La extrema izquierda amenaza el software libre
El Contributor Convenant ha sido explícitamente creado con el objetivo de luchar contra "la insistencia dogmática en los principios meritocráticos".
Lejos han quedado los tiempos en los que Microsoft equiparaba el software de código abierto con el comunismo, en su afán de protegerse de Linux y otros grandes proyectos que amenazaban su modelo de negocio. Los grandes gigantes del sector, entre ellos el propio Microsoft de Satya Nadella, han incluido como una parte más o menos esencial de sus operaciones esta forma de desarrollar aplicaciones informáticas, que permite que el código pueda ser consultado y modificado por cualquiera con la capacidad, el interés y el tiempo para hacerlo. El software libre es la base de miles y miles de proyectos, muchos de ellos desconocidos pero que usamos en aplicaciones que sí conocemos. Cada vez resulta más difícil que cualquier dispositivo o programa que usemos no incluya al menos en parte código desarrollado de esta forma. Android es software libre. Windows no, pero una buena parte de su infraestructura, partes del código que trabajan para que funcione correctamente, sí lo es.
Existen muchas razones para este éxito. La mayor parte las explicó Eric S. Raymond en La catedral y el bazar, un ensayo esencial para entender cómo comunidades de programadores que no remuneran a sus miembros por su trabajo pueden funcionar tan bien que lleguen a superar los esfuerzos de costosos proyectos de enormes compañías. La principal enseñanza de Raymond es que las recompensas vienen en forma de reputación. Un programador capaz de contribuir con éxito a un proyecto complejo, de modo que sus aportaciones sean visibles para sus pares, estará muy bien considerado dentro de su profesión. No gana dinero con ello, cierto, pero sí estatus, y los seres humanos estamos biológicamente construidos para intentar mejorar nuestro estatus.
Una consecuencia necesaria del uso de la reputación como incentivo es que el software libre se ha de regir de forma meritocrática. Da igual el país del que vengas, el color de tu piel, tu orientación sexual o lo que te cuelga, o deja de colgar, ahí abajo. En el momento en que cualquiera de esas cosas cuenta más que la calidad de tus aportaciones, se viene abajo todo el esquema de recompensas basado en la reputación y el estatus, desincentivando la participación de los demás programadores. La meritocracia no es una característica accesoria. Es uno de los pilares esenciales sobre los que se ha construido y se sigue construyendo todo proyecto de software libre.
Naturalmente, a poco que se trate de un proyecto exitoso, es inevitable que se generen conflictos entre sus desarrolladores. Como el objetivo de estas comunidades es claro, crear un software que funcione y sea cada vez mejor, las normas que han surgido para dirimir estos conflictos han tendido a ser las mínimas necesarias para no perturbar ese objetivo. En muchas ocasiones se han tratado de acuerdo a códigos de conducta implícitos, que dependían de las personas a cargo del proyecto y que ponían el foco principalmente en esa meritocracia. No obstante, en los últimos años se ha generado una intensa campaña a favor de la adopción de códigos de conducta por escrito y que se centren no en la meritocracia, sino en un comportamiento más cortés y en el respeto a mujeres y minorías.
Es fácil darse cuenta de que diseñar un puente según el principio de que las aportaciones de minorías o mujeres deben ser aceptadas por provenir de minorías o mujeres y no por su calidad es una receta infalible para que el puente se derrumbe. Lo mismo sucede con el software, aunque no sea tan sencillo de ver desde fuera. Y ahora mismo toda nuestra infraestructura digital depende del software libre.
El más popular es el llamado Contributor Convenant, que bajo la idea de "fomentar una comunidad abierta y acogedora" ha sido explícitamente creado con el objetivo de luchar contra "la insistencia dogmática en los principios meritocráticos de gobernanza". Su autora, Coraline Ada Ehmke, es una activista transexual de extrema izquierda que alardea de que ha sido adoptado por más de 40.000 proyectos y que también es autora del un manifiesto post-meritocrático que reconoce que la meritocracia es un principio fundamental del movimiento de código abierto pero que considera que "beneficia principalmente a aquellos con privilegios, con exclusión de las personas poco representadas en tecnología", y por tanto debe ser abandonado.
Este código de conducta ha sido recientemente adoptado por Linux, por ejemplo, después de que Linus Torvalds se retirara un mes debido a su incapacidad para controlar su temperamento. La decisión provocó una tormenta en la comunidad, debido a que muchos consideran que se les está robando un proyecto en el que han invertido mucho tiempo y esfuerzo al desviar su objetivo fundamental del desarrollo de software que funcione a la inclusión de mujeres y minorías. Aprovechándose de un agujero legal en la licencia de Linux, amenazaron con retirar todas sus aportaciones, lo que provocaría un proceso legal largo y complicado y seguramente un parón en el desarrollo que destrozaría por completo el más exitoso ejemplo de software libre. Un peligro que parece haberse evitado gracias a la adopción de un documento adicional que ofrece una interpretación oficial del código de conducta en la que se deja claro que el objetivo sigue siendo crear el mejor sistema operativo posible y que impide cualquier sanción por lo que pueda decir o hacer cualquier desarrollador fuera del ámbito del proyecto.
En general, ese ha sido el destino de este intento de la extrema izquierda por someter a la comunidad del software libre a los designios de las políticas de identidad. Aunque el código de conducta ha sido utilizado ya para intentar forzar la aceptación de contribuciones en base no a su calidad sino a la raza de quienes las aportaron, amenazando de paso a quienes se negaran a ello, por el momento ha sido más una anécdota que una práctica común. La propia Ehmke ha reconocido que la adopción de su código es un primer paso, pero que lo crucial es cómo se interpreta. Pero que se haya esquivado esta bala no significa que la amenaza haya desaparecido.
Cuando a Jordan Peterson se le objeta que la locura de los activistas de izquierda es algo relativamente inocuo limitado a las universidades, el psicólogo suele contestar que no es cierto, porque esos universitarios se gradúan y terminan trabajando en las empresas, infectando muchos departamentos con su infecta ideología. Los de Recursos Humanos son especialmente vulnerables, pero no son los únicos: la mayoría de los proyectos que han adoptado el código de conducta lo han hecho más o menos obligados por empresas que los usan o aportan financiación y desarrolladores. Y si ese virus sale de aquellas áreas donde las ideas no tienen por qué funcionar para ser aceptadas y se infiltran en aquellas donde es esencial que lo hagan, las consecuencias pueden ser funestas. Es fácil darse cuenta de que diseñar un puente según el principio de que las aportaciones de minorías o mujeres deben ser aceptadas por provenir de minorías o mujeres y no por su calidad es una receta infalible para que el puente de derrumbe incluso antes de que concluyan las obras. Lo mismo sucede con el software, aunque no sea tan sencillo de ver desde fuera. Y ahora mismo toda nuestra infraestructura digital depende del software libre.
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