única en torno a los nacionalismos, el consenso de la Transición lo llaman, mucha gente se acabará buscando otras opciones de voto. Y no les faltarán buenas razones…