En su último libro, La torre y la plaza, describe Niall Ferguson el conflicto entre las jerarquías y las redes por el poder. Las jerarquías son organizaciones altamente estructuradas con niveles verticales de poder, y su paradigma es el Estado. Las redes, por el contrario, son espontáneas y horizontales, con vínculos más bien débiles. En principio, podría parecer que las jerarquías son malas y las redes, buenas. Pero si bien es verdad que la Ilustración es producto de una red (de intelectuales), también lo es Al Qaeda (de terroristas).
En el siglo XXI estamos viendo cómo el Estado español está siendo atacado por una combinación de redes que, aunque muy diversas entre sí, tienen un objetivo en común: acabar con la democracia constitucional y la nación. Por un lado está gran parte de la izquierda, no solo la extremista, que jamás aceptó la paz y la reconciliación que forjaron los partidos, incluido el comunista, durante la Transición; por otro, los nacionalistas, que nunca van a aceptar la existencia de España como nación.
Una muestra paradigmática es el ataque sistemático en forma de mofa, en el mejor de los casos, a la bandera de España. Como es bien sabido, Dani Mateo, un humorista del programa del Gran Wyoming, se marcó un gag muy de TV3, la cadena oficial del golpismo nacionalista, en La Sexta, la televisión populista. Mateo simuló limpiarse los mocos en la bandera constitucional, que simboliza tanto los valores de la libertad y la igualdad entre todos los españoles como la unidad de la nación política. Paradójicamente, Mateo se ha quejado de que le han rescindido un contrato dada la mala imagen que tiene ahora de enemigo de la convivencia por escupir sobre todos los españoles que se ven representados por una bandera que conecta al rey ilustrado Carlos III con el monarca constitucional Felipe VI. Y digo "paradójicamente" porque, si una bandera es solo un "trapo", como sostiene Mateo, entonces un contrato no es más que un trozo de papel, nada de lo que preocuparse. Por no hablar de los billetes que ha dejado de ganar, otros papelitos cubiertos de tinta sin apenas valor y que Mateo usará también para limpiarse como si fuesen kleenex.
Este es el gran problema de la izquierda dominante: mete en un mismo paquete la derecha, la Monarquía constitucional y España. Y para acabar con la primera no va a dudar en cargarse las otras dos. Ambas redes están formadas por nombres propios. Por el lado de la izquierda populista, los citados Mateo y Wyoming, Roures, Iglesias…; por el lado nacionalista, Évole, Junqueras, Rufián, Puigdemont… Y al final de ambas nada más y nada menos que Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
Porque el más grave problema que enfrentamos es el de tener como jefe del Gobierno a un presidente demediado. Si Rajoy era como el hombre sin atributos de Robert Musil, Sánchez se asemeja al célebre vizconde del relato de Italo Calvino. Al vizconde, una bala de cañón le partió por la mitad, de modo que quedó separado en dos partes, una malvada llamada Amargado y una virtuosa denominada Bueno. Se preguntarán ustedes cuándo Pedro Sánchez se partió por la mitad como el vizconde demediado. Fácil: el día en que presentó su tesis doctoral llena de plagios. Desde entonces hay dos Pedros Sánchez por el mundo: el Bueno, que llama a los golpistas por su nombre, y el Amargado, que se alía con esos mismos golpistas que denunció.
Entregado a populistas y nacionalistas, y obligando a los abogados del Estado a humillarse en el Tribunal Supremo, para entender el drama que supone tener a Pedro Amargado de presidente volvamos a Niall Ferguson y su teoría del enfrentamiento entre las redes y las jerarquías. Toda red está constituida por nódulos que establecen vínculos. Aunque, a diferencia de los sistemas jerárquicos, la organización es horizontal en lugar de vertical, lo cierto es que hay nódulos que son más importantes que otros. Y, en una rocambolesca pirueta, la red nacionalista ha conseguido infiltrarse en la jerarquía estatal hasta su mismo núcleo. Obligado por su ambición desmedida, Sánchez se ha convertido en el principal nudo que une la red de extrema izquierda de Pablo Iglesias y la red nacionalista de Oriol Junqueras. Pedro Amargado ha vendido al Estado español por un plato de lentejas: ganar un poco más de tiempo como presidente. A cambio de dicha prórroga ha concedido a los populistas el trampolín para convertir a España en una democracia plebiscitaria y a los nacionalistas el salvoconducto para evitar la prisión y conseguir la convocatoria de un referéndum.
Cuando, al final del relato de Calvino, el vizconde Amargado y el Bueno se unen en un solo cuerpo, su esposa grita alborozada:
Al fin tendré un marido con todos los atributos.
Y esa es la cuestión, ¿cuándo volveremos a tener los españoles, tras dieciocho años en barbecho, un presidente con atributos?