Necesitado de una atención mediática que impida su olvido, el prófugo de la Justicia española Carles Puigdemont fue entrevistado recientemente por el ex revolucionario primaveral francés Daniel Cohn-Bendit. Ante el mismo Daniel el Rojo que hace años consumó su viraje cromático para abrazar el verde eurodiputado, el marido de Marcela Topor, viejo aficionado al travestismo nigromántico y a la magia, volvió a apelar al voluntarismo. "Los catalanes deben ser capaces de decir sí o no a la independencia", afirmó, antes de invocar lo que para muchos es la fórmula balsámica, federalista para más señas, con la que podrían solucionarse los problemas territoriales españoles. A través del canal Euronews, el de Amer fingió un lamento: "Si hace 40 años hubiéramos estado en el marco de un federalismo a la alemana, no estaríamos pidiendo hoy la independencia". La queja, teñida de un impostado fatalismo, llevaba alojada una profunda carga adulatoria para con esa Alemania que le ha permitido seguir errando principescamente por la Europa. Frente a la que presentó como oportunidad perdida, el gerundense insistió en decir que sólo los catalanes pueden decidir su futuro, petición de principio que caracteriza a los miembros de las sectas catalanistas que, guiados por su fanatismo o su falsa conciencia, son incapaces de escapar de semejante falacia. Frente a tan común afirmación, las preguntas surgen de manera es inmediata. Si Cataluña es ya una entidad política soberana, ¿qué sentido tiene realizar una consulta en relación a su independencia?, ¿qué irrefrenable impulso sufragista conduce a votar sobre una soberanía cuyo origen, al parecer, se pierde en la noche de los tiempos?
Algo no encaja en los razonamientos de un separatismo que no logra separarse del todo de una España sin separación de poderes, a cuyo Gobierno se le pide que presione al Poder Judicial –un gesto, piden los más afectados– para sacar de prisión a los compañeros de viaje, es un decir, de Puigdemont, pues mientras este lo hizo escondido en un maletero, otros se internaron en la Meseta a bordo de un furgón policial. Conscientes de las graves condenas que pueden recaer sobre los Junqueras, Turull y compañía, por los actos que todo el mundo pudo ver a través de un golpe televisado y publicitado en algunos medios, los autoproclamados representantes del pueblo catalán solicitan una solución política para el conflicto. O lo que es lo mismo, cercanos a enfrentarse a la cruda realidad de un futuro enrejado, tratan de buscar un atajo, confiados en el oportunismo e irresponsabilidad que caracteriza a la partitocracia española, a la que siempre han chantajeado a cambio de cantidades decrecientes de poder. La inminente apertura del juicio ha permitido que dos de las más distinguidas cabezas pensantes del catalanismo hayan ofrecido soluciones. Si Puigdemont aboga por el federalismo, Tardá se ha insinuado al doctor Sánchez de este confederal modo: "Si ofrecieran un buen estatuto de autonomía confederal, es posible que muchos independentistas lo votaran". En ambos casos, y esto es lo que no se dice de manera explícita, la estructura resultante exigiría la independencia de Cataluña, que se insertaría, o no, en el nuevo Estado. Si esas son las posiciones de las dos fuerzas políticas mayoritarias del secesionismo, la oferta de aumento de autogobierno hecha el presidente Sánchez es plenamente compatible con las intenciones de quienes le han procurado su actual cargo, que no esconden sus armas, pues Tardá, al tiempo que ofrecía la vía confederal, amenazó a España. De no avanzar en el sentido indicado, la desobediencia civil regresaría a las calles. Los CDR, fieles a Torra, pero también receptivos a las arengas del partido del triángulo y la estrella, aprietan pero, de momento, no ahogan.
