Los comunistas y Mayo del 68
Ya se sabe el horror que siempre ha producido en los partidos comunistas ortodoxos que se desencadene un proceso revolucionario sin que ellos lo controlen.
A lo largo de este año de su cincuentenario, se han sucedido las publicaciones para recordar lo que fue aquel fenómeno que, para simplificar, llamamos Mayo del 68. Tanta literatura da medida del interés que todavía siguen despertando los hechos que entonces tuvieron lugar y sus consecuencias políticas, sociales y culturales.
Pero si hay un asunto al que, en mi opinión, no se le ha prestado la atención que merece es el de la actitud que adoptaron los comunistas ortodoxos, esos de los que los neocomunistas españoles de Podemos son herederos. Por eso me parece interesante conocer lo que cuenta Jacques Vendroux en un libro que publicó en 1975, Ces grandes années que j´ai vécues (1958-1979). Vendroux (1897-1988) era hermano de Yvonne, la mujer del general De Gaulle, y en mayo de 1968 era diputado por Pas de Calais. Pues bien, en esas memorias suyas narra cómo el 21 de aquel mes en Francia había veinte millones de huelguistas, apoyados, en principio, por el Partido Comunista (PCF); y él se encontraba en la sede de la Asamblea Nacional:
Siento que alguien me coge por el brazo y me arrastra hasta el marco de uno de los grandes ventanales que dan al patio de Bourgogne… Es Waldeck-Rochet, secretario general del partido comunista que, sin esconderse de sus amigos ni parecer preocupado por las sorprendidas miradas de algunos de los míos, quiere hablar conmigo en un aparte. Me declara sin ambages: "Sobre todo, insístale para que no ceda… ¡No hace ninguna falta que él se vaya!
No hay ninguna duda de quién era ese "él": "Él" era ese mismo general De Gaulle al que las masas, apoyadas o dirigidas por el PCF, estaban pidiendo en la calle que se retirara, mientras su máximo dirigente transmitía a su cuñado que ni se le ocurriera hacer caso a los gritos de esas masas.
Y es que aquel Mayo del 68, en sus orígenes, se le había escapado al PCF, y ya se sabe el horror que siempre ha producido en los partidos comunistas ortodoxos que se desencadene un proceso revolucionario sin que ellos lo controlen. Salvando las distancias, un clarísimo ejemplo de esto lo tenemos con los sucesos de mayo del 37 en Barcelona: Stalin no estaba dispuesto a consentir que otros –en este caso, los trosquistas y los anarquistas– lideraran la posible revolución en España, y todos sabemos lo que obligó a hacer al Gobierno de la República para aplastarlos.
Waldeck-Rochet (1905-1982), secretario general del PCF del 64 al 72, fue el sucesor en ese cargo del histórico y estalinista Maurice Thorez (1900-1964). Waldeck-Rochet era algo más abierto que Thorez, pero aún estaba muy lejos de lo que luego sería el eurocomunismo. Y, desde luego, no creía en las chiquilladas de niños mimados que hacían los estudiantes de entonces; por eso le dijo lo que le dijo al cuñado del general.
Para entender en todo su contexto el significado de la anécdota conviene recordar que en las anteriores elecciones legislativas francesas, en marzo de 1967, aquel PCF, aún lleno de estalinistas, había sido el segundo partido más votado, con el 22,4% de las papeletas. Una cifra a la que, afortunadamente para España, hoy no se acerca ni de lejos la tropa de Pablo Iglesias.
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