Paralelamente a las negociaciones desarrolladas por los políticos profesionales, un conjunto de organizaciones trabajan para fortalecer la opción federal, tan biensonante para determinados oídos. Destaca entre ellas, por la larga trayectoria de alguno de sus líderes, la Asociación por una España Federal, entre cuyos fundadores figura Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias Bohorques, hijo del Conde de San Luis, cuyo célebre apellido oculta una larga trayectoria. La biografía de Sartorius estuvo teñida en su momento por un VERDE muy diferente al de Daniel Cohn-Bendit. En lugar de la madre Tierra, la juventud de don Nicolás estuvo ligada a perfiles borbonizantes como el de Jose Luis Leal Maldonado. Con él compartió pupitre en el Colegio Mayor de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, antes de integrarse en las Juventudes Monárquicas Españolas, que precedieron al ingreso en el Frente de Liberación Popular, el famoso Felipe, pilotado por Julio Cerón. Frente al franquismo oficial, una serie de oportunos auspicios metálicos e ideológicos favorecieron el cultivo de un federalismo a la española compatible con el que inspiró la mayor parte de las instituciones del lado capitalista de Europa. Tal confluencia de intereses determinó que el credo federalista, especialmente dentro del contexto del diálogo cristiano-marxista, fuera asumido incluso por centrales sindicales que se fueron distanciando del influjo moscovita. Los efectos de tal asunción son visibles en organizaciones como la Asociación por una España Federal, entre cuyos primeros veintidós miembros encontramos a Fernando Lezcano López, secretario de Organización de CCOO; Frederic Monell, secretario de Organización de UGT, y a sindicalistas de un perfil más bajo, como Francisco Javier Puente González y Juan Antonio Sifre Martínez. Junto a los hombres ligados, al menos simbólicamente, al mono de trabajo, los que han desarrollado su carrera a la sombra de las togas forman el grupo más nutrido de los federalistas asociados. Hombres versados en mantener el equilibrio dentro de un mundo, el legislativo, que necesita de técnicos que operen la transformación precisa para dar el giro federal a una nación que dejó la puerta abierta a la desigualdad interterritorial cuando introdujo en su Constitución los términos nacionalidades y regiones.
Esta conjunción de fuerzas y gremios, unida a representantes del mundo empresarial, es la que trata de hacer que España se adentre en una senda, la federal, flanqueada por los mitos y lugares comunes que aparecen en el sucinto Manifiesto publicado en la web de la Asociación por una España Federal. Su artículo segundo afirma que "el federalismo, como forma política de la solidaridad, completa y cristaliza los valores ilustrados de la libertad y la igualdad, de un modo transversal con relación a las diversas ideologías y programas políticos", antes de anunciar un final del que, al parecer, es imposible escapar, pues "el futuro, en España y en Europa, debería de ser federal. En la era de la globalización, las pequeñas unidades políticas ya no están en condiciones de enfrentarse a los grandes retos que requieren soluciones globales". Sin embargo, a pesar de la amplitud de los horizontes que atisban los redactores de ese escrito, enseguida se advierte el desajuste entre las pequeñas unidades que rechazan y la escala global a la que aspiran a enfrentarse. En efecto, en la asociación ya ha fraguado el particularismo de los Federalistas de Aragón, presididos por el economista Santiago Coello. También el de Federalistas d’Esquerres, cuyo presidente, Joan Botella Corral, fue arropado hace unas semanas por la ministra de Política Territorial y Función Pública, Meritxell Batet, Miquel Iceta y Joan Coscubiela, presentes durante la puesta de largo de la organización en Barcelona. Bendecido por la cuota PSC instalada en el Gobierno de Sanchez, Botella mostró los instrumentos con los que pretende conducir la nave federalista hispana al puerto europeo. "Cooperación y autogobierno son las dos patas de un Estado federal", sostuvo en uno de los enclaves más simbólicos del cinturón rojo de Barcelona, Hospitalet de Llobregat.
En la ofensiva federalista no podían faltar algunos actores pertenecientes al mundo empresarial. Entre ellos destaca Joaquim Coello, enlace entre Urkullu y Puigdemont, herederos de las viejas burguesías periféricas que han amordazado a una clase obrera que ya no cree ni en la épica ni en la retórica de un pasado ajustado a los estrechos márgenes de la Memoria Histórica. Al cabo, la poderosa maquinaria propagandística vinculada a los intereses ocultos bajo la coartada federal sabrá incluso soslayar detalles como los que adornaron la biografía de Walter Hallestein, ideólogo que, convenientemente desnazificado en los Estados Unidos que impulsaron el Plan Marshall, fue el primer presidente de la Comisión Europea, estructura sobre la que muchos pretenden construir la Europa de las regiones cuyo mapa ya fue trazado en la Alemania hitleriana.